El
leninismo contra la revolución
Grupo
Comunista Internacionalista
socialdemocracia,
leninismo y estalinismo
Rusia y la URSS nunca fueron
socialistas. La política de los «partidos comunistas» de todos los países nunca
fue revolucionaria. Bien por el contrario, la URSS fue un gran campo de trabajo
y acumulación capitalista, un campo de concentración cuyos primeros ocupantes
fueron los verdaderos revolucionarios[1].
Los «partidos comunistas» en todo el mundo, en nombre de muy variables cambios
tácticos, siempre se opusieron a la lucha proletaria por la revolución y,
cuando no pudieron desviarla y liquidarla ideológicamente, no dudaron en hacer
parte decisiva de los cuerpos de choque de la contrarrevolución, utilizando
sistemáticamente la tortura y la desaparición de personas, para enfrentar a los
que si luchaban por la revolución[2].
Durante décadas, revolucionarios de diferentes
latitudes denunciaron el mito del socialismo ruso y a los partidos dirigidos
por Moscú por lo que realmente eran: fuerzas de la contrarrevolución
internacional. Pero la contrarrevolución se seguía afirmando y cada vez hubo
menos revolucionarios para gritar la verdad y menos oídos para interesarse en
los hechos reales. La liquidación física de militantes revolucionarios (en
Rusia o en España, pero también en otros países de Europa, Asia, América…
adonde la GPU los designaba como blancos a liquidar) se generalizó
simultáneamente, con una enorme capa de cemento ideológico, en la que todo
aquel que no reconocía «los éxitos del socialismo» era considerado agente del
imperialismo. Las depuraciones gigantescas, que se iniciaron en los años 20 y
30, fueron decisivas en todas partes, para liquidar a los revolucionarios y a
la revolución misma como perspectiva proletaria real. Hay que señalar que la
versión «comunista» no sólo convenía a quienes la habían creado, a los
marxistas leninistas de Moscú o del exterior, sino que el resto de la burguesía
mundial se complacía en que «eso» fuera el «comunismo», en que el «socialismo»
que tanto habían temido se pareciera tanto a la gran fábrica y se mostrara tan
capaz de disciplinar en el trabajo a millones de seres humanos. ¡En que ese
«comunismo» no pusiera en cuestión ni a la mercancía, ni al Estado! ¡Marx había
sido superado! La burguesía de todos los países se regocijaba en constatar que
los «comunistas», fuera de la contienda inter-imperialista en el reparto del
mundo y por su influencia sobre las masas, ya no eran peligrosos
revolucionarios que organizaban huelgas insurreccionales y querían abolir el
dinero y el Estado, sino que se habían vuelto colaboradores racionales,
demócratas, progresistas, posibilistas, sindicalistas, colegas parlamentarios…
con los que no sólo se podían entender, en los diferentes aspectos del progreso
social, sino incluso consultar y decidir juntos las diversas políticas de
gestión (¡y represión!) de la fuerza de trabajo.
Precisamente, gracias a esa confusión e
identificación sistemática de socialismo con URSS, de «comunismo» con la
política contrarrevolucionaria de los partidos que portan ese nombre y con los
diferentes frentes únicos, unidos, populares y antiimperialistas, que los
mismos conforman juntos a otras fuerzas socialdemócratas («socialistas»,
«libertarios», progresistas, …), la contrarrevolución se perpetuó, se
desarrolló en reproducción ampliada y el desencanto de las grandes masas
proletarias con respecto al «comunismo» fue cada vez mayor. La defensa del
programa comunista, como práctica y como conciencia actuante, fue perseguida
inquisitorialmente y reducida a su más mínima expresión semisecreta, como en
las primeras épocas sectarias del movimiento comunista. Durante todo el siglo
XX la contrarrevolución mantuvo su hegemonía totalizadora, la historia fue rescrita
por quienes ganaron. En base al esfuerzo de los interesados hombres de Estado
en la URSS y al de los intelectuales orgánicos del capitalismo internacional,
el «socialismo real», negación absoluta del socialismo a secas (sin capital,
sin mercancía, sin estado…), pasó a ser la verdad absoluta: la única
alternativa «real» al «capitalismo». La maniobra de avalar como «real»,
lo que decían los hombres del Estado Ruso sobre su propio mundo (que
evidentemente concordaba con los intereses de la burguesía mundial), fue una
gran operación publicitaria de gran envergadura y que tuvo un éxito total. Eso
pasó a ser considerado como la explicación materialista, realista, hasta tal
punto que el termino «socialismo real» fue digerido por gran parte de sus
propios críticos que hasta llegaron a adoptar aquella absurda denominación. Los
profesores de Economía Política Marxista (sic), fabricadores de la ideología,
en particular en los países de Europa del Este recitaban: «si, es verdad que
Marx había dicho que en el socialismo no existiría ni dinero, ni mercancía, ni
trabajo asalariado… pero ahora, que existe el socialismo, vemos que aquel se
equivocó, que “realmente” todo eso sigue existiendo y existirá hasta el
comunismo». ¡Lo que no era más que un círculo vicioso, se transformó en la
explicación científica por excelencia! Esa era la «realidad» del socialismo
para la economía política y para la ciencia en todo el mundo. ¡Ya hace mucho
tiempo que Marx denunciaba a los hombres de ciencia por buscar exponer no la
verdad, sino lo que es agradable a la policía! El terrorismo de Estado fue
perfeccionado con la consecutiva descalificación generalizada de todo aquel que
dijera que eso no era socialismo, o que simplemente pensara que la humanidad
tenía intereses contrapuestos, no con tal o cual país, sino con la sociedad
mercantil generalizada. El realismo estatal encerraba a la humanidad en su
lógica: «¿Si usted no está de acuerdo con el socialismo que existe realmente en
Rusia, con el socialismo de qué otro país está de acuerdo?». La lucha
revolucionaria quedaba así relegada a una utopía que no partía de la «realidad
socialista».
Pero ¿de dónde viene esa «Realidad»? No viene del
hecho de que Stalin, antes de ser quien fue, había sido un buen monaguillo,
aunque tal vez hasta este hecho, anecdótico y sin importancia, tenga mucho que
ver: en toda la ideología dogmática desarrollada por el Estado estalinista hay
huellas eclesiásticas[3].
Viene del hecho de que toda la ideología dominante en el capitalismo es de
origen judío/cristiano (o si se quiere judío/cristiano/musulmán), que hasta los
términos, que parecen más verdaderos, son puro producto de la ideología y
particularmente de la concepción religiosa monoteísta. Así, «la
realidad», contrariamente a lo que se puede pensar, no surge de la vida y las
relaciones sociales de ningún país, sino que, por el contrario, «la realidad»
es un término culto creado por los teólogos, al igual que el «socialismo real»
que tampoco proviene de la sociedad sino de las ideas, de la fe. Como dice
Agustín García Calvo: «el nombre (realidad) no viene de la lengua corriente, es
un nombre que viene de las escuelas de teólogos que inventaron ese término para
aplicarlo a Dios, naturalmente que tenía que ser la Realidad de las Realidades.
Lo que pasa es que luego este nombre que viene de las escuelas ha tenido tanto
éxito que ya hay por todas partes mucha gente que declara que tal o cual cosa
es Real, que Realmente pasa esto, que la Realidad es así, hijo mío y
declaraciones por el estilo»[4]
«…la Realidad está constituida por Ideas que al mismo tiempo son creencias.
No se debe distinguir entre Ideas y Fe. Ideas y Fe vienen a ser lo mismo»[5]
Como con Dios, la Realidad estalinista no parte de lo que realmente sucede sino
del conjunto de ideas dominantes validadas por toda la clase dominante y su fe
profunda en que el mundo solo puede ser así.
El socialismo, el comunismo, en tanto que sociedad
en donde no existe la mercancía, ni el dinero, ni la explotación del hombre por
el hombre… fue, desde entonces, reducido al rango de «utopía». No faltaron
incluso aquellos que defendieron una sociedad sin mercancía y sin Estado pero,
en nombre de La utopía. Y construyeron así toda una reivindicación de la utopía
que, en los hechos, acepta el mito de que el socialismo «real» eran esos
gigantescos campos de trabajo y concentración, que se autodenominaron «países
socialistas». Grupos autodenominados anarquistas, que muy confusamente habían
criticado aspectos del estalinismo[6]
(¡cuando no se habían hecho totalmente cómplices de él, como la CNT española en
la década del 30, que llegó hasta el extremo de hacer la apología de la URSS y
del propio Stalin!), aceptaban en los hechos el mito de los países socialistas,
llamándolos de esa manera y llamando «comunistas» a los partidos que habían masacrado
a los comunistas en todas partes. Hoy mismo, muchos de los que declaran
anarquistas han renunciado a llamarse comunistas o anarco-comunistas, como lo
hacían en el pasado, y no tienen vergüenza en llamar «comunistas» a los
partidarios del Estado y del «socialismo real», a los propios represores y
contrarrevolucionarios. Contribuyen, así, a la mentira burguesa más gigantesca
de todo el siglo XX, y aún vigente ahora: el comunismo sería un gran campo de
concentración. Los que, en nombre de la anarquía, proceden de esta manera, no
sólo traicionan a generaciones y generaciones de anarquistas comunistas, sino
que se sitúan del lado de todos los Estados del mundo, del Estado mundial
contra el proletariado, en su necesidad de denigrar el comunismo.
La construcción ideológica estalinista propiamente
dicha, sobre las supuestas etapas y distinciones entre socialismo y comunismo,
fue totalmente secundaria en toda esta imposición mediática. Fue más importante
la monopolización de los medios de fabricación de la opinión pública y la
acción de la policía política estalinista en todo el mundo, reprimiendo a los
verdaderos revolucionarios y comunistas, que las imbéciles explicaciones «para
marxistas» sobre el hecho de que había que distinguir entre socialismo y comunismo,
que en el primero si había dinero, mercancía, trabajo asalariado… pero que en
el segundo, no. Y por si todo eso fuera poco, cuando la crisis misma de la
acumulación capitalista en Rusia empezó a empujar al cuestionamiento de las
diversas fracciones burguesas en ese país, por ahí por mediados de la década
del 60, ellas mismas no dudaron en cagarse en todo eso, a los efectos de
intentar otra operación mediática. En medio de la crisis económica y política
de la burguesía rusa, en medio de las contradicciones al interior de la clase
dominante que se expresan en las demandas de reformas y autonomía financiera de
las empresas, el PC de la URSS declara sin vergüenza que el socialismo ya
estaba superado, que se entra en pleno comunismo… pero por supuesto con la misma
sociedad mercantil de siempre, ahora en plena bancarrota. Con ello la confesión
del carácter capitalista de la sociedad rusa y del imperio soviético, que
Bordiga ya había previsto, fue postergada unos años más. Con la caída del muro
cayeron mitos y máscaras, pero la confesión misma fue disimulada por enormes
operaciones mediáticas y nos vendieron, así, las supuestas «transformaciones
operadas a la caída del muro» o incluso la «vuelta al capitalismo». Todo se
organizó para ocultar la verdad histórica, era mucho más rentable
ideológicamente, para la contrarrevolución mundial, el afirmar que se volvía al
capitalismo, que admitir que nunca había habido socialismo, ni comunismo, ni
nada parecido.
Los trotskistas se tragaron todo esto sin denunciar
nunca el verdadero carácter capitalista de la URSS (con la honrosa excepción de
la última compañera de Trotsky y de Munis que por eso mismo rompió con el
trotskismo), sin decir claramente nunca que la propiedad estatal no liquida el
carácter privado de la propiedad, sin denunciar las raíces del estalinismo. Las
fórmulas del Estado obrero deformado y/o degenerado y sus llamados a una
revolución exclusivamente política sitúa, a los trotskistas de todo pelo y
color, en abierta complicidad con el estalinismo: se niega la necesidad de una
revolución social. Las críticas a la burocracia, a la corrupción, a la
«degeneración del socialismo», como en cualquier otro país capitalista,
corresponden, no a la crítica proletaria del capitalismo en Rusia, sino a una
serie de ajustes de cuentas al interior de la clase dominante y no aspira, para
nada, a cuestionar el sistema social en su globalidad, sino a la gestión
política de la sociedad.
La máxima expresión de la contrarrevolución fue la
guerra misma, lo que la burguesía mundial catalogó como «Segunda guerra
mundial». Y ello en todos los terrenos. La guerra terminó de destruir
físicamente al proletariado que la contrarrevolución había logrado liquidar
política e ideológicamente. De los millones de proletarios luchando por la revolución
social en 1917, 1918, 1919…, 20 años después no quedaba nada. El aislamiento de
los grupos verdaderamente revolucionarios es el peor de la historia —«es
medianoche en el siglo»—. El proletariado mundial, salvo contadas y breves
excepciones, había sido reducido a una inmensa masa productora y reproductora
de capital mundial, que se movilizaba nacionalmente para defender su propia
explotación. El socialismo nacional, el nacional socialismo, la democracia, el
frente único, el frente popular, el frente de liberación nacional eran
diferentes estructuras y banderas para ese mismo objetivo[7]:
trabajar mucho por la patria y preparar así la guerra. Esa gigantesca farsa
tenía como verdadero objetivo el terminar de domar al proletariado para hacerlo
cómplice de su explotación, para transformarlo en pueblo ruso, pueblo yanqui,
pueblo francés, pueblo alemán… en carne de cañón del imperialismo mundial.
Como broche de oro, ese mundo de la verdad única, y
de la guerra por todas partes, constituyó un gran enemigo absoluto y
misterioso, que justificaría todas las barbaries de la civilización occidental,
cristiana y democrática. Así, luego de que todos habían coqueteado con los
fascistas y habían hecho pactos con los nazis, en la medida de que fascistas y
nazis van perdiendo la guerra, se esconde el origen de esos partidos (en
realidad variantes de la socialdemocracia y versiones diferentes del socialismo
nacionalista) y se los va definiendo como el enemigo absoluto. La atrocidad
fascista nazi debe redefinirse no sólo como peor que todas las otras
atrocidades, sino que fue definida como la atrocidad en sí, como la atrocidad
que está prohibido comparar con cualquier otra. Hay que dejar chiquito a las
decenas de millones de muertos en los campos de concentración estalinistas, a
Hiroshima, a Nagasaki,… a Dresde, a las matanzas en Grecia, a los campos de
concentración aliados. Hasta se inventaron palabras, procedimientos, leyes,
prohibiciones para que el verdadero genocidio no sea el cometido por las
Cruzadas, ni por la Inquisición, ni el cometido contra los indios de América,
ni contra los negros de África, ni contra los liquidados en las bombas atómicas
tiradas en Japón, ni contra los liquidados en el Congo belga, ni por los campos
de concentración leninoestalinistas, sino el cometido por ese enemigo en sí. El
proletariado mundial vencido y humillado fue así arrodillado ante el
totalitarismo democrático bendecido por todos, incluidos los supuestos
comunistas. El cuco del fascismo y el nazismo servía, así, para legitimar el integrismo
democrático. El comunismo, que había surgido y que se había desarrollado en
contraposición total con la democracia, a la que siempre había definido, con
razón, como dictadura de la burguesía, como dictadura que había que derrotar
totalmente, había sido totalmente asesinado por los que, en su nombre, se
plegaban a la gran cruzada democrática. Yalta y otras fiestas capitalistas
anteriores y posteriores, en donde los representantes de los más poderosos del
mundo se abrazaban, fueron la canonización general de esos valores. A la
humanidad esclavizada se la condenó a someterse frente a quienes repetían la
famosa frase de Churchill de que el sistema democrático es el peor de los
sistemas a excepción de todos los otros. El totalitarismo del mal menor se hizo
omnipotente y toda crítica fue obligada a plegarse al mismo: «de lo único que
podemos quejarnos es de no tener bastante democracia».
¡El integrismo democrático había vencido!
Pero ¿cómo empezó toda esta
mierda? ¿Cómo se liquidó la revolución social que, desde México a Rusia, desde
Alemania a España… había hecho temblar a la burguesía mundial? ¿Cómo se liquidó
la fuerza histórica del proletariado contraponiéndose a la dictadura mundial de
la democracia y el capital? ¿Cómo y sobre qué bases la burguesía pudo
reorganizar su dominación de clase mundial?
¿Es que acaso fue una cuestión militar? Sin lugar a
dudas no. Aquí y allá los proletarios destruyeron ejércitos y potencias
militares, pero los proletarios que triunfaban eran prisioneros de un partido y
una concepción que los llevaba, no a la destrucción del capitalismo, sino a su
defensa, no a abolir el trabajo asalariado, sino a desarrollarlo. Ese partido
fue globalmente la socialdemocracia, en sus diversas versiones u organizaciones
formales, y muy especialmente el leninismo.
Como desarrollamos en muchos de nuestros trabajos,
la socialdemocracia es específicamente un partido burgués para los proletarios,
es decir un partido que en nombre del socialismo, el comunismo, la anarquía, el
socialismo revolucionario, el comunismo anárquico…, llama a desarrollar el
capitalismo y hace pasar la dominación burguesa como positiva para los
proletarios. Así se presenta la dictadura de la burguesía, la democracia, como
un paso hacia el socialismo, el mismo desarrollo económico del capitalismo como
parte del camino hacia el socialismo. En cada uno de los grandes procesos
revolucionarios del siglo XX, México, Rusia, Alemania, España… la potencia del
proletariado armado y triunfante, pero dirigido por la socialdemocracia
histórica, fue puesta al servicio del trabajo asalariado, del desarrollo del
capital y la revolución misma fue liquidada.
El día que asumió la presidencia del país,
Friedrich Ebert declaró finalizada la revolución y en nombre del socialismo la
necesidad de desarrollar el capital. «A partir de este momento —dijo— hay que
desarrollar el capital pacíficamente, porque sólo un capital llevado hasta los
límites de su desarrollo podrá ser socializado». Se resume así todo el
programa de la socialdemocracia: no sólo «viva el capital», sino que «el
socialismo es el reparto de los frutos del progreso del capital». No hay ni una
sola ruptura entre capitalismo y esa socialización. Palabras más palabras menos
es lo que defendió Lenin apenas asumido el poder: «el capitalismo de Estado
sería un paso adelante en nuestra República de los Soviets. Si por ejemplo en
seis meses lográsemos instaurar el capitalismo de Estado, ello sería un triunfo
enorme [...]. El capitalismo de Estado sería un inmenso paso adelante, incluso
si [...] ello lo pagamos más caro que en el presente. [...] El capitalismo de
Estado es, desde el punto de vista económico, infinitamente superior a nuestra
economía actual. [...] Nuestro deber es el de insertarnos en la escuela del
capitalismo de Estado de los alemanes»[8]
Unos años después, y en la misma medida en que se reprimía al proletariado en
toda Rusia (sangrientas represiones del proletariado agrícola, de las huelgas
de Petrogrado, de la revuelta de Kronstadt), Lenin insistiría en su «táctica»[9]
de desarrollar el capitalismo a toda costa y a no temerlo: «Hay que desarrollar
por todos los medios y a toda costa el intercambio, sin temor al capitalismo…
Esto podrá parecer una paradoja ¿el capitalismo privado en el papel de
coadyudador del socialismo? Pero no es ninguna paradoja, sino un hecho de
carácter económico absolutamente incontrovertible… se deduce de modo
absolutamente inevitable la importancia primordial que tiene en estos momentos
el intercambio local, en primer término, y en segundo término también la
posibilidad de que el capitalismo privado preste la ayuda al socialismo»[10].
La CNT española, en los años 36 y siguientes, en nombre del antifascismo y del
frente popular antifascista, impuso la misma política de renuncia a la
revolución y de desarrollo del capitalismo. La renuncia a la lucha contra el
Estado, la contribución al mismo se basa en el argumento de que había que
hacerle la guerra a los fascistas pero sobretodo en trabajar mucho y reorganizar
la producción.
El frente popular y los sindicatos basarían su
estrategia constructiva en el trabajo. En todos los casos, en nombre de la
revolución y el socialismo futuro se liquidó toda organización autónoma de
proletarios, se reorganizaron las fuerzas represivas y toda la fuerza del
proletariado se la puso al servicio de la producción. La apología de la gran
industria y los esfuerzos productivos del Estado, la apología del trabajo y la
represión de los grupos proletarios que luchaban contra la explotación (¡hasta
en las colectivizaciones!), el taylorismo y el stajanovismo, el sindicalismo
estatal, los campos de trabajo, el brutal aumento de la tasa de explotación
fueron el común denominador del proceso contrarrevolucionario dirigido por
quienes se llamaban comunistas, socialistas, anarquistas… La clave de la
contrarrevolución es precisamente este tipo de partido y de programa que
dirigen al proletariado hacia la defensa del capitalismo y busca disciplinarlo
en el trabajo. Siempre en nombre de un futuro mejor y socialista, siempre en
nombre del trabajo, esa fuerza ideológica preconiza el mal menor y llama,
explícitamente o no (¡todo llamado a trabajar más es invariantemente un llamado
al desarrollo del capital!), al desarrollo del capitalismo. Toda la fuerza y
energía proletaria es liquidada, así, en el trabajo, en el frente productivo
o/y en el frente de batalla.
El programa económico social de la socialdemocracia
en general, y de Lenin en particular, es entonces el desarrollo del capital
apoyando lo que denominan el capitalismo monopolista de Estado, que en realidad
se resume a la estatización (cambio meramente jurídico) de la propiedad
privada. La revolución se resume, para ellos, a la política, a un cambio
(violento o no) en la dirección del Estado; y es muy importante tenerlo en
cuenta porque ésta será la concepción leninista y la concepción realmente
puesta en práctica en la política económica y social de los bolcheviques tanto
en lo interno como en lo externo[11].
Según Lenin «…en un Estado verdaderamente democrático y revolucionario, el
capitalismo monopolista de Estado significa inevitablemente, infaliblemente, un
paso o pasos adelante hacia el socialismo… Pues el socialismo no es otra cosa
que la etapa inmediatamente consecutiva al monopolio capitalista del Estado
puesto al servicio del pueblo entero y que, por eso mismo, ha dejado de ser un
monopolio capitalista»[12].
Como se ve la misma dictadura del proletariado no se concibe como destrucción
de todas las relaciones sociales, sino por el contrario, como control del
capital que por eso mismo pasa, según cualquier socialdemócrata o Lenin, a ser
socialismo[13].
¡Qué lejos se está de Marx que siempre denunció la ilusión de poder controlar
gubernamentalmente al capital! Lo que se llama revolución es en realidad
«revolución»[14]
exclusivamente política y reformismo económico social. No se destruye el
capital sino que el Estado controlado por quienes toman el poder se apropia del
capital y lo «dirige»[15],
como en toda «revolución» burguesa. Y como toda «revolución» burguesa, el
interés manifiesto es que se trabaje lo más posible. Para ello, Lenin
patrocinaba, ya desde antes de la toma del poder, las medidas más
radicales, incluido el trabajo forzado, que se concretarían algo más tarde en
los campos de trabajo obligatorio y que serían un modelo internacional que
luego los nazis imitarían. Si considerar que ese sistema económico, basado en
los campos de trabajo forzado, era para el estalinismo, y en gran medida para
el trotskismo, sinónimo de socialismo (o «Estado obrero»), puede parecer hoy
una exageración, es necesario subrayar que no lo es en absoluto y que para el
mismísimo Lenin era, no sólo, «un paso inmenso» hacia el mismo, sino que era
una garantía que no admitía vuelta atrás:
«El servicio de trabajo obligatorio instituido,
regulado, dirigido por los Soviets de diputados obreros, soldados y campesinos,
no es todavía socialismo, pero ya no es más capitalismo. Es un paso inmenso
hacia el socialismo, un paso luego del cual es imposible, siempre en democracia
integral, volver hacia el capitalismo, al menos que se use la peor violencia
contra las masas…»[16]
El marxismo leninismo es paradigmático en ese
sentido. No en el sentido de que sea «original» con respecto a la
socialdemocracia, porque todo su programa es socialdemocrático, sino porque,
cuando la socialdemocracia era cuestionada, en todo el mundo, la misma resurge
con nuevos bríos bajo esta nueva forma marxista leninista para imponerse por
doquier. Al aparecer como opuesto a la socialdemocracia y reivindicando «el
comunismo», el marxismo leninismo conferirá una nueva juventud a aquel viejo y
putrefacto programa.
Como lo dijimos en muchas
oportunidades, la socialdemocracia no es, ni nunca fue, un partido proletario,
sino un partido de la burguesía «para» el proletariado, es decir para encuadrar
al proletariado[17].
Todo partido de la burguesía tiene como proyecto
social desarrollar el capital, es decir el trabajo. La única especificidad de
este partido es dirigirse especialmente a la clase que tiene interés objetivo
en destruir esta sociedad, en declarar que tiene ese mismo objetivo, pero,
desde su origen, esa declaración no es más que un anzuelo para cumplir mejor su
función de encuadrar a los proletarios y someterlos al trabajo, al desarrollo
del capital.
Consecuentemente con ello, y contrariamente al
comunismo, la socialdemocracia no se define nunca contra el capitalismo
sino por su desarrollo, por su progreso y dentro del mismo dice representar al
«factor trabajo». No se define contra la dictadura democrática de la burguesía
sino por su mejora. Su programa es, en nombre de la igualdad social, el de la
realización de la democracia. De ahí su apelación. Su objetivo es el de democratizar
las reivindicaciones sociales o, dicho de otra forma, el de transformar las
exigencias proletarias en reformas democráticas. Como expresaba Marx, su
función es la de limar las puntas revolucionarias del programa del «partido
social» para hacerlo democrático.
Por eso las estructuras básicas de ese partido son
el sindicato y el parlamento, es decir los principales organismos de
encuadramiento político/social del Estado, que tienen por misión el transformar
las reivindicaciones proletarias en reformas económicas o políticas. De ahí que
la socialdemocracia identifique sistemáticamente dos cosas que son tan opuestas
como los intereses de las clases que representan: la reivindicación y la
reforma. La primera es la exigencia proletaria y la segunda lo que el
capitalismo y el Estado puede realizar para calmar aquella exigencia,
limitándola a las necesidades de valorización del capital[18].
Resumiendo, esos aparatos del estado burgués, parlamento y sindicatos que la
socialdemocracia dice utilizar, cumplen siempre la función de transformar una
reivindicación proletaria, que tiende a imponerse por la acción directa contra
el capital, en una reforma sindical o política (legislación parlamentaria) que
el Estado burgués concede con el objetivo social (sea consciente o no este
proceso) de impedir que aquella acción cuestione la esencia del capital y el
Estado.
La democratización, el progreso, el desarrollo… son
para la socialdemocracia no sólo algo positivo en sí, que beneficiaría a todo
el mundo, sino el objeto mismo de sus afanes. Esa es otra de las grandes
trampas, porque el progreso, en esta sociedad, no puede ser más que progreso
del capital (¡piénsese en la guerra que incuestionablemente está ligada a toda
la historia del progreso capitalista y que no es precisamente un progreso para
los seres humanos!), que desarrollo de la explotación. Las tareas democráticas
burguesas no pueden ser otra cosa que el desarrollo de las fuerzas productivas
del capital. El presentar su propio progreso como progreso en sí, su propio
desarrollo como igual al desarrollo de la humanidad, es una condición
indispensable de todo partido de la clase dominante para asegurar su
dominación.
Como partido de la clase dominante para los
explotados, como partido democrático para integrar las reivindicaciones
sociales, es lógico que su objetivo sea al mismo tiempo la distorsión
permanente del programa de la revolución, del programa comunista. Para eso, en
todos los países y épocas históricas, la socialdemocracia tiene en su interior,
al lado de las fracciones abiertamente democráticas y opuestas a la revolución,
fracciones que, en nombre de la revolución, presentan un conjunto de reformas
democráticas. Aunque el objetivo siempre es el desarrollo del capital, «para
mejorar la situación de la clase obrera», mientras las primeras son
directamente parlamentarias y gradualistas, las segundas hablan de revolución,
intentan tomar el poder y utilizan la violencia en el terreno político (lo que
en los hechos corresponde a las luchas intestinas por el poder político), pero
su «revolución» no es más que un conjunto de reformas (en general
estatizaciones, nacionalizaciones, colectivizaciones, socializaciones,
comunizaciones[19])
que se supone mejorarían la situación de los proletarios. Contrariamente
al comunismo, que es ruptura social del orden establecido, destrucción total
del capitalismo, es decir de todas las relaciones sociales de producción
burguesa, ese proyecto «revolucionario» plantea la reforma como un conjunto de
mejoras del edificio social que en general se limitan al ámbito de la
distribución, de la repartición. La trampa está en llamarle revolución a ese
reformismo radical para dirigir la rabia revolucionaria del proletariado hacia
el reformismo.
La socialdemocracia no representa en ningún caso
los intereses del proletariado contra el capitalismo, sino, como ella misma lo
dice, los intereses del trabajo en el capitalismo. La trampa está en
presentar como sinónimo de la contradicción entre burgueses y proletarios a la
dupla capital trabajo y definirse en la misma como partidario del polo
trabajo. Concedámosle este mérito, la socialdemocracia es el partido del
trabajo[20].
Esta confusión es corriente, incluso en sectores que se pretenden continuadores
de la izquierda comunista[21].
Quien está en contradicción con el capital no es el trabajo, sino el trabajador
y no lo está en tanto que trabajador sino en tanto que ser humano. El trabajo
no sólo no es contradictorio con el capital, sino que es su esencia, el trabajo
es la materia misma del capital capitalizándose. En la contradicción
proletariado/burguesía, el trabajo, el máximo trabajo, está necesariamente del
lado del capital contra el ser humano. Este, en tanto que trabajador, no se
opone al capital sino que al contrario le da vida, renuncia a su vida para afirmar
la vida del ser que lo vampiriza. Como trabajador no vive como ser humano, sino
que renuncia a su humanidad. Como trabajador no es su propia vida, sino que es
vida del capital, es capital reproduciéndose. En efecto, el capital es también
trabajo acumulado y en el proceso de producción subsume al trabajo vivo. Más
aún, si desde el punto de vista del proceso de trabajo, el trabajo aparece como
el sujeto activo del mismo, al transformar los medios de trabajo, desde el
punto de vista del proceso de valorización es el trabajo muerto que dirige al
trabajo vivo. Por eso, toda apología explícita del trabajo es necesariamente
apología implícita del capital y apología de la subsunción del trabajo en el
capital. ¡Por eso en la sociedad mercantil generalizada toda apología abierta
del trabajo es apología encubierta de la explotación de clases! ¡Piénsese
en toda la historia del leninismo y el marxismo leninismo en Rusia, en China,
en Cuba, en Albania, en los países de Europa del Este, en Vietnam, Laos, Camboya,
Corea,…! ¡Y también en los países en que los marxistas leninistas apoyaron
«críticamente» los diferentes frentes, gobiernos y estados «populares»,
«antiimperialistas», «progresistas»…!
La contraposición programática entre comunismo y
socialdemocracia encuentra aquí su máxima nitidez: mientras que el comunismo
lucha por la abolición del sistema de trabajo asalariado, punto decisivo del
proceso hacia la abolición del trabajo mismo, la socialdemocracia es el partido
del trabajo, el partido de la generalización del trabajo. Por eso mientras el
comunismo, como movimiento social, renace en toda lucha contra la explotación y
opresión, mientras el comunismo expresa la oposición proletaria a todo el
progreso de la valorización y a la industrialización misma, la resistencia
contra todo aumento de la extensión e intensidad del trabajo, la
socialdemocracia es, por el contrario, el partido de la gran industria, de la
masificación del trabajo, de los grandes movimientos para trabajar lo más
posible, de los llamados al trabajo voluntario, al trabajo de emulación
socialista, a los sábados comunistas, de los campos de trabajo, de los campos
de concentración (inventados precisamente para eso).…
Lenin en Una gran iniciativa (julio de 1919)
que lleva el significativo subtítulo de El heroísmo de los obreros en la
retaguardia, los sábados comunistas dice: «Y esos obreros hambrientos…
organizan “sábados comunistas”, trabajan horas extraordinarias sin ninguna
retribución y consiguen un aumento inmenso de la productividad del trabajo a
pesar de hallarse cansados, atormentados y extenuados por la subalimentación
¿No es esto un heroísmo grandioso? ¿No es el comienzo de una transformación de
importancia histórico universal? La productividad del trabajo es, en última
instancia, lo más importante lo decisivo para el triunfo del nuevo régimen
social… El comunismo representa una productividad del trabajo más alta que el
capitalismo, una productividad obtenida voluntariamente por obreros conscientes
y unidos que tienen a su servicio una técnica moderna. Los sábados comunistas
tienen un valor excepcional como comienzo efectivo del comunismo y eso esto es
algo extraordinario, pues nos encontramos en una etapa en la que se “dan sólo
los primeros pasos en la transición del capitalismo al comunismo” (como dice,
con toda razón, el programa de nuestro partido)»
La apología que hace Lenin del trabajo y del
aumento de la productividad del trabajo, como fundamental en la transición
hacia el comunismo, es totalmente contrarrevolucionaria y en los hechos una apología
del capital. Lo que Lenin defiende aquí no tiene nada que ver, a pesar de la
apariencia, con el hecho lógico, de que en plena lucha revolucionaria pueda
suceder que sectores del proletariado tengan puntualmente que trabajar y que
ese trabajo, coyunturalmente, sea considerado parte de la lucha revolucionaria
tendiente a la abolición del trabajo asalariado y del trabajo a secas. Aquí lo
que queda en evidencia es, por el contrario, que Lenin, como todo
socialdemócrata, no concibe el comunismo como una sociedad que ha abolido el
trabajo, sino como una sociedad que lo afirma. Queda en evidencia que Lenin no
concibe la transición hacia el comunismo como un proceso en donde se lucha por
trabajar lo menos posible, como un proceso de destrucción del trabajo asalariado
y del trabajo mismo, sino como una sociedad en la que se trabaja
«voluntariamente» cada vez más. Más aún, que Lenin, como cualquier patrón o
economista vulgar, identifica productividad con la extensión del tiempo de
trabajo. En efecto, si leemos bien, constatamos que en el caso considerado, es
mentira lo que Lenin dice: que habría un aumento de la productividad del
trabajo. En el ejemplo citado NO hay ningún aumento de la productividad del
trabajo, sino que, como el propio Lenin nos informa, los sábados comunistas
implican más trabajo, implican que los proletarios trabajan horas
extraordinarias sin ninguna retribución. Lo que consiguen así no es para nada
«un aumento inmenso de la productividad», sino que el mismo trabajo sigue
produciendo lo mismo y lo que sucede es que los trabajadores trabajan más. El
trabajo no es más productivo sino que se trabaja más. El trabajo sería más
productivo si trabajasen lo mismo (o si trabajasen menos), si tuviesen el mismo
desgaste humano produciendo un resultado mayor, lo que como Lenin lo confiesa,
al decirnos que trabajan más, no es para nada el caso. Como además lo hacen
«sin ninguna retribución», lo que aumenta no es la productividad sino la tasa
de sobretrabajo, el sobretrabajo dividido por el trabajo necesario, el
porcentaje que va para el capital (¡pues ni Lenin niega que éste sigue
existiendo!) en relación con el que se apropian los proletarios, es decir la
mismísima tasa de explotación y, en última instancia, la tasa de
ganancia del capital. ¡Lo que aumenta no es la productividad del trabajo, sino
la explotación y es esto lo que Lenin celebra! La productividad del trabajo
queda constante pero lo que aumenta es la productividad del capital: con el
mismo capital se obtiene más. La confusión entre una y otra cosa es típica de
los capitalistas y hombres de Estado. Es lógico para ellos, lo que les interesa
es obtener más capital, más cosas con el mismo capital. Para ellos, es
exactamente lo mismo que ese resultado sea obtenido poniendo más máquinas o
modernizándolas (en ese caso sí puede haber aumento de la productividad) o
poniendo jefes y, si se quiere, látigos para que los trabajadores trabajen más
(más tiempo o más intensamente). Pero para los trabajadores no es para nada lo
mismo: un aumento de la productividad del trabajo no significa nunca trabajar
más sino menos para obtener lo mismo, en cambio un aumento de la extensión del
tiempo de trabajo siempre significa más desgaste humano, más tripalium, más
tortura.
Vemos entonces que Lenin, cuando afirma «El comunismo
representa una productividad del trabajo más alta que la del capitalismo», no
entiende para nada lo mismo que Marx, un proceso por el cual, una vez abolida
la sociedad mercantil, el aumento de la productividad del trabajo permite
trabajar cada vez menos (menos tiempo de trabajo y además trabajo menos
intenso), hasta su abolición total, sino totalmente al contrario: para Lenin,
como para todo socialdemócrata, el comunismo es la realización de una sociedad
del trabajo. No conocemos ningún texto leninista, ni de otro de los
bolcheviques que integraron el Estado, que haga, al menos, una crítica del
trabajo y asuma el proyecto comunista de abolición del trabajo. Más aún para la
socialdemocracia, para el leninismo y el estalinismo, los discursos, las canciones,
las banderas y símbolos del «comunismo» siempre contienen loas al trabajo y la
apología de los medios mismos con los que se trabaja. Nada más lógico entonces
que los martillos y las hoces, hayan sido consagrados como los símbolos del
leninismo, del trotskismo, del estalinismo, del maoísmo…, los símbolos
históricos de los partidos del trabajo, de los partidos del tripalium, de los
partidos de la tortura, de los partidos de la sumisión del ser humano a la no
vida. En plena contrarrevolución internacional, la apología marxista leninista
del trabajo, como sinónimo de realización del ser humano, llegó a subsumir
totalmente el movimiento obrero mundial, hasta tal punto que toda crítica del
trabajo, podía ser catalogada (como todas las posiciones revolucionarias) como
«pequeño burguesa» y la misma lucha silenciosa, pero persistente de los
proletarios en todo el mundo para trabajar lo menos posible (trabajo a desgano,
indisciplina, baja del ritmo, ausentismo, sabotaje, …) como
contrarrevolucionaria. Tal vez la película Tiempos Modernos de Chaplin,
en la que tantos proletarios se identificaron, nos libró de que los PC del
mundo sustituyeran los martillos por las cadenas de montaje en los panfletos y
banderas. ¡Hubiese sido coherente con lo que ellos defendían y siguen
defendiendo hoy! El progreso, el perfeccionamiento, de la explotación del
hombre por el hombre.
Aunque lo hemos hecho muchas veces, merece
subrayarse la contraposición total que hay entre Marx, que siempre defendió la
lucha por la supresión total de los dos polos de la relación capital/trabajo
asalariado, así como del trabajo mismo, con respecto a la socialdemocracia que
invariantemente se definió por el polo trabajo del capital, por los intereses
del trabajo en el capitalismo. ¡Como si en la práctica el capitalismo pudiera
tener otros intereses que no sean el trabajo! ¡Como si la economía nacional del
capital pudiese tener otros intereses que el desarrollo del trabajo!
El propio Lenin fija así la actividad de los
sindicatos en Rusia en pleno poder bolchevique: «Los sindicatos deben desplegar
su actividad en todos estos aspectos, no desde el punto de vista de los
intereses de cada departamento, sino desde el punto de vista de los intereses
del trabajo y de la economía nacional en su conjunto»[22]
¡Los intereses del trabajo![23]y
¡de la economía nacional en su conjunto! Ambos aspectos sólo pueden ser
intereses capitalistas, Marx pasó toda su vida a señalar la contraposición
total e invariante entre los intereses del ser humano y los intereses de «la
economía nacional en su conjunto», entre los intereses del ser humano y los
«intereses del trabajo».
El progreso del trabajo y del partido del trabajo
es necesariamente progreso del capitalismo y extensión e intensificación de la
explotación. El proletariado es la contraposición viviente de ese progreso del
capital y la explotación. Claro que esto no quiere decir, como pretende la
socialdemocracia, que ello implica luchar por la vuelta de la rueda de la
historia para atrás. El proyecto revolucionario no es volver a las cavernas.
Este es el tipo de descalificativo barato que utilizan nuestros enemigos en
toda discusión. La lucha por la disminución de la jornada de trabajo o contra
el aumento de la intensidad del trabajo o también por aumento del salario, es
decir en general toda la lucha contra el aumento de la tasa de explotación (con
el que el capital intenta siempre contrarrestar la tendencia a la disminución
de la tasa de ganancia), que caracteriza desde siempre a la lucha de los
explotados y que es necesariamente resistencia al desarrollo del capital,
también empuja el desarrollo de las fuerzas productivas de la humanidad y
obliga, por ejemplo, al capital a sustituir trabajo por fuerzas tecnológicas y
por lo tanto también al desarrollo de las fuerzas productivas. Pero hay una
diferencia abismal en plantear, como siempre hizo el movimiento comunista, el
progreso del capital como contradictorio con la humanidad y afirmar que,
gracias a la resistencia contra ese progreso, el mismo es algo menos nocivo,
que hacer la apología a secas del progreso como si fuera algo neutro. ¡Como si
el progreso de la sociedad del capital beneficiase al ser humano!
La transformación comunista de la sociedad no
partirá de las cavernas sino obligatoriamente, nos guste o no (¡y en realidad
no nos gusta!), del imponente (en el sentido fuerte de esa palabra) desarrollo
de las fuerzas productivas del capital, que serán apropiadas por el ser humano.
Pero justamente, como ese impresionante progreso no es neutro, ni beneficia a
todas las clases (sino que efectivamente es también progreso contra el ser
humano), el comunismo debe cuestionar todo, absolutamente todo. No basta con la
destrucción de las relaciones de producción capitalista, sino que resulta
indispensable cuestionar absolutamente todas las fuerzas de producción
existentes e irlas sustituyendo en la medida de que sea posible. En efecto,
desde el pan que comemos hasta la máquina más perfeccionada, desde el último
computador hasta el tractor, desde el hospital a la escuela, desde el armamento
hasta las oficinas, desde las casas a los cuarteles…, todo lo que asume o
asumió la forma mercantil está necesariamente marcado (concebido) por la
dictadura del capital. Nada, absolutamente nada de este mundo tecnológico es
neutro, todo objeto o medio de trabajo es el resultado de la dictadura de
cientos de años del capital contra el ser humano, del valor contra el valor de
uso, que hacen a estos tan inhumanos. La misma ciencia, verdadero dogma
religioso de la sociedad burguesa (y muy particularmente de la socialdemocracia),
lejos de ser algo que beneficiaría a ambas clases, está, hasta la médula,
determinada por la dictadura del valor en proceso, por la tasa de ganancia del
capital. Por lo que, si bien es cierto que no se puede destruir todo y empezar
de cero, sino necesariamente se parte de lo que se hereda, es indispensable
cuestionar todas las fuerzas productivas que heredará la humanidad del
capitalismo para irlas sustituyendo lo más rápido que se pueda. Es clave, en el
proceso de dictadura del proletariado, la sustitución total de esas fuerzas
productivas concebidas para aumentar la explotación por fuerzas productivas
determinadas por criterios humanos, que no requieran más trabajo, ni más
intensidad del trabajo sino que, al contrario, lo disminuyan y lo tiendan a
suprimir, que estén determinadas por las necesidades humanas, por la buena
salud de los seres humanos (ejemplo alimentación) y no por la ganancia de los
empresarios que hoy contamina todo. Se trata no sólo de abolir la dictadura
social del capital, sino de abolir todo valor de uso que ha sido producido bajo
la dictadura del valor, incluso el más anodino y necesario para los hombres,
porque en su concepción tiene concentrado muchos siglos de opresión, de
dictadura del valor contra el valor de uso. Todo «bien» lleva, en su seno, esa
opresión histórica. Pongamos el ejemplo más banal, el pan[24]
(y no por ejemplo las armas, los contadores de gas o los edificios
de bancos, las cárceles, los parlamentos… ¡que se trata simplemente de abolir
lo más rápido posible!) no sólo está contaminado por los pesticidas, herbicidas
y otras porquerías químicas que se le pone al trigo, a la levadura y al pan
mismo, en su proceso final, por ejemplo, para conservarlo, para transformarlo,
para venderlo, sino que no está concebido en función de las necesidades humanas
sino de ganar lo más posible: en su concepción no entra por ejemplo la
necesidad de consumir fibras, ni de que sea un producto verdaderamente fresco
(sino que parezca: conservantes, colorantes, preservativos…), que corresponda a
la evolución histórica del aparato digestivo humano (incompatibilidad cada vez
más generalizada con el gluten, degeneración de los cereales, etc.). El pan no
se ha ido modificando, a través de los siglos, en función de las necesidades
humanas, sino, bien por el contrario, en función de la rentabilidad del capital
que produce y distribuye el pan (no de todo el capital, ejemplo reducción del
valor de la FT). Por ello ha «mejorado» únicamente como soporte del valor
valorizándose. El valor de uso se ha ido adaptando a las necesidades de la tasa
de ganancia, es decir que en ese mismo proceso ha empeorado como pan, como
valor de uso de la humanidad. Este ejemplo permite ver hasta que punto la
dictadura de la tasa de ganancia se concreta en la «putrefacción», en el
degeneramiento de la cosa misma. Por ello, la dictadura del proletariado tiene
que cuestionar todos los valores de uso aplicando, en forma consecuente, esos
dos criterios de base en todos los sectores productivos: dictadura total de lo
que el ser humano requiere y menos trabajo. Es decir que la destrucción de la
dictadura del valor tiene que llevarse a las últimas consecuencias, destruyendo
toda aquella herencia. O como decía Engels, sobre el Estado, sólo podrán
conservarse los valores de uso de la sociedad actual, «en los museos de la
historia».
El comunismo es ese movimiento histórico de
contraposición a la sociedad del capital y, como tal, es heredero de toda la
resistencia de la humanidad contra las sociedades de clase. Desde la resistencia
de la comunidad primitiva contra la explotación y opresión, a la resistencia de
los esclavos contra la esclavitud (y/o la lucha de otras clases explotadas y
oprimidas contra sus explotadores y opresores, luchas que fueron diferentes
según las diversas regiones del mundo), a la lucha del proletariado contra el
capital hay una línea invariante de objetivos y medios, y sólo puede superarse
como revolución comunista mundial. En contraposición con eso, la
socialdemocracia es heredera de todas las clases dominantes del pasado, que han
presentado su progreso como el progreso de toda la humanidad[25].
En coherencia con eso, los progresistas socialdemócratas ven el pasado con ojos
racistas y civilizadores porque como progresistas son los herederos de los
colonizadores, de los conquistadores que, junto con la espada, llevaron la cruz
y la biblia de los inquisidores a todo el planeta. A veces lo reconocen así, a
veces no. La socialdemocracia siempre discutió si era buena o mala la
colonización, hubo fracciones que protestaron y algunas que se opusieron, pero
nunca hicieron una verdadera lucha abierta contra la burguesía y el Estado de
las potencias colonizadores. Además, la socialdemocracia siempre se definió a
favor del carácter civilizador del capital, siempre defendió la separación
histórica entre la comunidad humana y los medios de vida, es decir la
expropiación de las comunidades primitivas, en nombre del progreso. Ese
progreso, que permitió el asalariado, lo defendieron todos, desde Bernstein a
Kautsky, desde Erbert a Lenin, desde Proudhom a Abad de Santillán, desde Stalin
a Mao, desde Trotsky a Fidel Castro, desde Ho Chi Min a Rocker… Lo que ocultan
o relativizan, con sus apologías del desarrollo de las fuerzas productivas del
capital y la famosa «necesidad de las tareas democrático burguesas», es que ese
progreso siempre se hizo y se hace a sangre y fuego, que ese progreso significa
millones de muertos en todas partes, que contra ese progreso resistieron
nuestros compañeros «comunistas primitivos», que el proletariado se constituyó
como clase, no en base al apoyo a ese progreso, sino peleando, resistiendo
contra él con todas sus fuerzas. ¡Que el proletariado se constituyó en clase e
intentó conformarse como partido y fuerza autónoma, en una lucha a muerte
contra el progreso del capitalismo! Lo que ellos piden es que el proletariado
renuncie a esa resistencia, que acepte el progreso de sus enemigos. ¡Pero como
no lo hace, lo reprimen! ¡Como no acepta, lo mandan a los campos de
concentración! La socialdemocracia no se siente nunca heredera de esa
resistencia histórica. Al contrario, los socialdemócratas se sienten mucho más
afines con los defensores de la «revolución francesa»[26],
síntesis suprema de realización de las tareas democráticas que ellos se
encargan de imponer al proletariado. Nunca se solidarizaron con quienes
lucharon en todo el mundo contra los efectos civilizadores del capital.
La contraposición programática entre comunismo y
socialdemócrata que constatamos hoy es, en el fondo, la misma que hubo en toda
la historia del capitalismo. El primero luchando contra la separación histórica
entre el ser humano y sus medios de vida y por lo tanto contra toda
explotación. La segunda afirmando esa separación, a favor del progreso, del
trabajo, de la explotación. La humanidad resistiendo al permanente aumento
histórico del tiempo y la intensidad de trabajo, la socialdemocracia llamando
al progreso, al desarrollo del trabajo asalariado y al trabajo mismo.
§§§
La globalidad programática,
que acabamos de resumir, es el producto histórico del desarrollo de la
socialdemocracia como partido, y contiene, a su vez, otro conjunto de
determinaciones derivadas, incluidas, en la misma, que esquematizaremos aquí[27]
para terminar de caracterizar ese partido.
·
Así,
esa política implica necesariamente la política del mal menor[28]
que, en los hechos, consiste en oponerse a la revolución social en nombre del
«realismo», en nombre del posibilismo. Así, todo cuestionamiento, que va a la
raíz de la sociedad, es rechazado en nombre de las «condiciones realmente
existentes». Es esencial e invariante, en la socialdemocracia, el decir que
«las condiciones para hacer la revolución no están dadas». ¡Nunca están dadas!
Y por lo tanto hay que preferir el menor de los males, es decir aceptar
la política reformista del capital o, en el caso de los más radicales, en
nombre de la revolución de mañana luchar por las reformas hoy.
·
Evidentemente
esto está ligado a todo un esquema de preferencia burgués, cuyo principal
objetivo es la liquidación de la lucha del proletariado por la revolución y su
transformación en lucha interburguesa: se prefiere la izquierda a la
derecha, el progresismo al conservadurismo, lo demócrata a lo dictatorial, lo
republicano a lo fascista, lo popular a lo aristocrático, la liberación nacional
al imperialismo[29]…
Desde el punto de vista comunista, lo importante no es discutir, en cada caso,
si esto es realmente más o menos malo que aquello, si tal o cual político o
política será mejor o peor para los proletarios, sino denunciar la esencia de
esa zanahoria: llevar al proletariado a luchar por intereses que no son
los suyos, sacarlo de la lucha revolucionaria y hacerlo servir de carne de
cañón no sólo en tal o cual lucha burguesa, sino hasta de todas las guerras
imperialistas en donde, siempre, se podrá argumentar que uno u otro campo es
mejor que el otro.
·
El
posibilismo, el mal menor, el cuadro de preferencias burgués determina otra
característica esencial de la socialdemocracia: el frentismo. Como la
política exclusivamente revolucionaria, exclusivamente proletaria nunca «es
realista», siempre «es utópica», como la insurrección es, siempre según
ellos, «puro aventurerismo político», siempre es necesario saber
renunciar a «ir por el todo», a la lucha final. ¡Como en España en que la CNT,
en el momento clave de junio del 36, decide no ir por el todo sino ingresar al
comité de milicias antifascistas! Someterse a la colaboración interclasista,
primer estribo para montar al Estado, antes de la integración total al mismo.
La argumentación posibilista se presenta invariantemente como vía para
conquistar aliados, para ir a las masas, para ser creíble, para no asustar a
los timoratos, para desarrollar el frente más amplio posible con otros sectores
sociales. El frentismo es el complemento indispensable de esa política de
renunciación, de mal menor, de supeditación de los proletarios a la democracia,
a la burguesía, al frente democrático, al frente popular, al frente único, al
frente antiimperialista, al frente unido…
·
El
apoyo a la llamada liberación nacional es en realidad una forma
particular de frentismo, en nombre del progreso del capital (nacional) y la
oposición a tal o cual imperialismo se llama a hacer un frente con tal o cual
fracción de la burguesía. La liberación nacional es un anzuelo que busca
enganchar al proletariado en un frente nacional para usarlo como carne de cañón
en la guerra imperialista[30].
·
Se
puede decir que en la práctica todas las zanahorias son buenas para
sacar al proletariado de su terreno de clase, de su práctica revolucionaria.
Todo reclamo económico o social, transformado en «algo más realista», en
reforma, puede servir para hacer marchar al proletariado, bien sometidito, como
el burro detrás de la zanahoria; toda la cuestión es la capacidad de
neutralización de la crítica radical y de convocación hacia el cambio
reformista. La socialdemocracia tiene invariantemente como objetivo la
liquidación de la autonomía del proletariado, su transformación en base de
apoyo de tal o cual fracción burguesa progresista, y/o de un capitalismo con
jeta o careta algo más humana.
·
Cuando
ese objetivo no se logra cabalmente, cuando no se logra someter el proletariado
a esas zanahorias más clásicas para destruir la autonomía de clase, cuando no
se lo logra encuadrar en el posibilismo y el realismo politicista, cuando
resulta difícil transformar al proletariado en furgón de cola de tal o cual
frente, se utilizan otros mecanismos más sutiles pero que tienen exactamente
los mismos objetivos. Un ejemplo de ello es la política del apoyo crítico.
Así cuando no se logra que los proletarios apoyen un régimen social que los
explota y oprime, cuando salta a la vista que la explotación y la represión
aumentan, cuando las críticas proletarias son inevitables, se recurre a un tipo
de formalismo crítico que disimule el apoyo, al «apoyo crítico» (que, aunque a
menudo nos olvidamos, siempre debiéramos escribir entre comillas, porque así lo
llaman, aunque lo de «crítico» queda reducido, en la práctica, a una cuestión
de oportunidad). Concretamente se argumenta que «lo otro» podría ser mucho
peor, que esta opción, aunque no es la buena, es mejor que la otra, que por eso
«hay que apoyarla críticamente», «que hay que preservar los logros», que «no
hay que hacer el juego de la derecha», que no se debe «entrar en el juego del
capitalismo» buscando, así, que las críticas queden en un cuadro respetable, no
revolucionario. Fue así que el trotskismo (y otros socialistas influenciados
por ellos) logró atenuar y canalizar políticamente una parte importante de las
críticas que se hacían al poder en Rusia: no había que «hacerle el juego al
capitalismo», «había que preservar los logros de la revolución». Esa
concretización política del mal menor y del apoyo crítico, que se expresa
también en los frentes únicos, que funcionan como anzuelos de los frentes
populares, genera la confusión general y funciona como enganche de izquierda
para el apoyo del statu quo. Ese hermano menor del estalinismo, que es el
trotskismo, se contrapuso terminantemente a la denuncia del carácter capitalista
del estado en Rusia y dividido, entre su ala de derecha y su ala de izquierda,
apoyó «críticamente» toda la política de su hermano mayor (¡big brother!)[31].
Es difícil decir si, de no existir esta política de canalización política de la
contradicción social, el proletariado hubiese tenido la fuerza de reemprender
el camino de la revolución, pero es seguro que, desde el punto de vista de la
dominación, esa política de apoyo crítico es una colaboración decisiva para su
reproducción, y no es exagerado decir que si el trotskismo en Rusia no hubiese
existido, Stalin hubiese tenido interés en inventarlo. ¡Aunque más no sea para
atribuirle todos los fracasos y sabotajes que, contra la producción burguesa,
hacía el proletariado! ¡Hasta en esto había complementariedad entre los
hermanos! Al acusar a todo saboteador de trotskista, se impedía la unificación
de los verdaderos saboteadores del capitalismo, en su lucha por la revolución
social.
·
Pero
el apoyo crítico no es utilizado solamente en ese caso extremo, también sirve
de complemento de izquierda de cualquier política frentista. Todo frente
popular, todo frente antifascista, todo frente «antiimperialista», tiene sus
apoyadores críticos. Son una especie de brigada de reclutadores de los
desconformes. Son los que impiden que la ruptura llegue a su raíz. Son los que
más posibilitan que la crítica radical y total de esos frentes, de
encuadramiento burgués de los proletarios, sean denunciados por lo que son. El
trotskismo, que formalmente se opone al frente popular en nombre de otro frente
(¡el «frente único» con la socialdemocracia, que en el fondo es otro frente
popular!), con su táctica de «apoyo crítico» aportó una enorme contribución a
la sumisión generalizada del proletariado, a la desaparición de la autonomía de
clase, a su transformación en carne de cañón de la guerra imperialista en
Europa y en el mundo entero.
·
Además,
los trotskistas no son los únicos apoyadores críticos. ¡Cuántas veces en nombre
del anarquismo se apoyó a los defensores del Estado! ¡Cuántas veces en nombre
del comunismo se llamó a la defensa de las medidas económicas de tal o cual
gobierno invocando el apoyo crítico! ¡El antifascismo mismo, que desde hace ya
80 años es el modelo de frentismo y de reclutamiento de proletarios para la
guerra imperialista, siempre funciona con apoyadores críticos que se dicen
marxistas leninistas, anarquistas, comunistas, trotskistas, libertarios! La
Segunda Guerra Mundial, que comenzó con la liquidación de la tentativa
revolucionaria en España y su transformación en guerra fascista antifascista,
fue un modelo en ese sentido. La CNT, en nombre del mal menor y del apoyo
crítico al antifascismo, colaboró en la liquidación del proletariado
revolucionario en España y también en la guerra imperialista. Esa es una
historia emblemática de cómo transformar la lucha del proletariado por sus
intereses en su exacto contrario, lo que, como se sabe, terminó con la
transformación de los proletarios en carne de cañón que entronizó mundialmente
a Stalin, Churchill y Roosvelt. ¡Si será útil el mal menor, el apoyo crítico,
el frentismo… que ha logrado, en nombre del comunismo y del anarquismo,
disolver la fuerza del proletariado e imponer la mayor sumisión de clases de la
historia! Si hoy sigue utilizándose tanto el cuco del fascismo (¡hasta el
extremo de inventar cualquier cosa para darle veracidad!) es porque ningún otro
frente burgués histórico logró tanta adhesión como el antifascista, porque es
el ejemplo supremo de totalitarismo e integrismo democrático.
·
Lo que
la socialdemocracia presenta como táctico, el mal menor, el frente…, es en
realidad estratégico. Lo supuestamente estratégico, el socialismo, la
revolución, pasa a constituir en realidad un conjunto de principios ideales que
sirven de anzuelo, pero que no tienen, ni tendrán, nunca una concreción. Así,
es en nombre del comunismo o el anarquismo, por los que luchan los proletarios,
que los partidos, que se autodenominan de esa manera, llaman a preferir tal o
cual fracción de la clase dominante, tal o cual política o grupo de poder.
Claro que eso siempre se hace en nombre de la táctica, se declara que el
objetivo final sigue siendo el comunismo o el anarquismo. Pero así, se puede
pasar toda la vida esperando que al fin se luche por el objetivo final. En
realidad la socialdemocracia nunca lucha por ese objetivo final, nunca llama a
los proletarios a esa lucha, lo que, contrariamente a lo que se declara,
muestra que el mismo no es para nada su objetivo, sino más bien un anzuelo para
que se apoye, críticamente o no, a todos los males menores que nos proponen.
Esa es la historia de la izquierda burguesa, podrán pasar 100 o 200 años,
siempre es, y será, en nombre de ese futuro inalcanzable, que la
socialdemocracia engancha proletarios hoy, para limpiarle las botas a tal o tal
fracción de la clase dominante.
·
El dualismo
entre principios y táctica, entre programa máximo y programa mínimo, entre
histórico e inmediato, entre político y económico… está omnipresente en todas
las teorías, todos los discursos, todas las maniobras, todas las explicaciones
socialdemócratas. El principal de todos esos dualismos es cuando claramente nos
dicen, como Ebert y Lenin, que citamos antes, que hay que desarrollar el
capitalismo (¡de Estado o no!) en nombre del socialismo, que gracias a ese
desarrollo podremos lograrlo después. Toda la obra de Lenin es, como resumimos
luego, la apología de la táctica, de la maniobra, de la capitulación, del apoyo
o el compromiso con tal o cual fracción de la burguesía, de la oportunidad, de
las bondades del capitalismo y de trabajar lo más posible en nombre de
preservar «el socialismo» o la «patria socialista» que, en los hechos, sólo
funciona como anzuelo adonde se fueron a ensartar todos los que lo siguieron.
·
Pero
en general es menos explícito y directo. Cuando es sutil puede tener hasta
decenas de mediaciones antes de llegar a los mismos objetivos. En nombre
del socialismo, se llama al apoyo crítico de tal frente, en nombre de ese
frente a apoyar un gobierno y el Estado, en nombre de ese gobierno y ese Estado
en colaborar al envío de tropas de pacificación de la ONU a tal o cual país. Es
imponente con la facilidad con que se utiliza, así, a los proletarios como
carne de cañón, es imponente con la facilidad con que se moviliza por objetivos
completamente contrarios a lo que se decía defender, es imponente el grado de
especialización de los líderes socialdemócratas en este tipo de
«táctica». En nombre de las necesidades de los trabajadores se llama a la
defensa del salario, en nombre del salario se llama a la defensa de la fuente
de trabajo, en nombre de esa fuente de trabajo se llama a ser comprensivo con
la necesaria rentabilidad de la empresa y de la economía nacional, en nombre de
la rentabilidad de la empresa y de la economía nacional a hacer sacrificios, en
nombre de todo eso se termina invariantemente utilizando a los proletarios como
base de apoyo de la burguesía nacional y carne de cañón de la guerra
imperialista.
·
Justamente
todo aquel dualismo no tiene otro objetivo que ese, que sacar al proletariado
de su terreno de clase y llevarlo a defender los intereses del capitalismo y la
economía nacional. Es clave, en la dominación de clase, este oscurecimiento de
los objetivos. Desde el punto de vista revolucionario, la cuestión es bien
simple en todos los casos, países, épocas, circunstancias… los intereses de los
explotados y los explotadores no sólo son diferentes, sino opuestos,
antagónicos. Como no se puede negar que el capitalismo y el comunismo son cosas
diferentes (¡aunque tampoco faltaron quienes en nombre del comunismo dirán que
no son tan diferentes![32]),
la clase dominante debe necesariamente introducir estas dicotomías. «El
“renegado” Kautsky y su discípulo Lenin»[33]
lo confesaban, cuando consideraban diferentes los intereses inmediatos e
históricos por los que luchaba el proletariado, y que era la socialdemocracia
la que aportaba la conciencia socialista, que era un producto de la ciencia:
¡la famosa introducción de la conciencia de clase desde afuera, por parte de
los intelectuales y científicos, de toda la socialdemocracia y el leninismo, es
precisamente esto! Es así que nos dirán que en el futuro lucharemos por el
socialismo y/o el anarquismo pero que ahora, por cuestiones prácticas,
tácticas, inmediatas… o como carajo lo llamen… hay que hacer justo lo contrario
y apoyar a tal o cual política capitalista. «No, ahora no hay condiciones para
imponer el programa máximo, por lo tanto luchemos por el programa mínimo…», «Es
verdad que este gobierno es burgués pero debemos apoyarlo porque es menos malo
que el fascismo», «Ahora no podemos exigir aumento de salario»…
·
A la
claridad y unicidad del programa comunista se opone la oscuridad y dualismo del
programa socialdemócrata. Nosotros proletarios, no tenemos diferentes intereses
económicos y políticos. Nuestros enemigos sólo pueden asegurar la dominación
dividiendo y oponiendo ideológicamente lo que es una unidad. Si los proletarios
se aferran a sus propios intereses, necesariamente luchan contra el capital y
el Estado y, aunque no lo sepan, o sólo lo sepa una pequeñísima minoría de
entre ellos, están necesariamente luchando por la revolución comunista. El
dualismo entre programas, entre táctica o estrategia, entre tal o cual aspecto
del programa, no puede venir, en absoluto, del proletariado, sino de la
dominación ideológica de la burguesía y, prácticamente, reproduce esta
dominación. La dualidad no está en los intereses del proletariado, ni en su
programa, ni en su propia vida. En todos los casos su interés es único y
contrapuesto siempre a todo el capital, a todas sus fracciones. El hecho de que
se pueda presentar tal o tal programa, táctica, principio, frente… como bueno
para el proletariado, al mismo tiempo que se le pide sacrificios, es
necesariamente algo que proviene de la clase dominante. Contrariamente a lo que
dicen los socialdemócratas, como Kautsky o Lenin, en su defensa de la
introducción, en la clase, de la conciencia socialdemócrata, el interés
económico del proletariado es el mismo que su interés político, la verdadera
lucha por sus intereses económicos es una lucha revolucionaria. Por ello esa
introducción ideológica socialdemócrata, desde el exterior, desde la ciencia,
desde ese dios de la socialdemocracia, es necesariamente antagónica con la
totalidad de los intereses del proletariado.
·
Así,
nuestro interés es resistir a todo aumento de la tasa de explotación; esa lucha
es inseparable de la lucha contra la explotación misma y por su supresión.
Mientras el capital tiene siempre interés en aumentar la explotación, gracias a
lo cual puede contrarrestar el aumento de la tasa de ganancia, el interés
económico del proletariado es siempre luchar contra ese aumento. Ahora bien, es
imposible pedirle a los proletarios que luchen contra sus propios intereses,
por eso la socialdemocracia, como todo partido de la clase dominante, cuando se
dirige a los explotados tiene por objetivo convencerlos de que es imposible
luchar contra todo el capital y el Estado y, consecuentemente con ello,
convencerlos de que, aunque los objetivos finales (o políticos, o
principistas…) son tales y cuales, hoy lo mejor es, precisamente lo contrario.
Sólo así, en nombre del socialismo, se lo podía y se lo puede reclutar para
apoyar el desarrollo del capitalismo.
·
Este
fenómeno ha hecho creer, a muchos revolucionarios, que la socialdemocracia no
defiende los intereses históricos del proletariado, pero sí sus intereses
inmediatos; y justifican, así, el papel histórico del sindicalismo. Ello es
absolutamente falso, la socialdemocracia y el sindicalismo nunca defienden los
intereses del proletariado, sino su recuperación estatal; y la confusión
proviene de confundir la reivindicación con la reforma, el reclamo proletario
inmediato, que una lucha expresa, con lo que los patrones o el estado están
dispuestos a conceder: la reforma.
Formalmente, el marxismo
leninismo es una invención de Stalin, consagrada como religión de Estado, a
partir de la muerte de Lenin. El fastuoso entierro de Lenin, organizado por
Stalin, y el culto a la personalidad de aquel será la forma elegida de
presentar, ante las masas arrodilladas, esa «nueva» ideología, verdadera
religión de Estado. El marxismo leninismo es la ideología que desarrolló el
Estado capitalista ruso, dirigido por el estalinismo, para regentar «el
movimiento comunista mundial», en función de las decisiones de los dirigentes
del Estado ruso y de los intereses del capital imperialista centralizado en ese
país.
Sin embargo, la política que
caracterizará al Estado ruso, desde la toma del poder bolchevique, y la
imposición de la política «leninista» o bolchevique, a los grupos y partidos
que iban rompiendo con la socialdemocracia, existe desde la consagración de los
bolcheviques como sinónimo de los verdaderos revolucionarios, fenómeno operado
desde la insurrección de octubre y la idealización del papel que los
bolcheviques habrían desempeñado en la misma, que se expandirá por doquier. Es
en esa medida, que puede hacerse extensiva la denominación de leninismo,
bolchevismo o marxismo leninismo (que podemos considerar como sinónimos), a esa
política inaugurada con Lenin en el poder. Es así que utilizamos dicha
denominación aquí, desde que Lenin mismo gobierna, dándole así un carácter más
general, que nos parece totalmente pertinente, incluso antes de que se
consagrara formalmente la misma, a la muerte de Lenin.
Si el marxismo ya había sido una ideología de
completa falsificación de la obra de Marx (que llevó a declarar al propio Marx:
«yo no soy marxista»), para afirmar la concepción socialdemócrata de partido,
que en nombre del socialismo pusiera al proletariado al servicio del capital,
el leninismo y el marxismo leninismo pasarían a ocuparse de las franjas más
activas del proletariado en lucha por la revolución social, particularmente de
aquellas que se denominaban comunistas (y que de alguna forma habían iniciado
una ruptura con la socialdemocracia formal), con el mismísimo objetivo de
ponerlas al servicio del capital y el Estado.
Como
el resto de la socialdemocracia, el marxismo
leninismo llama revolución socialista o comunista, no a la
destrucción del
capitalismo, a la abolición del trabajo asalariado y las
relaciones de
producción mercantiles, sino por el contrario, a la toma del
poder político
para la realización de un conjunto de reformas
económicas. Ese dualismo
político y económico corresponde, evidentemente, al
dualismo de siempre de la
socialdemocracia, del que hablamos antes. Lenin mismo definió
todo su programa
«comunista» en su célebre frase: «El comunismo
es el Poder soviético más la electrificación
de todo el país»[34].
¡En toda la obra de Lenin, como en la de Stalin o en general de otros
socialdemócratas, no hay nada, absolutamente nada, concreto en cuanto a la
destrucción de la dictadura del valor, el dinero, la mercancía; nada claro y explícito
en cuanto a la abolición concreta de las relaciones de producción y explotación
propias a la sociedad burguesa! Contrariamente a la apariencia de radicalidad
que el leninismo tuvo en su época, su concepción de la revolución socialista es
completamente reformista, contrarrevolucionaria. Se reduce a tomar el poder
para modernizar el capitalismo y, complementariamente con ello, se estatiza, es
decir se hace pasar la propiedad privada (jurídica, formal) a manos del
gobierno. Ese tipo de reforma nacional fue lo que inició el leninismo y terminó
de concretar el estalinismo en Rusia, lo que en los hechos fue la forma que
encontraron de reorganizar y modernizar las relaciones de producción
capitalistas. El marxismo leninismo, como ideología, sirvió para presentar esa
modernización, en nombre de Marx y de Lenin, primero, como un paso hacia el
socialismo (sin olvidar que para Lenin paso al socialismo y desarrollo del
capitalismo es lo mismo), luego, con la ideología del socialismo en un solo
país, como el «socialismo» mismo. Así, el «socialismo» pasó a ser en todo el
mundo sinónimo de un desarrollo acelerado del capitalismo, basado
principalmente en el trabajo, en la apología del elemento trabajo y trabajador
del capitalismo. Aunque la generalización de los campos de concentración, los
campos de trabajo forzado (¡qué Rusia desarrolló antes que Alemania!) se
ocultaron, especialmente frente al exterior, fueron el elemento esencial del
marxismo leninismo y de la construcción del «socialismo» en el mundo. Toda la producción
de la Unión Soviética y su potencia en la competencia inter-imperialista era
función de forzar al máximo el trabajo en todas las ramas productivas. Dada la
diferencia comparativa tecnológica desfavorable a Rusia con respecto a otras
potencias, ese tipo de desarrollo capitalista, en donde predomina la plusvalía
absoluta (aumento de la extensión y de la intensidad del trabajo), es el único
que el estalinismo logró realizar. Los campos de trabajo forzado como realidad
económica y como amenaza generalizada marcaron el ritmo y las fluctuaciones de
la gestión de la explotación y las aceleraciones y crisis de la producción
«socialista». Si llamarle a esa monstruosidad capitalista «socialismo» fue una
invención genial de la contrarrevolución marxista-leninista, es decir del
Estado estalinista (ese país de la «mentira desconcertante»), se comprende
enseguida que dicha denominación fue acogida con complacencia por la burguesía
mundial. Nada le había dado tantos beneficios a la clase dominante mundial para
dominar a sus esclavos asalariados. ¡Este fue el mayor negocio capitalista del
siglo XX!
Contra el comunismo, la socialdemocracia presenta,
invariablemente, las nacionalizaciones y estatizaciones como parte del programa
socialista, y hasta como la cuestión central del pasaje al socialismo. Contra
los comunistas de izquierda en su propio partido, que denunciaban el desarrollo
del capital y las estatizaciones como tendencias al capitalismo de Estado,
Lenin defendió abiertamente al capitalismo de Estado, como un paso hacia el
socialismo. Como el concepto mismo de revolución, sustentado en la
destrucción de las relaciones sociales basadas en el valor, es ajeno al
proyecto leninista, es totalmente lógico que para Lenin no haya mucha
diferencia entre capitalismo de Estado y socialismo (ni en general entre
capitalismo y socialismo), o que la misma se reduzca a quien tiene el poder. De
ahí que para los leninistas todo es cuestión de «toma del poder» y nunca de
destrucción del poder del capital. ¡Como si el poder fuese algo que se toma y
se usa para otra cosa! ¡Como si el Estado fuese sólo un instrumento! ¡Como si
la revolución proletaria fuera una mera revolución política! Es lógico también
que, a la muerte de Lenin, se haya dado el pasito final llamándole «socialismo»
a ese capitalismo jurídicamente estatizado[35]
y que, luego, el marxismo leninismo fuera la doctrina general de todo lo que se
autoproclamó «campo socialista».
El marxismo leninismo en la URSS será simplemente
este desarrollo del capitalismo efectuado en nombre de la «gran revolución de
octubre». Todo lo que no coincide en absoluto con lo que Marx había indicado
como socialismo, se explicará aduciendo que Marx está superado por la teoría de
Lenin y luego de Stalin, que corrigieron los errores de aquel. Más aún, el
estalinismo globalizará, así, una nueva teoría (en realidad una modernización y
adecuación de la teoría socialdemócrata presentada como nueva), en la cual el
dualismo, propio a la socialdemocracia e imprescindible para poner al
proletariado al servicio de la contrarrevolución estalinista, será presentado
como la teoría del marxismo modernizada, como la teoría del marxismo corregida
por Lenin y Stalin y aplicable a la época imperialista. La teoría de lo nuevo,
de que la época había cambiado, de que el capitalismo había cambiado pasando de
su fase competitiva a su fase monopólica, imperialista[36],
fue la clave del leninismo y de la revisión general de la teoría de Marx que
culminaría con el estalinismo. Todo lo que no coincide con Marx sería explicado
por el leninismo y luego por el estalinismo, no como resultado de su propio
revisionismo, sino justificado por el cambio de época. Lenin tenía siempre en
la boca la expresión «Marx no pudo haber previsto que…». Merece destacarse el
hecho de que la teoría de Lenin, sobre el imperialismo como Estado supremo del
capitalismo, tiene como fuentes, reconocidas por Lenin mismo, la derecha
revisionista de la socialdemocracia, particularmente del libro de J.B. Hobson El
Imperialismo (1902) y del de Hilferding El Capital Financiero
(1912). Dicha concepción, que Lenin reproduce, y que es la de los principales
jefes socialdemócratas, es dominante en los Congresos socialdemócratas de
Chemnitz y de Basilea. Como se sabe, la platónica denuncia del imperialismo,
que toda la socialdemocracia efectuó en esos y otros congresos, no le impidió
ser el partido con mayor capacidad de reclutar proletarios para la guerra
imperialista iniciada en 1914.
El reformismo mismo es defendido por Lenin,
utilizando ese procedimiento revisionista, afirmando que «ahora» la relación
entre reforma y revolución es diferente a la que había establecido Marx. «Sólo
el marxismo ha definido con exactitud y acierto la relación entre las reformas
y la revolución, si bien Marx tan sólo pudo ver esta relación bajo un aspecto,
a saber: en las condiciones anteriores al primer triunfo más o menos sólido,
más o menos duradero del proletariado aunque sea en un solo país… Después del
triunfo del proletariado, aunque sea en un solo país, aparece algo nuevo en la
relación entre las reformas y la revolución. En principio el problema sigue
planteado del mismo modo, pero en la forma se produce un cambio, que Marx,
personalmente no pudo prever, pero que sólo puede ser comprendido colocándose
en el terreno de la filosofía y de la política del marxismo… Hasta el triunfo
del proletariado, las reformas son un producto accesorio de la lucha de clases
revolucionaria. Después del triunfo, ellas (aunque a escala internacional sigan
siendo el mismo “producto accesorio”) constituyen, además, para el país en que
se ha triunfado una tregua necesaria y legítima en los casos en que es evidente
que las fuerzas, después de una tensión extrema, no bastan para llevar a cabo
por vía revolucionaria tal o cual transición»[37]
En vez de la contraposición clara entre reforma y revolución, Lenin, diciendo
que «Marx no lo previó, ni lo podía prever», sostiene que el reformismo
sería una especie de ayuda de la revolución, de repliegue indispensable para
que la revolución avance, con lo que podrá justificar cualquier cosa.
Junto con ese argumento, de lo que Marx no había
previsto, el leninismo reafirmará toda la ideología socialdemócrata de la falta
de condiciones para realizar la revolución, del atraso generalizado de las
condiciones económicas y la conciencia de las masas. Toda la política
contrarrevolucionaria se justificará diciendo que el atraso de las masas no
permite otra política. En Rusia, todo lo contrarrevolucionario se justificará
por el atraso del país o de la falta de conciencia de las masas, ocultando
tanto la potencia del capitalismo en ese país como la fuerza y consecuencia que
había mostrado el proletariado en la lucha. Así, para Lenin, no se podía pasar
del capitalismo al socialismo en Rusia por el atraso de las masas: «No cabe
dudas de que en un país donde la inmensa mayoría de la población está formada
de pequeños productores agrícolas, sólo es posible llevar a cabo la revolución
socialista a través de toda una serie de medidas transitorias especiales, que
serían completamente innecesarias en países de capitalismo desarrollado, donde
los obreros asalariados de la industria y de la agricultura constituyen una
mayoría aplastante… Sólo en países donde esta clase se halla desarrollada en
grado suficiente, el paso directo del capitalismo al socialismo es posible…»[38]
Y luego, para defender la necesidad de restablecer el comercio, que el
proletariado insurrecto había comenzado a destruir, Lenin insiste en que no se
puede pasar al socialismo y que es indispensable más capitalismo: «…no es
posible retener el poder proletario en un país increíblemente arruinado, con un
gigantesco predominio de los campesinos, igualmente arruinados, sin ayuda del
capital (sic), por la que, lógicamente cobrará intereses desorbitados»[39].
¡Con el argumento del atraso, el leninismo hace pasar al capital como si fuese
algo neutro, como si se tratara de una cantidad de dinero, o de
tecnología, que podría ayudar al socialismo y no como lo que es: una relación
social de explotación y dominación que liquida toda posibilidad de socialismo!
Pero, junto con la importancia de la ola
revolucionaria en todo el mundo y la imagen que adentro de la misma se va
forjando la revolución proletaria en Rusia, el marxismo leninismo adquirirá una
importancia mundial, no sólo como ideología para encuadrar a capas radicales
del proletariado, sino como dirección formal del proletariado. En efecto, será
esa dirección rusa que liquidará la fuerza revolucionaria del proletariado que,
con muchas dificultades, se había ido constituyendo como fuerza afuera y contra
la socialdemocracia.
Como es sabido, la ruptura con la política
contrarrevolucionaria de la socialdemocracia, que desarrolló el proletariado en
todo el mundo desde principios de siglo XX y que puso el capitalismo en
cuestión (México, Rusia, Hungría, Alemania…), se expresó también en núcleos o
grupos de militantes que llamaban a la ruptura total con la socialdemocracia,
especialmente cuando la participación de ésta en la carnicería imperialista (en
nombre del socialismo, del comunismo, del anarquismo…) dejó en evidencia el
carácter contrarrevolucionario de aquel partido. Esa ruptura, que existió a
diferentes niveles en todos los países, tenía por objetivo la constitución del
proletariado en partido aparte y opuesto a todo el orden establecido, y se expresó,
particularmente, en núcleos de revolucionarios que llamaban, en oposición a la
política contrarrevolucionaria y proimperialista de la socialdemocracia, a la
revolución social.
Esa ruptura puede ser
esquematizada así[40]:
1. Contra la política defensista,
socialimperialista y centrista de la socialdemocracia se llamaba a la lucha
abierta contra el capitalismo, contra todos los Estados. Contra la guerra
imperialista, los revolucionarios oponían el derrotismo revolucionario, la
guerra contra «su propia» burguesía y «su propio» Estado en todas partes, la
revolución social mundial. Contra la guerra y contra la paz burguesa, guerra
revolucionaria contra la burguesía y los Estados de todos los países;
revolución comunista mundial.
2. Contra el apoyo al polo progresista del capital
y la defensa de las tareas democrático burguesas, la acción directa contra el
capital, la democracia, el Estado.
3. Contra la división programa máximo programa
mínimo de la socialdemocracia, se luchaba por la defensa de todos los intereses
del proletariado y por la revolución social.
4. Contra la defensa de la democracia, la lucha
contra la dictadura burguesa en todas sus formas.
5. Contra el parlamentarismo, el
electoralismo; la acción directa contra sus explotadores y dominadores
directos.
6. Contra el sindicalismo (contra el economicismo y
el politicismo), la lucha afuera y contra los sindicatos, verdaderos aparatos
del Estado y del reclutamiento imperialista. Esa lucha se concretó en la
creación de nuevas asociaciones proletarias y estructuras revolucionarias
(consejos, soviets, otras organizaciones unitarias, núcleos comunistas … ) en
ruptura total con el capital y el Estado.
7. Contra el colonialismo y la liberación nacional,
en que se dividían los socialdemócratas, la lucha del proletariado contra los
burgueses y los Estados de todos los países.
8. Contra el partido de masas, el partido
electoral, el partido parlamentario; la organización de los comunistas en
núcleos revolucionarios capaces de dirigir el partido y la revolución
comunista.
9. Contra la socialdemocracia formal en todas
partes, organización específica de los revolucionarios.
10. Contra todo frente con la burguesía, contra
todo frente con la socialdemocracia.
11. Contra la utilización del Estado o la toma del
poder del Estado, la destrucción de todos los aparatos estatales y la
destrucción del Estado mismo.
Si nuestro interés fuera el individuo militante
Lenin, podríamos, aquí, entrar a juzgar en qué medida él mismo fue parte
integrante de esa ruptura. Constataríamos que Lenin forma parcialmente parte de
esa ruptura, por su práctica contra la guerra imperialista, su derrotismo
revolucionario, así como sobre la defensa de la revolución violenta, en contra
de la mayoría de los socialdemócratas, incluyendo a sus propios compañeros de
partido. Al mismo tiempo veríamos que Lenin, por su concepción global del
capitalismo y la ideología de las «tareas democrático burguesas», siguió
siendo integralmente socialdemócrata y considerando que en Rusia sólo se podía
hacer una «revolución burguesa». Entraríamos así a preocuparnos de sus
incoherencias y nos concentraríamos en su política fluctuante, vacilante, y
dubitativa en los momentos decisivos (que ¡hasta en pleno período
insurreccional sostuvo la posibilidad de una revolución pacífica!). Pero a
nosotros no nos interesa la práctica contradictoria, y oscilante, del individuo
militante Lenin. Lo que nos interesa, por el contrario, es como el nombre de
ese militante Lenin pasa a asociarse a una práctica social decisiva, a una
concepción que será internacionalmente determinante. Es en ese sentido que sí
nos interesa Lenin, en la medida que su nombre fue ideológicamente asociado a
una visión que impondrá el Estado en Rusia y que dirigirá a los partidos
comunistas en todo el mundo hacia su liquidación. Nos interesa el leninismo, en
la medida en que, así definido, es clave en todo el proceso
contrarrevolucionario del siglo XX, mucho más allá del militante llamado Lenin.
El culto de la personalidad, de quien fuera a su vez presentado como el padre
de la revolución rusa, contribuyó evidentemente a sobredimensionar la
importancia de ese individuo y a darle más fuerza a la política contrarrevolucionaria,
dirigida desde Moscú, desde la fundación de la Internacional Comunista (que
abreviamos en lo que sigue como: «IC»).
Debemos, sin embargo, subrayar que la política
socialdemócrata de los bolcheviques es característica dominante de ese partido desde
siempre y explica las posiciones oscilantes del mismo, desde su constitución y
particularmente durante el proceso insurreccional de octubre de 1917, entre
democracia burguesa y lucha proletaria, entre apoyo a los gobiernos provisorios
o continuidad de la lucha proletaria hacia la insurrección. Al respecto,
nos parece sumamente ilustrativo el tomar los mismos puntos generales de
ruptura en ciernes, que enumeramos antes y que expresaban los sectores más
radicales del proletariado en los años 1917/21, y situar al leninismo en
relación a esa ruptura; primero con Lenin, Trotsky, Zinoviev… a la cabeza del
Estado y de la Tercera Internacional y luego con Stalin como jefe supremo.
1. Esa política derrotista revolucionaria, que
situará a los bolcheviques a la cabeza de la insurrección proletaria en Rusia
junto con otras minorías revolucionarias, es totalmente abandonada, por la
dirección del partido y el Estado, desde los primeros días del poder en base a
la firma de una paz separada con el militarismo alemán[41].
No sólo se traiciona, así, la consigna de «transformación de la guerra
imperialista en revolución comunista mundial», sino que se sacrifica y aísla a
sectores del proletariado que habían hecho o estaban en plena insurrección. Es
una práctica concreta, contra la insurrección proletaria que estaba en plena
gestación en Alemania y una verdadera entrega, del proletariado insurrecto en
Ucrania y otras regiones, a la represión contrarrevolucionaria.
2. El leninismo reimpondrá, desde el principio, la
vieja política socialdemócrata de realización de las tareas democrático
burguesas y desarrollo del capitalismo[42],
tanto en Rusia, bajo la consigna de «control obrero», como en todos los países,
defendiendo el polo trabajo del capitalismo.
3. Tanto en el terreno nacional, en donde se
reclama sacrificios, trabajo y hasta taylorismo, como en el terreno
internacional, en donde los leninistas impondrán la política de entrismo en los
sindicatos; se reintroduce aquella separación entre programas mínimos y máximos
y se defiende abiertamente el minimalismo, el gradualismo, el etapismo, el
reformismo, el desarrollismo, el democratismo...
4. Si bien se critica la democracia como dictadura
del capital, se preconizan diferentes tácticas, en donde se trata diferente a
los diferentes partidos del capital, preconizándose la «táctica de la carta
abierta» y luego del frentismo con diferentes partidos democráticos y
particularmente con la socialdemocracia. La política del leninismo para el
proletariado es, también, la realización de la democracia más democrática
posible «la democracia proletaria es un millón de veces más democrática que
cualquier democracia burguesa»[43].
5. Se considera infantilista la ruptura con el
parlamentarismo. El viejo parlamentarismo socialdemócrata es impulsado ahora
bajo la denominación del «parlamentarismo revolucionario». Fue un verdadero
parlamentarismo, por más salsa Lenin que la IC le pretendió agregar. En la
práctica, el parlamentarismo llevará a liquidar, electoralistamente, a los
partidos surgidos para la revolución. La fase electoralista y legalista, al
mismo tiempo que alejó a los partidos de la acción directa, será sumamente útil
a la represión, para fichar a los cuadros revolucionarios.
6. Contra la ruptura, el leninismo defenderá el
sindicalismo, para lo cual, en muchos casos, utilizará, también, el adjetivo
engañoso de «sindicalismo revolucionario» y llamará, permanentemente, al
trabajo en los sindicatos socialdemócratas.
7. Se proclamará la necesidad, una vez más en
nombre de las tareas democrático burguesas y el «necesario» desarrollo del
capitalismo, de la lucha por la liberación nacional. En los hechos, esta
política no solo implicará el apoyo al nacionalismo burgués, la complicidad con
diferentes fracciones burguesas e imperialistas, sino el abandono de toda
política autónoma proletaria, la liquidación de las minorías comunistas en
todos los países. Subrayamos que esa política, aunque haya sido diseñada para
aquellos países o naciones considerados colonias o semicolonias, se concretará
en una política contrarrevolucionaria de supeditación del proletariado a la
burguesía en todas partes[44].
8. El leninismo, con su política de «ir a las
masas», aplicará la misma y vieja receta socialdemócrata electoralista,
parlamentarista y liquidadora de la organización estrictamente comunista, que
es indispensable en la constitución del proletariado en partido opuesto a todo
el orden establecido.
9. Se buscará hacer innumerables frentes, con la
socialdemocracia formal, y se aconsejará, a las minorías en ruptura, disolverse
dentro de las estructuras y partidos centristas[45].
10. La política frentista funciona en todos los
casos, con el viejo argumento socialdemócrata del mal menor, y conduce a la
defensa de la democracia bajo diferentes formas.
11. El leninismo nunca luchará por la destrucción
del Estado, sino que, por el contrario, defenderá, como la socialdemocracia, la
utilización de aquel para la realización de los intereses proletariados, la
toma del poder; reduciendo así la «revolución» a un cambio político, a un
cambio en la administración del capital.
Luego de la muerte de Lenin, toda esa política será
confirmada por el marxismo leninismo, dirigido por Stalin. La diferencia entre
ambas épocas es que en la época de Lenin se trató, en nombre del socialismo, de
desarrollar el capitalismo en Rusia y se hablaba abiertamente de las supuestas
virtudes del mismo y/o del capitalismo de Estado. En la época de Stalin,
basándose en la consolidación de la estatización jurídica del capital, se dirá
que todo eso es socialismo, que el país es ahora socialista. Es verdad que en
la época de Lenin ya éste hablaba de «patria socialista» o de «socialismo», en
sus discursos y en sus llamados al sacrificio, al trabajo y a la defensa de la
patria; pero frente a la crítica de los comunistas de izquierda, de su propio
partido, Lenin admitirá, claramente, que se trata no de la realidad socialista
de ese país, sino de una fórmula de propaganda. Claro que, incluso, esta
deformación de la realidad, en nombre de la necesidad de la propaganda, este
oportunismo, que hasta el propio Lenin reivindicará, le servirá a la burguesía
soviética, al estalinismo, para la defensa del capitalismo, en nombre de la
teoría del socialismo en un solo país. Los campos de trabajo y de
concentración, que se habían fundado en la época de Lenin, en base de la vieja
ideología de defensa del trabajo, se generalizarían durante toda la época
estalinista, hasta convertirse en característica central de la organización del
trabajo, represión social y desarrollo capitalista en ese país.
Muy rápidamente, retomamos la enumeración de las
rupturas contra la socialdemocracia, que habían caracterizado la época
revolucionaria, para ver como el estalinismo se situó en continuidad con el
leninismo y la socialdemocracia.
1. No queda absolutamente ninguna huella de la
política derrotista revolucionaria. El estalinismo consolidará a Rusia como una
potencia imperialista más, utilizando su poderío militar para dividirse el
mundo con las mayores potencias militares del globo. El mismo hará pactos, con
todas las potencias incluidos los nazis, participará en todas las guerras y
concluirá como abanderado del pacto de Yalta. Como potencia imperialista
reprimirá las revueltas proletarias que se desarrollan en su órbita.
2. Se había pasado de la reorganización del capital
al desarrollo normal y acelerado del mismo, en base a las campañas
stajanovistas (trabajar más tiempo y más intensamente) y a aumentar así, al
máximo posible, la tasa de plusvalía (tasa de explotación).
3. En todas partes se defiende el dualismo
programático que permite el máximo de sacrificio del proletariado y la apología
del trabajo en nombre de tal o tal reforma y/o del «socialismo».
4. No queda nada de la crítica de la democracia
como dictadura del capital. La defensa de la democracia es generalizada, se
sostiene que el socialismo en construcción tiene «la constitución más
democrática del mundo» y, en todas partes, se preconizarán frentes populares
con los demócratas y/o con los nacionalistas (incluidos los fascistas), siempre
con sectores abiertamente burgueses.
5. Se defiende el parlamentarismo en general y se
participa en todo proceso electoral, como siempre lo había hecho la
socialdemocracia.
6. La apología de los sindicatos es general, se
participa en todo tipo de sindicato y otros aparatos estatales.
7. Constituidos en fuerzas del Estado burgués en
todas partes, los PC estalinistas trabajarán, con otros partidos burgueses,
para la consolidación de las liberaciones nacionales y llevar adelante las
guerras imperialistas en nombre del bloque imperialista ruso.
8. Todos los partidos estalinistas se consolidan
como partidos de masa y participan en todos los niveles estatales: los
parlamentos, la represión, las instituciones internacionales, los gobiernos…
9. Los «PC» son partidos totalmente
socialdemocratizados con la única especificidad de responder y defender los
intereses del capital y el imperialismo ruso.
10. Se participa en todo tipo de frentes burgueses
y se reprime a las minorías y en general a los proletarios que rechazan dicha
política.
11. En todas partes los partidos marxistas leninistas son partidos estatales (ídem que en el punto 8).
Los bolcheviques eran, a
nivel internacional, una de las tantas expresiones del proletariado en ruptura
con la socialdemocracia, que se desarrollaban por doquier. Dicha ruptura era
llevada adelante, tanto por grupos que estaban adentro de la socialdemocracia
formal, como por otros que se encontraban afuera de la misma. Pero la ruptura
de los bolcheviques no era la más radical, ni mucho menos. Como vimos, la misma
nunca fue a la raíz de lo que es la socialdemocracia, como partido burgués para
encuadrar a los proletarios. Nunca retomó la crítica que Marx había efectuado
del capitalismo, ni la que había iniciado de la socialdemocracia y sus
programas formales: crítica del valor, del dinero, del trabajo, del progreso,
de la democracia,… y definición del socialismo como la negación generalizada de
la sociedad mercantil (destrucción del valor, del dinero, de la democracia…).
Nunca se situó en la trayectoria histórica de la lucha comunista, de la
resistencia histórica de la comunidad a no ser separada de sus medios de vida;
sino en la línea del progreso, del desarrollo, de las tareas democrático burguesas.
Los bolcheviques, y el propio Lenin, se consideraban como herederos de los
«revolucionarios franceses»; y siempre imaginaron la «revolución rusa» como
continuidad de la revolución francesa y no de la lucha de los indígenas
expropiados, los esclavos… ¡Cantaban la Marsellesa más que la Internacional!
Veían el progreso del capital como el suyo propio y concebían el comunismo no
como la verdadera contraposición humana al capital, sino como su continuación,
como su evolución suprema a lo que solo era necesario agregarle «el poder
obrero», el «poder soviético». La resistencia humana, contra la acumulación
capitalista y el progreso del capital, era, para ellos, un arcaísmo que había
que superar con el desarrollo mismo del capital en el campo. Nunca hicieron una
verdadera crítica del trabajo, sino que sólo criticaban la apropiación de la
plusvalía por los patrones, como toda la socialdemocracia y hasta la izquierda
de la economía política. La revolución, para los bolcheviques, se situaba, así,
no en la esfera del modo de producción, sino en el de la distribución: había
que tomar el poder, para liquidar aquella apropiación. El comunismo es, para
ellos, el desarrollo del capitalismo controlado por ese mismo partido y con una
mejor distribución. El estalinismo, del que reniegan tantos leninistas y/o
trotskistas hoy, no fue más que la aplicación consecuente de ese programa.
Sin embargo, el bolchevismo, el leninismo… desde
1917, adquirió una imagen completamente diferente a esta realidad. Con la
insurrección de 1917, como reivindica Lenin «El bolchevismo ha venido a ser un
fenómeno mundial» en total oposición a lo que fue en su origen… «el
bolchevismo, al iniciarse la Revolución de Octubre, era considerado como una
curiosidad[46].
Las dos clases de la sociedad vieron, entonces, al bolchevismo no como era en
realidad, sino como la concretización misma del comunismo. Para los proletarios
de todos los países, el bolchevismo pasó a ser el ejemplo mismo del movimiento
revolucionario consecuente; para la burguesía mundial, pasó a ser equivalente
del terrorismo generalizado contra sus propiedades, contra su futuro, contra
sus vidas. El mismo terror, que la burguesía siente entonces, y las
espectaculares medidas antiterroristas que adopta, prestigia al bolchevismo
frente a los sectores revolucionarios del proletariado y contribuye a darle esa
imagen de radical, tan alejada de la realidad: «Después de la revolución
proletaria en Rusia y de sus victorias a escala internacional, inesperadas para
la burguesía y los filisteos, el mundo entero se ha transformado y la burguesía
es también otra en todas partes. La burguesía se siente asustada por el
“bolchevismo” y está irritada contra él hasta casi perder la razón;
precisamente por eso acelera, de una parte, el desarrollo de los acontecimientos
y, de otra, concentra la atención en el aplastamiento del bolchevismo por la
fuerza, debilitando con ello suposición en otros muchos terrenos... Los
millonarios de todos los países se conducen hoy de tal modo en escala
internacional que debemos estarles reconocidos de todo corazón. Persiguen al
bolchevismo con el mismo celo que lo perseguían antes Kerenski y compañía y,
como estos, rebasan también los límites y nos ayudan igual que Kerenski. Cuando
la burguesía francesa convierte el bolchevismo en el punto central de la
campaña electoral, injuriando por su bolchevismo a socialistas relativamente
moderados o vacilantes; cuando la burguesía norteamericana, perdiendo por
completo la cabeza, detiene a miles y miles de individuos sospechosos de
bolchevismo y crea un ambiente de pánico propagando por doquier la nueva
conjuraciones de bolcheviques; cuando la burguesía inglesa, la más “seria” del
mundo, con todo su talento y experiencia, comete inverosímiles tonterías, funda
riquísimas “sociedades para la lucha contra el bolchevismo” crea una literatura
especial sobre éste y toma a su servicio, para la lucha contra él, a un
personal suplementarios de sabios, agitadores y curas, debemos inclinarnos y
dar gracias a los señores capitalistas. Trabajan para nosotros, nos ayudan a
interesar a las masas por la naturaleza y significación del bolchevismo. Y no
pueden obrar de otro modo, porque han fracasado ya en sus intentos de “hacer el
silencio” alrededor del bolchevismo y ahogarlo. Pero al mismo tiempo, la
burguesía ve en el bolchevismo casi exclusivamente uno de sus aspectos: la
insurrección, la violencia, el terror; por eso procura prepararse de modo
particular para oponer resistencia y replicar en este terreno»[47].
La propaganda burguesa, incluida, muy
especialmente, la que realizan todos los sectores de la socialdemocracia,
acusando al bolchevismo de antidemocrático, prestigian a los leninistas frente
a las masas. ¡«Trabajan para nosotros», se jacta Lenin, y era verdad! Pero esa
propaganda NO trabaja para la revolución, porque los bolcheviques no eran lo
que esa propaganda decía[48].
Dicha propaganda sirve, por el contrario, a la recuperación de los
revolucionarios en ese proyecto híbrido, centrista, que, en los hechos,
reproducía la ideología socialdemócrata, aunque la misma se pintara, ahora, con
más color rojo. Así, no sólo a los bolcheviques se los ve como totalmente
partidarios de la «insurrección, la violencia y el terror» (¡cuando defendían
más bien la democracia, el parlamento, el sindicato… y hasta las cooperativas
de consumidores!), sino que cuando la burguesía injuria «por su bolchevismo a
socialistas relativamente moderados o vacilantes» no es una tontería, tan
grande como Lenin cree, sino que está generando una confusión ideológica
generalizada. Esa confusión es fundamental en la dominación mundial burguesa,
pues sirve para esconder la verdadera ruptura que el proletariado estaba
intentando, detrás de organizaciones formales que no empujaban para nada a esa
ruptura. Pues sirve para reencuadrar al proletariado en opciones, estructuras,
programas, que no son los suyos.
Es típico de la sociedad burguesa, y de dominación
ideológica de masas, esa cultura de lo formal, esa concentración de la
espectacularización del mundo en lo formal. La ruptura, que el proletariado y
su vanguardia estaba operando, queda totalmente oculta detrás del mito de los
bolcheviques y Lenin, y de otro conjunto de socialdemócratas centristas, que
buscaban volver a fundar la Segunda Internacional, pero luego de una lavada
jeta, y que querían llamarle Tercera Internacional. El Partido y los jefes
formales que aparecen en escena, y que dirigirán la Internacional
Comunista y los Partidos «comunistas» en todas partes (los Lenin, Levi,
Zinoviev, Trotsky, Stalin, Kamenev, Radek, Clara Zetkin, Dimitrov, Gramsci,
Codovila, Ghioldi,…) CONTRA LA REVOLUCIÓN, esconden el verdadero desarrollo del
partido del proletariado en constitución y terminarán por liquidarlo.
Aquella propaganda, aquel trabajo burgués «para
nosotros», se concretó, desde el punto de vista del proletariado, en el hecho
de que lo que decían los bolcheviques, aunque fuera reaccionario, era entendido
como revolucionario. En el mundo entero, los militantes revolucionarios
creyeron que los leninistas eran la encarnación misma de la lucha contra el
capitalismo, contra la democracia, contra la socialdemocracia, contra el
sindicalismo, contra el parlamentarismo y que realmente luchaban en todos los
frentes contra el capitalismo y el Estado. En esos mismos años Lenin y los
suyos, al mismo tiempo que negociaban con presidentes, generales y ministros y
se consolidaban como sucesores del zarismo en el Estado nacional ruso, llamaban
a reintegrar los sindicatos, a organizar elecciones, a participar en los
parlamentos, a desarrollar el capitalismo, a hacer frentes y alianzas con los
socialdemócratas y frentes únicos, populares y nacionales supuestamente
antiimperialistas. Todo el prestigio, que esa organización y partido formal
habían conquistado, serviría para liquidar y aislar a las minorías revolucionarias,
que acarreaban la ruptura real con la socialdemocracia, y para consolidar
internacionalmente, en la llamada Internacional Comunista, una política
oportunista, contrarrevolucionaria. La emergencia misma de la Internacional, en
vez de ser entonces la concreción histórica del partido del proletariado
revolucionario, será la reproducción ampliada del socialoportunismo de la
socialdemocracia y de la Segunda Internacional.
Resulta importante subrayar que, desde el punto de
vista del espectáculo, es lo mismo que había sucedido unos años antes con la
socialdemocracia en Alemania e internacionalmente. La conformación formal, de
dicha organización, se había concretado en base a un programa formal (Programa
de Gotha), que Marx y Engels criticaron violentamente, anunciando que se
desolidarizarían públicamente del partido («estaríamos obligados a intervenir
públicamente contra tal depravación del partido y de la teoría»[49]
), dado que se los tenía como responsables del mismo. Pero esa crítica se
mantuvo en privado y nunca hicieron esa declaración pública de denuncia de la
socialdemocracia, que Marx y Engels habían anunciado. Ello le sirvió a los
jefes de ese partido podrido, para presentarse como continuadores de la obra de
aquellos.
¿Pero, porqué Marx y Engels no denunciaron ese
programa y ese partido por lo que realmente era? Según ellos, porque ese
programa confuso y reformista, ese programa burgués, pasó a ser considerado
como subversivo y comunista por todas las clases sociales. Así, dice Engels que
la prensa, en lugar de ridiculizar ese programa, lo consideró radical: El
programa «es desde todo punto
de vista desordenado, confuso incoherente, ilógico y vergonzoso… pero esos
burros de periodistas burgueses… tomaron ese programa totalmente enserio y
vieron en el mismo lo que no se encontraba y lo llegaron a interpretar incluso
como comunista. Los obreros parecen hacer exactamente lo mismo. Esta
circunstancia real es la única que nos a permitido a Marx y a mi, el no
desolidarizarnos públicamente con ese programa: mientras nuestros adversarios y
nuestros obreros prestarán a ese programa esas intenciones, nosotros podremos
callarnos» Evidentemente, esa callada de boca fue el error más grande de la
vida de Marx y Engels, pues al callarse concedieron y sirvieron al enemigo.
Aquel espectáculo de revolucionarismo socialdemocrático servía al
enemigo, porque era precisamente eso: sólo espectáculo. Gracias al mismo, la
burguesía, la socialdemocracia, se fortificó en el nefasto encuadramiento de
los proletarios, utilizando también el nombre de aquellos revolucionarios.
El bolchevismo, el leninismo, el marxismo
leninismo, al ser identificado internacionalmente con la revolución rusa y con
la revolución a secas, gozaría, entonces, del mismo mito espectacular que había
gozado la socialdemocracia, pero con un tinte todavía más radical, porque
supuestamente «habían hecho la revolución»[50].
Como con la socialdemocracia, enemigos y partidarios considerarían a los
partidos dirigidos desde Moscú como comunistas, como revolucionarios… cuando no
eran más que partidos burgueses para los obreros. Esta confusión fue decisiva
en el encuadramiento de proletarios radicales, en todo el mundo, por parte del
leninismo y el estalinismo. Y también en el aislamiento y liquidación de los
grupos de vanguardia revolucionaria consecuentes.
En efecto, los bolcheviques y el marxismo leninismo
se transformarían en una verdadera autoridad moral de todo el movimiento
revolucionario, con capacidad para imponer la práctica de cada partido, u
organización formal, que se reivindicaban del comunismo y la revolución. Pero
como no impulsaban, en absoluto, la verdadera ruptura revolucionaria,
reimpondrán la vieja política de los centristas, llevando a que los «partidos
comunistas» sean una nueva versión de la socialdemocracia, con el agregado de
defender los intereses imperialistas del estado ruso. Esa política
contrarrevolucionaria, aislará y contribuirá a la represión de los grupos de
militantes revolucionarios y particularmente de lo que, en algunos
países, se autodenominarán fracciones comunistas, o fracciones de la
izquierda comunista. Los «partidos comunistas» culminarían su evolución como
fuerzas de choque y de represión contrarrevolucionaria en todo el mundo y
participarán abiertamente en la carnicería imperialista denominada «segunda
guerra mundial».
Segunda
parte:
el
leninismo como liquidador de la ruptura comunista
Hemos hecho diferentes
trabajos en los que denunciamos el papel activo del leninismo como liquidador
de la ruptura comunista. Hace ya más de veinte años publicamos una cronología
acerca de la política internacional de los bolcheviques[51].
Este trabajo, aunque inacabado e incompleto, es decisivo para captar el proceso
de liquidación internacional de los grupos comunistas en ruptura, emprendido
por el leninismo desde su origen, por lo que nuestro grupo espera poder
corregirlo, mejorarlo y ampliarlo a los efectos de hacerlo público bajo otras
formas.
En esa cronología pusimos en evidencia que
la práctica de los bolcheviques, en el terreno internacional, fue desde el
origen contraria a una política revolucionaria y comunista. Si al principio, en
la medida en que la revolución seguía viviente en Rusia y en el mundo, hubo una
mezcla rara de la vieja política diplomática e imperialista de la burguesía de
ese país, con el impulso contrario que venía del proletariado revolucionario y
empujaba a continuar la lucha revolucionaria y formar una Internacional
consecuente, los bolcheviques desempeñan el viejo papel de los centristas
socialdemócratas e impondrán aquella política a toda la internacional. La
Internacional Comunista formal es el resultado de esa relación de fuerzas y si,
al principio, hay declaraciones que corresponden a elementos de la
ruptura revolucionaria, que las vanguardias del proletariado exigían, muy
pronto el predominio de la línea socialdemócrata de los viejos bolcheviques,
que en su mayoría nunca defendieron la insurrección proletaria, lleva al
dominio de los viejos métodos socialdemócratas y oportunistas y se abandona
hasta la pretensión revolucionaria.
Así se puede verificar que, ya en la época
de Lenin, hay un paralelismo evidente entre los elementos claves. En la misma
medida que, en lo interno, se fue afirmando la política de desarrollo del
capital, basada en el aumento del trabajo (con la consecuente represión de
huelgas y grupos proletarios) y desarrollo del comercio, en lo externo se
afirmó la política de entrar en el juego inter-burgués, como un Estado más,
hasta lograr alianzas y acuerdos comerciales y militares con las grandes
potencias imperialistas. Como es lógico, esa política inter-imperialista del
Estado ruso fue acompañada de un abandono progresivo de toda ruptura comunista,
pasándose de las afirmaciones generales del Primer Congreso de la Internacional
Comunista (IC) a una política cada vez más abiertamente oportunista y
liquidadora, que resultó dominante en el Segundo Congreso y, más abiertamente
aún, en los congresos Tercero y Cuarto.
La dirección bolchevique quería utilizar el
capitalismo y el Estado para beneficiar al socialismo[52],
pero en la práctica fueron el capitalismo y el Estado los que utilizaron la
imagen socialista radical de los bolcheviques para afirmarse y liquidar la
revolución.
Es necesario insistir; esa política contra
la revolución se verifica desde los primeros días posteriores a la insurrección
de octubre. Desde entonces se realizan las primeras conversaciones y se
intentan acuerdos con las potencias imperialistas, sacrificando, sin
contemplaciones, la línea del derrotismo revolucionario y de la revolución
mundial, lo que llevará a la liquidación de la izquierda comunista en Rusia.
Con la fundación de la IC, que desde el principio fue dirigida por la dirección
bolchevique, ésta hace más potente su influencia nefasta y actúa como un
verdadero bulldozer liquidador de toda la ruptura revolucionaria, imponiendo el
democratismo, el partido de masas, el sindicalismo, el parlamentarismo… y
liquidando, por diversos medios (exclusión, falsificaciones, calumnias,
amenazas, represión directa…), a los grupos y militantes que llevaban adelante
aquella ruptura.
Es importante tener presente que la
afirmación mundial de la contrarrevolución, que siguió pesando incluso en las
olas importantes de lucha de clases, como la que tuvo lugar en 1968-1973 en
todo el mundo (¡y que sigue pesando hoy!), no hubiera sido tan totalizadora sin
aquella legitimidad espectacular, de la que gozaron los bolcheviques, para
llevar adelante ese proceso liquidador; sin que éstos, transformados en
verdadera autoridad, liquidaran toda la acción de las minorías comunistas. Para
comprender ese proceso remitimos al lector a aquella cronología y nos
contentamos aquí con resumir las cuestiones centrales de ese proceso liquidacionista,
tal como se concreta, bajo la dirección del propio Lenin.
·
Las
minorías revolucionarias creyeron encontrar en los bolcheviques los mejores
aliados para romper con la política contrarrevolucionaria de los centristas.
Los bolcheviques, por el contrario, exigieron a los grupos comunistas que
siguieran trabajando con los centristas y/o la izquierda de la
socialdemocracia. A tales efectos promocionaron una política de captación y/o
de alianza con sectores de la socialdemocracia, que lleva a la dilución de la
vanguardia, a la creación de partidos masivos pero sin fuerza ni pretensión
revolucionaria.
·
Las
minorías revolucionarias esperaban el apoyo de los bolcheviques para su acción
directa contra el parlamentarismo. Los bolcheviques, bajo pretexto de
«parlamentarismo revolucionario», impusieron el viejo parlamentarismo y
electoralismo socialdemócrata. El electoralismo práctico liquidó los partidos
«comunistas» como fuerzas de acción revolucionaria. En muchos casos, como por
ejemplo unos años después en Italia, la participación electoral facilitó la
acción de la policía y el Estado en la liquidación de los cuadros y los
militantes revolucionarios. Aquellos partidos, cuando no fueron liquidados por
las fuerzas represivas, se transformaron en fuerzas estructurales de los
Estados burgueses.
·
Las
minorías revolucionarias querían crear un partido que fuera un verdadero núcleo
revolucionario, que se pusiera a la cabeza de la revolución y lo definían como
«factor unificador y dirigente de la acción de masas». Los bolcheviques
impusieron una práctica de partido de masa, al estilo socialdemócrata, en donde
los militantes aparecen ahogados dentro de una masa de electores democráticos.
El partido bolchevique mismo había dejado de ser un grupo que, a pesar de sus oscilaciones,
había logrado expresar tendencias militantes contra corriente y se había
transformado en un partido de masas (¡más de medio millón de miembros un año
después de la insurrección!) fácilmente manipulable por las burocracias, los
congresos y otras maniobras democráticas.
·
Las
minorías revolucionarias llamaban a organizarse afuera y en contra de los
sindicatos, consejos, u otras organizaciones unitarias, que habían sido
transformadas en aparatos del Estado burgués. Los bolcheviques impondrán una política
sindicalista y de entrismo generalizado, en todo tipo de aparato del Estado
(hasta en las cooperativas de consumidores), liquidando, así, la incipiente
ruptura revolucionaria que se había desarrollado.
·
Las
minorías revolucionarias consideraban como enemigos a todos los centristas que
no habían roto con la socialdemocracia. Los bolcheviques llamaron no sólo al
trabajo común, como muchos centristas, sino a un conjunto de (supuestas)
tácticas, de cartas abiertas y de frente único con sectores socialdemócratas,
que condujeron a una política globalmente frentista, de alianza y subordinación
del proletariado al programa y la política de la burguesía.
·
Las
minorías revolucionarias luchaban por la ruptura con toda la democracia. Los
bolcheviques impusieron consignas e incluso una política integralmente
democrática y frentepopulista[53].
·
Las
minorías revolucionarias luchaban, junto a los proletarios de todos los países,
sin distinción, contra «su propia» burguesía y «su propio» Estado. Los
bolcheviques impusieron una política de alianza y de frentes con diferentes
burguesías, que ellos, según las oportunidades, llamaron «nacionalistas». Esa
política contrarrevolucionaria y frentepopulista, que al principio se aplicaría
en los países llamados «coloniales o semicoloniales», bajo la cobertura de la
supuesta «lucha por la liberación nacional»[54].
Reafirmamos integralmente lo que
afirmábamos en la cronología antes mencionada:
«No, no fue a partir de la muerte de Lenin
que las cosas comenzaron a andar mal como dice el mito; no, no fue a partir de
entonces que se hicieron los acuerdos militares con las potencias
imperialistas; no, no fue luego de la muerte de Lenin que la Internacional
liquidó las posiciones y fracciones revolucionarios y se afirmó como mero
instrumento de negociación en nombre del Estado ruso en la arena del capital
internacional. De la misma forma que en la práctica interna lo decisivo se
produce en los primeros años, y a partir de 1921-1923 la política bolchevique
dejará de tener las contradicciones del principio, que reflejaban la
contradicción de fuerzas internacionales capitalismo-comunismo, para ser
coherentemente contrarrevolucionaria. Al respecto, hay una coherencia general
—que queda clara luego de la lectura atenta de la cronología— entre la afirmación
de la política de acuerdos comerciales y militares con las grandes potencias,
la liquidación del apoyo a las fracciones de vanguardia del proletariado, la
participación en las conferencias de paz, las concesiones en Rusia al capital
extranjero en nombre de los intereses comunes con los otros países, los
compromisos de no agitación revolucionaria firmados con esas potencias para la
coexistencia pacífica, y la afirmación en la Internacional de una política cada
vez más democrática, de liberación nacional, y de sindicalismo; y una
continuidad sin fisuras entre esa política y la que se afirmará luego, de
frente popular, de frente antifascista, de frente nacional… de ingreso en la
Sociedad de las Naciones, de disolución de la Internacional, de acuerdos de no
agresión con Hitler, hasta la participación directa en la segunda guerra
mundial».
Desde la insurrección misma
de octubre 1917, los bolcheviques, a pesar de los buenos discursos,
consideraron la victoria, no como una batalla ganada en una guerra general
entre la burguesía y el proletariado mundiales, en la que las fronteras entre
los países no cuentan más, sino como la conquista bolchevique del Estado
nacional ruso. Por eso, en vez de continuar la guerra revolucionaria
internacional, que la insurrección había afirmado (¡hay que recordar que una
parte importante de los bolcheviques, y particularmente de la dirección, no
sólo no participó en la insurrección, sino que estuvo contra la misma!),
enseguida se plantearon como un nuevo gobierno y se dirigieron a sus pares. Lo
primero que abandonaron fue, entonces, aquel planteo proletario fundamental, de
lucha contra la guerra y la paz burguesa y la lucha por la revolución social,
que durante la guerra el propio Lenin había adoptado y, como los otros
socialistas burgueses, pasaron a adoptar un planteo pacifista, típico del
socialimperialismo. Antes de todo llamado a la continuidad de la lucha
revolucionaria internacional, y desde los mismos días de la insurrección, los
bolcheviques se dirigen a los diplomáticos[55]
y los gobiernos de todo el mundo, buscando pactos y alianzas de todo tipo. La
dirección bolchevique se resquebraja, por sus oscilaciones sobre la
insurrección misma y la oposición de los viejos bolcheviques a una política
clasista, y busca todo tipo de acuerdos con los otros partidos
socialdemócratas, especialmente con los mencheviques, a los que les ofrecen[56]
una participación gubernamental que fue rechazada. Al mismo tiempo, dicha
dirección coquetea con los Aliados, que ven a los bolcheviques como los únicos
capaces de reorganizar el viejo ejército, para que Rusia pudiera continuar la
guerra. La amistad de Lenin y Trotski con Jacques Sadoul (militar y agente
diplomático francés), que se desarrolla en esos primeros y agitados días (se
reúnen a diario y muchas horas), logra mantener ese coqueteo permanente con los
Aliados y entre bastidores se prepara la negociación con el Estado alemán. Así,
Sedoul fija, con Trotski y Lenin, las condiciones de una paz separada con
Alemania (asegurándose el Estado francés, a través de Sedoul, de que la misma
sea imposible[57]),
al mismo tiempo que recibe la promesa formal, de los bolcheviques, de
reorganización del ejército ruso, que es lo que realmente busca la burguesía
aliada. Durante el mes de diciembre de 1917, Trotski y Lenin prometen, en
diversas reuniones informales y formales (de Trotski con Noulens embajador de
Francia), la reorganización del ejército ruso que antes habían contribuido a
descomponer. Lenin, desde el principio, es el más entusiasta partidario de la
política imperialista de paz. Así, dice Sadoul, el 6 de diciembre de 1917,
Lenin «me hablaba con entusiasmo de las conversaciones Noulens-Trotski. Se
decía seguro de la colaboración amical de los Aliados y de su participación
próxima en negociaciones generales de paz. Me costó mucho convencerlo del
abismo que había entre sus esperanzas y la realidad»[58].
En febrero de 1918, «ante la nueva invasión
del ejército alemán, Trotski intenta acercamientos diplomáticos para obtener la
ayuda de las fuerzas imperialistas aliadas. Se negocia las posibilidades de
reconstituir el ejército ruso en base a instructores aliados. Aunque las
conversaciones no prosperan, por la desconfianza de éstos, es importante por
constituir la primera aplicación de la teoría de participar en el juego de los
equilibrios inter imperialistas, que años después Trotski achacaría a Stalin»[59].
Merece subrayarse que, el 22 de febrero, se reúne el Comité Central del Partido
bolchevique y acepta la propuesta de pedir ayuda militar y económica al
imperialismo anglo-francés. En realidad esa política, que buscaba una alianza
imperialista, había existido desde el día siguiente a la insurrección. Como
dice Sadoul, en carta del 7 de enero de 1918: «Desde hace dos meses, no pasó
una sola semana en la que los bolcheviques no hicieran la demanda,
extraoficialmente es verdad, pero sinceramente, para que los Aliados los
apoyasen».
No se ha subrayado lo suficiente que toda
esta política es, por un lado, una renuncia total a la lucha del proletariado
mundial contra todos los ejércitos nacionales (que los revolucionarios
designaron como «capituladora») y, por el otro, la afirmación de los
bolcheviques como jefes de un Estado nacional más, sustituyendo a los otros
socialdemócratas y al zarismo, en la continuidad de las guerras y las paces
imperialistas. Nada más coherente entonces que la reorganización del viejo
ejército burgués.
Así en febrero de 1918, pretextando la
ofensiva alemana, se comienza la organización del ejército que Lenin y Trotski
prometían a los Aliados: imposición del reclutamiento masivo, así como normas
generales de disciplina militarista («formas exteriores de respeto», saludo
militar, fórmulas obligatorias para dirigirse a un superior, privilegios para
los oficiales...). Dichas medidas fueron aplaudidas hasta por los zaristas y
posibilitaron la colaboración con viejos oficiales del zar, pero la aprobación
de las mismas no impidió que, en esos mismos días, se aceptaran las condiciones
fijadas por Alemania y, unos días después, se firmase el famoso tratado de
Brest-Listovsk.
Esa afirmación de la línea política
capituladora suscitó, como es lógico, una resistencia proletaria, en especial
en los sectores revolucionarios. Fue en el propio partido bolchevique adonde la
misma se expresó con mayor claridad. Unos días antes de la firma del tratado de
Brest-Listovsk, y contra la capitulación, esa primera oposición comunista a la
política de Lenin se expresa así en carta al Comité Central del Partido: «Ese
consentimiento [dado por el CC del Partido a los Imperialistas alemanes]
significa la capitulación de la vanguardia del proletariado internacional
frente a la burguesía internacional… La decisión de concluir la paz a cualquier
precio, decisión tomada bajo la presión de los elementos pequeño burgueses y de
las corrientes pequeño burgueses, implica inevitablemente la pérdida del papel
dirigente del proletariado, no sólo en Occidente, sino en Rusia mismo… Abdicar
de las posiciones proletarias en lo externo nos conducirá inevitablemente a
abdicar de ellas también en lo interno… Nosotros estimamos que luego de la
conquista del poder político, luego de haber aplastado totalmente a los últimos
bastiones de la burguesía, el proletariado se encuentra inevitablemente
confrontado a la tarea de extender la guerra civil a escala internacional y
ningún peligro no puede pararlo en la realización de tal tarea. Renunciar a la
misma llevará al proletariado a su pérdida por desagregación interna y equivale
a un suicidio»[60].
Como se ve, los sectores revolucionarios tenían una conciencia nítida de que lo
que hacía Lenin y compañía era un abandono de las posiciones elementales del
proletariado, una verdadera capitulación en lo externo frente a la burguesía mundial,
que conduciría también a capitular en lo interno; de que la negociación entre
hombres de Estado era una capitulación frente a la burguesía mundial y que con
ello se estaba renunciando a la más importante y decisiva tarea, la extensión
mundial de la revolución. La declaración, de los compañeros en lucha contra
Lenin y compañía, es clarividente en más de un sentido, aunque sea erróneo
explicar esa política por la presión pequeño burguesa: es una política
directamente burguesa, capitalista, imperialista. Como se subrayará a
continuación, en las conversaciones sucesivas con la diplomacia imperialista
mundial, los bolcheviques serían cada vez más explícitos, en esa renuncia a
extender internacionalmente la revolución.
En términos concretos, la paz de Brest-Listovsk
es un golpe muy duro para el proletariado y para la revolución en todo el
mundo, y particularmente en la región es una traición evidente de los intereses
de la revolución. Esa práctica contra la revolución de los bolcheviques
fortifica a la burguesía en un período en que temblaba en todas partes, y
contribuye consecuentemente a darle nuevos bríos a la guerra imperialista. La
tregua bolchevique fortifica al imperialismo en todas partes, es una bombona de
oxígeno para la burguesía y el Estado alemán contra el proletariado de ese país
en plena lucha revolucionaria. Más globalmente la firma de la paz deja librado
al proletariado, de toda Europa central y del este, a las botas del militarismo
alemán en Ucrania, Finlandia, Livonia, Estonia, Crimea, el Cáucaso, así como en
un número creciente de territorios del sur de Rusia. En efecto, los milicos
alemanes, que vivían ya un periodo de total inseguridad frente al derrotismo
revolucionario, reciben con la firma de paz un verdadero espaldarazo de los bolcheviques,
que los hace más fuertes frente a los proletarios de Alemania y que les
permite, conjuntamente con diferentes fracciones burguesas nacional
imperialistas, reimponer el terror blanco en esos territorios. En nombre del
proletariado en Rusia y en base a la vieja consigna burguesa retomada del
«derecho de los pueblos a su autodeterminación», que la socialdemocracia y
Lenin habían reivindicado en nombre del ¡socialismo!, se le decía al
proletariado de esas regiones en pleno movimiento revolucionario: «que cada uno
se arregle como pueda». Todos los principios de la solidaridad internacional y
de la lucha revolucionaria quedaban postergados en nombre de la tregua de Lenin
y su política de oportunidades. «Nosotros ya hicimos la revolución ahora
podemos negociar con vuestros verdugos». La misma guerra mundial se ve
fortificada por esa capitulación que contribuye al imperialismo: por cientos de
miles los soldados alemanes, incluso antes de la firma oficial del tratado, son
trasladados del frente ruso hacia Italia, Francia... La tregua es un golpe
brutal contra la fraternización y el derrotismo revolucionario, contra las
insurrecciones en marcha y contra el movimiento revolucionario que estaba en
pleno desarrollo. El verdadero significado contrarrevolucionario del tratado de
Brest-Litovsk sólo puede comprenderse teniendo en cuenta todo lo que el mismo
significó contra las insurrecciones proletarias que en esos mismos días se
desarrollaban en toda Alemania. La tregua fortifica el imperialismo y la guerra
imperialista como lo denuncia la izquierda comunista alemana, rusa y de otros
países. Incluso la propia Rosa Luxemburg, que no es ni por asomo una comunista
de izquierda, denunciará el significado contrarrevolucionario de ese
«acomplamiento monstruoso de Lenin con Hindenbourg» en uno de sus últimos
textos[61].
I. Steinberg (socialista revolucionario de
izquierda) declara:
«No es tal o tal territorio o tal
denominación de un territorio que aprecia el campesino o el obrero, lo que
lleva en el corazón, es la población trabajadora que habita ese territorio o el
régimen social bajo el que vive. El alma de la Revolución está afligida… por el
hecho de que esas regiones pasaron del poder de la revolución al poder de la
reacción, al poder de los terratenientes, de los zares, de poscapitalistas… la
República rusa quisiera ser una Gran Potencia de la Revolución y del
socialismo… La paz de Brest nos ha desviado de golpe de esta tarea de
extensión. Nos ha privado del socorro y de la cooperación revolucionaria de
millones de obreros y campesinos consciente y los ha privado a ellos, a la vez,
de nuestra contribución y de nuestra cooperación». En Porqué estamos
contra la paz de Brest Litowsk.
Lenin retomará, contra Kautsky, la
acusación de la izquierda comunista según la cual el proletariado alemán
traiciona al proletariado de Europa al participar en esa masacre y en la de
Finlandia, Ucrania, Letonia, Estlandia…, pero calla el hecho de que la política
de Lenin lleva a que, en esa misma traición, participe el proletariado ruso, al
abandonar, por el armisticio y la ideología leninista de la autodeterminación
nacional, a los proletarios de todas esas zonas a los milicos alemanes y a la
represión internacional contrarrevolucionaria. Lenin dice: «En realidad,
Kautsky sabe perfectamente que esta acusación la han lanzado y la lanzan los
socialistas de izquierda alemanes, los espartaquistas, Liebnecht y sus amigos.
Esta acusación expresa la clara conciencia de que el proletariado alemán
incurrió en una traición con respecto a la revolución rusa e internacional al
aplastar a Finlandia, Ucrania, Letonia y Estlandia». Es verdad que la política
del Partido Socialdemócrata Alemán (SPD) y del Partido Socialdemócrata Alemán
Independiente (USPD) no sólo había logrado frenar la revolución, sino que favorecía
abiertamente el militarismo alemán y permitía que se lo utilizara para masacrar
a sus hermanos de clase en el mundo. Pero la política leninista conducía a lo
mismo, y esto Lenin lo esconde sistemáticamente. El aislamiento en que se
encuentran los proletarios de esas regiones, frente al terror blanco apoyado
por el militarismo alemán, es también el resultado incuestionable de la
política imperialista de paz de Lenin.
Esa política contrarrevolucionaria,
presentada esa vez como «tregua indispensable», se transforma, más adelante, en
el tipo mismo de política internacional leninista. Un día una alianza con un
imperialismo al día siguiente con otro, siempre en nombre de que es un mal
necesario, un mal menor. Lo que siempre se posterga es la lucha revolucionaria
misma, sin alianzas y sin beneficiar a otra fracción de la burguesía. Siempre
se argumenta que cualquier cosa es mejor que esa lucha porque se podría correr
el riesgo de la «derrota de la revolución». ¡Como si esa política no fuese en
sí la peor derrota de la revolución! ¡Como si hubiese algo peor, para la
revolución, que la contrarrevolución lograda por el Estado ruso y mundial,
dirigido por Lenin, Trotski, Stalin…! Conviene subrayar que esta política
leninista es, al principio, minoritaria en todas partes, en los comités, en el
partido, en los soviets, en las ciudades, en el campo, y que Lenin y los suyos
harán mil maniobras para imponerla democráticamente contra la mayoría y firmar
en su nombre la paz. Más adelante, esa política de oportunismo y maniobras,
descalificación y purgas, es la norma general de los viejos bolcheviques, que
nunca habían sido partidarios de la insurrección (Kamenev, Zinoviev, Stalin…)
para, junto a Lenin, imponerse en el partido, en Rusia y progresivamente en la
IC.
En los mismos días en que se firma la paz
de Brest-Litovsk, Lenin y Trotski, concretando sus promesas a los Aliados y en
continuidad con la reorganización del ejército ruso[62],
proyectan conjuntamente, con varios ex oficiales zaristas, la reorganización de
la marina y, en general, de las fuerzas armadas, ejecutando, así, lo que
realiza todo Estado burgués y lo que, en esas circunstancias, la burguesía
aliada les está pidiendo. En abril y mayo se decreta la posibilidad de
movilizar militarmente a la población y se pasa del reclutamiento voluntario al
enrolamiento obligatorio de obreros y «campesinos». Simultáneamente se intenta
organizar la economía en base a las «concesiones al capital internacional»[63],
se aprueban altos sueldos para administradores y tecnócratas y, al mismo
tiempo, se aplican medidas tendientes a aumentar directamente la tasa de
explotación de los proletarios, que el propio Lenin resumirá así: «El
reforzamiento de la disciplina y el crecimiento de la productividad del trabajo
(sic[64]),
la introducción del salario a destajo, la aplicación de los numerosos elementos
científicos y progresistas que contiene el sistema Taylor». Este programa,
abiertamente burgués, buscando por todos los medios un aumento de la
explotación del proletariado, y por lo tanto un aumento de la tasa de ganancia,
es acompañado con todo tipo de concesiones y propuestas al capital
internacional para explotar las fuerzas de producción «soviéticas»:
ofrecimiento no sólo de los recursos naturales rusos, sino, explícitamente, de
excelentes condiciones de explotación de los proletarios que, supuestamente,
tienen el poder en ese país. Así, en mayo 1918, los bolcheviques entregan a
Robins un memorando, que luego será presentado al Departamento de Estado de
Estados Unidos, en el que, por primera vez, se exponen las ventajas que los
bolcheviques proponen para los capitalistas norteamericanos si éstos participan
en la explotación de las minas, la construcción de medios de transporte, la
introducción de métodos modernos en la agricultura, la explotación de las
riquezas marítimas de Siberia, a cambio de productos agrícolas. Este documento,
en el que sin escrúpulos se llama a explotar a los proletarios en Rusia, al
mismo tiempo que Lenin y su partido patrocinan el aumento, por todas las vías
posibles, de la tasa de explotación, muestra hasta qué punto ese partido, como
haría hoy cualquier gobierno (de derecha o de izquierda e independientemente de
todas las declaraciones y formulaciones socialistas) para atraer capitales,
hace todo lo posible para ofrecerle las mejores condiciones de rentabilidad: es
decir sacrifica a los proletarios, aumenta en todo lo posible la tasa de
explotación y de ganancia del capital. En estas circunstancias, no debe
olvidarse nunca que el aumento de la explotación en un país degrada las
condiciones de supervivencia del proletariado mundial. En concreto, todo
ofrecimiento de mejores condiciones de rentabilidad en Rusia, asegurado por
Lenin y compañía, mejoraba no sólo la rentabilidad del capital internacional en
ese país, sino la fuerza social y política del capital frente a los proletarios
en lucha en todo el mundo, y se situaba objetivamente e independientemente de
la voluntad o declaraciones de los bolcheviques del lado de la burguesía
mundial contra los proletarios del mundo entero.
Sin embargo, al principio, esa política
burguesa no encuentra en la burguesía mundial, salvo en contadas excepciones,
toda la comprensión que los bolcheviques merecen ya como representantes de la
contrarrevolución mundial. En efecto, la burguesía sigue aterrorizada por los
bolcheviques. En los meses siguientes se produce internacionalmente una gran
unificación de las fuerzas militares burguesas (rusas, japonesas, francesas,
inglesas, norteamericanas…) contra Rusia, que lleva a los bolcheviques a una aparente
radicalización, al abandono de aquella política abiertamente imperialista y a
presentarse, en apariencia, como «proletarios internacionalistas». Como decimos
en nuestra cronología, esa práctica provisoria y aparentemente
«internacionalista», «no es el resultado de una línea estratégica invariante,
sino de condiciones particulares de aislamiento y enfrentamiento de los estados
nacionales… los bolcheviques, forzados a abandonar la política diplomática con
los otros gobiernos, concentran su accionar internacional en los llamados al
proletariado y a la revolución mundial». Esta fase radical, que dura hasta
finales de 1920, coincide con la fase final de la mayor ola revolucionaria de
la historia del proletariado, lo que hace aparecer el oportunismo bolchevique
como si fuera, en algunos aspectos, revolucionario. Pero incluso en ese corto
período, adonde los bolcheviques se hacen los abanderados de una «nueva
internacional verdaderamente comunista y revolucionaria», siguen negociando y
cerrando acuerdos con los represores directos del proletariado. Entre enero y
abril de 1919, los bolcheviques realizan diversas tentativas de conciliación
con los gobiernos aliados y declaran abiertamente que reconocen «las
obligaciones financieras de los acreedores de nacionalidad de una de las
potencias aliadas». Es decir, los bolcheviques declaran reconocer las deudas
contraídas por el zarismo, manifestándose, así, frente a sus pares de todo el
mundo, como verdaderos hombres de Estado. Chicherin declara que ése es el
primer ejemplo de un llamado a la conciliación internacional, en nombre de las
ventajas financieras, y dice que ese es «uno de los aspectos más
extraordinarios de la política extrajera de Lenin». ¡Sí, muy extraordinario!,
si se sigue creyendo que eso servía a los proletarios; pero es totalmente común
y corriente si se tiene en cuenta que eso sólo sirve a un Estado burgués
particular, el Estado ruso, como era el caso de la política de Lenin. Más aún
si tenemos en cuenta el sabotaje práctico que esa política interimperialista
significaba para el proletariado en lucha. Recordemos como ejemplo el sabotaje
abierto que significó ese tipo de negociaciones en plena insurrección
proletaria en marzo 1920 en Alemania.
La política de buenas relaciones
interburguesas de los bolcheviques con los capitalistas del mundo entero, que
se traducirá en la reafirmación del Estado ruso como potencia imperialista, tal
como lo había sido en la época zarista y que tendrá su apogeo en la época
estalinista, determina siempre las relaciones con las fuerzas y organizaciones
proletarias, que se encuentran en proceso de ruptura con la socialdemocracia.
Desde los primeros coqueteos con la burguesía alemana y los mandos militares de
ese país, los bolcheviques entran en contradicción con diversos grupos
políticos proletarios en Rusia mismo: constitución de grupos de izquierda
comunista dentro de los bolcheviques opuestos a la política leninista,
resistencia y revueltas de los socialistas de izquierda y de grupos anarquistas
y/o anarquistas comunistas. Desde junio-julio de 1918, las protestas contra la
política burguesa de los bolcheviques da, con la revuelta de los socialistas
revolucionarios de izquierda, la liquidación del embajador alemán y algunas
tentativas de liquidar al propio Lenin, un salto de calidad. Esas oposiciones,
tanto en posiciones como en acción, son muy variadas y contradictorias, y así
como muchas de ellas son oposiciones fundamentalmente socialdemócratas
(mencheviques, sectores libertarios defensistas…) o influenciados por posiciones
nacionalistas, hay una real resistencia proletaria, representada
fundamentalmente por sectores de los propios bolcheviques, de los socialistas
revolucionarios de izquierda o por sectores que se reivindican del anarquismo,
como es el caso del movimiento makhnovista[65]. Desde los primeros días en el poder, los
bolcheviques reprimen, no sólo a las fuerzas contrarrevolucionarias, sino que
se ejercerá el terror abierto contra las organizaciones proletarias y
revolucionarias que se oponen a su política. Esa represión de grupos
proletarios y de minorías revolucionarias, que existe desde los primeros días,
es mayor desde mediados de 1918 y da un indudable salto de calidad con la
represión del movimiento revolucionario en Ucrania y, más tarde, con la
represión de la revuelta de Kronstadt en 1921[66].
Si la política oportunista de
los primeros años crea evidentemente desorientación y desorganización general
en los grupos proletarios de vanguardia en el mundo, el año 1919 (en el que se
realizó el Primer Congreso de la IC) es considerado en general como el año en
que la política bolchevique es más radical. Ello se refleja en los documentos
principales de ese congreso (Plataforma y Manifiesto), que, en relación a lo
que vendrá después, aparecen como elementos de ruptura con el capital
internacional y, en particular, con la tradición socialdemócrata. Pero incluso
en ese congreso se afirma la «utilización revolucionaria del parlamento», lo que
es una posición abiertamente contra la ruptura comunista que se estaba
procesando en todo el mundo: en más de 15 países se habían constituido grupos
de importancia variable, en ruptura con el socialismo burgués. Todos esos
grupos, que llamaban a la constitución de partidos afuera y en contra de la
socialdemocracia, consideraban el parlamentarismo y el electoralismo, de todo
tipo, como contrarrevolucionario y afirmaban, de diversas maneras, una crítica
más global de la democracia y de la socialdemocracia.
Durante todo el año 1919, en el que se
suceden grandes movimientos insurreccionales y huelguísticos en todo el mundo,
los bolcheviques, directamente o en tanto que Comité Ejecutivo de la IC,
defienden el electoralismo y el parlamentarismo, contra el movimiento del
proletariado y las izquierdas comunistas. Subrayemos, al respecto, que en la
primera circular del Comité Ejecutivo (El parlamentarismo y la lucha por los
soviets), de septiembre de aquel año, se defiende ya la necesidad de la
utilización «táctica» (sic) del parlamentarismo y que un mes después, en el
Congreso de Heidelberg del Partido Comunista Alemán (KPD), Radek, en nombre de
los bolcheviques, defiende la participación en las elecciones y en los
sindicatos, oponiéndose abiertamente a la izquierda comunista en un momento
crucial. El Congreso de Heildeberg se da en un momento de represión abierta, lo
que impide la participación de las diferentes delegaciones, mayoritariamente de
«comunistas de izquierda». Levi, con el apoyo decisivo de los bolcheviques, y
particularmente de Radek, excluye a todos los militantes comunistas. Conviene
subrayar que Radek ya había redactado, en esos momentos, su repugnante
opúsculo: Evolución de la revolución mundial y las tareas del partido
comunista; verdadera preedición de la «enfermedad infantil» de Lenin y que
Antón Pannekoek responde en su importante trabajo de denuncia del leninismo: La
revolución mundial y la táctica del comunismo[67].
Ya en esas circunstancias Radek y Levi, que coqueteaban con la USPD (la
izquierda de la socialdemocracia) contra todo lo que afirmaba la izquierda
comunista alemana y lo que la lucha misma iba delimitando, defienden
abiertamente el frentismo hablando de «bloque temporal» entre el KPD y el SPD.
Lo importante es subrayar que esta práctica frentista se contrapone a la
práctica misma de la vanguardia proletaria en lucha abierta contra la
socialdemocracia. El momento culminante fue cuando, en plena insurrección del
proletariado en la Ruhr en 1920, los jefes leninistas del KPD sabotearon el movimiento
llamando a un frente con los enemigos directos del proletariado. Es decir, que
en plena lucha internacional del proletariado, los bolcheviques, contra todas
las expectativas rupturistas suscitadas, defienden abiertamente no sólo el
sindicalismo y el parlamentarismo, sino la realización de un frente único
(predecesor del frente popular y del frentismo supuestamente antiimperialista)
con los enemigos abiertos del proletariado, que habían reprimido y seguían
reprimiendo abiertamente la lucha insurreccional. En este sentido, la política
contrarrevolucionaria de los bolcheviques en Alemania, justo adonde el
proletariado había demostrado más fuerza, prefiguraba la que sería aplicada
luego en todas partes. En el mismo momento que Lenin sostenía esa política
contra las minorías comunistas, les escribe minimizando las diferencias. Un año
más tarde, reconoce que también esto era pura maniobra, simple «cuestión
táctica». Lenin declara que había sido necesario «soportar a la izquierda
comunista» pero que «ahora no le hagamos más publicidad, no hablemos más de
ella».
En 1919 se crea, en Ámsterdam, un Buró de
la IC para Europa Occidental, que expresa un conjunto de tendencias
extremadamente ricas, algunas de ellas en ruptura con la socialdemocracia, que
critican el sindicalismo, el electoralismo y el parlamentarismo, el partido de
masas..., y que dada la coincidencia de posiciones con fracciones comunistas de
América del Sur (en Argentina, Uruguay, Chile…) y de América del Norte (Estados
Unidos, México…) podría haberse constituido en una verdadera alternativa
organizativa a la política oportunista de Moscú. Sin embargo, muy rápidamente
se constituye otro buró en Berlín, a instancias de los bolcheviques, con
personajes claramente centristas y opuestos a la ruptura decisiva como Levi,
Zetkin y Radek. El Buró de Berlín parte del principio (¡en pleno1919!) de que
«la revolución, incluso a escala europea, se hará lentamente» y se encarga de
liquidar el otro Buró. La contradicción entre ambos burós es cada vez mayor y queda
en evidencia, a principios de 1920, cuando la conferencia de Ámsterdam,
impulsada por el Buró de esa ciudad, adopta las bases para el trabajo en Europa
Occidental. En ellas, si bien por las discrepancias existentes y la acción
represiva no se llega a afirmar la ruptura revolucionaria con toda la fuerza
que ya se expresaban en diferentes países (no se pronuncia claramente sobre el
entrismo o no en los sindicatos reaccionarios), se llama abiertamente a la
ruptura total con los partidos socialpatriotas y particularmente con el
laborismo en total contraposición con el oportunismo de Lenin, Radek, Zinoviev,
Clara Zetkin y otros oportunistas decisivos de la dirección de la IC. La
contraposición entre ambos organismos será cada vez mayor, hasta que Fraina, en
nombre del Buró de Ámsterdam, afirma públicamente[68]
un conjunto importante de rupturas revolucionarias: reivindicación de la
escisión en Alemania con el oficialista KPD y de las posiciones del Partido
Comunista Obrero de Alemania (KAPD) de ruptura total con los sindicatos, el
rechazo de la posición «masista» del partido y la afirmación del mismo como
factor unificador y dirigente, la necesidad de ruptura con el centrismo
definido como el principal enemigo y la definición como oportunistas de un
conjunto de fuerzas (USPD, el Partido Socialista Norteamericano, la izquierda
del Partido Laborista británico, el Partido Socialista Obrero Español) con las
que Moscú coqueteaba. Fue demasiado, pues en los hechos se estaba denunciando
abiertamente la política oportunista de los bolcheviques y la dirección de la
IC. La respuesta del Comité Ejecutivo de la IC no se hizo esperar: se decidió
lisa y llanamente liquidar el Buró de Ámsterdam. Es un antecedente importante
de cómo se liquida a los discrepantes más adelante. Nada de discusiones, ni de
consultas de los propios interesados, se decide oficialmente disolver el Buró
de Ámsterdam y los interesados no son notificados de esta resolución
directamente, sino que se enteran, por la radio, de que no existen más como
Buró, que no son más representativos, que su mandato está anulado. Todavía no
se utiliza la liquidación física pero se dice abiertamente que la decisión de
«anular el mandato del Buró de Ámsterdam» es adoptada por el simple hecho de
que «este último defiende, sobre estas cuestiones, un punto de vista opuesto al
del Ejecutivo y principalmente en el rechazo del arma parlamentaria» (sic) y
«el renunciar a hacer penetrar el espíritu revolucionario en los sindicatos».
Muy rápidamente se verifica que el «arma parlamentaria» y el entrismo en los
sindicatos liquida totalmente ese «espíritu revolucionario» y los partidos
«comunistas» serán una nueva edición de los partidos socialdemócratas que
siempre habían sido partidos parlamentarios y sindicales, es decir, partidos
estatales (de control de los proletarios).
Como la ideología del
parlamentarismo revolucionario o del entrismo en los sindicatos, la ideología
de la liberación nacional coloca, ya en esos años leninistas, a los
bolcheviques del lado de los Estados contra la lucha del proletariado en varios
países. Es decir, incluso antes del Segundo Congreso de la IC, en donde se da
un debate sobre la cuestión con Roi, militante comunista de la India[69],
la IC fija su posición frentepopulista de «apoyo a la liberación nacional» en los
países «coloniales y semicoloniales»; los leninistas, en vez de apoyar a las
minorías revolucionarias de Persia, Afganistán, India, China… buscan, a todo
precio, una aproximación diplomática con la burguesía autoproclamada
«nacionalista» de esos países y contribuyen objetivamente al aislamiento y por
ello a la represión de los revolucionarios de esos países. Merece subrayarse
que esa política diplomática de buenas relaciones interestatales, que se
intenta desde 1917, se oficializa ya, en mayo de 1919, con el apoyo al régimen
del Emir Amanullah de Afganistán y el consecuente intercambio de representantes
diplomáticos. El propio Lenin insiste unos meses después, en una carta dirigida
ni más ni menos que al primer mandatario de ese país, en «reforzar las relaciones
de buena vecindad entre ambas naciones». A Lenin no le preocupaba ya la
contraposición, que Marx siempre había subrayado, entre el interés del
proletariado y el interés de la nación, ahora sólo pensaba en los intereses de
«ambas naciones», «Marx no podía haber previsto» que en nombre del proletariado
se hablara entonces de «las relaciones de buena vecindad entre ambas naciones».
Con esa misma política se organiza el
Segundo Congreso Pan Ruso de Organizaciones Musulmanes Comunistas. En ese
congreso, Lenin no tiene ningún reparo en poner como sujeto de la revolución,
en primer lugar, no al proletariado revolucionario, sino a los «países
oprimidos», es decir a la alianza de explotados y explotadores: «La revolución
socialista no será sólo, ni será principalmente, la lucha de los proletarios
revolucionarios de cada país contra su burguesía, sino que ella resultará de la
lucha de todas las colonias y de todos los países oprimidos por el imperialismo
de todos los países dependientes contra el imperialismo internacional». Es
totalmente falso que los llamados al frente popular y a las alianzas con la
burguesía hayan comenzado con Stalin, como pretende por ejemplo el trotskismo
en todas sus variantes; es una mentira gigantesca culpar a Dimitrov o Stalin de
la política liquidacionista del frentepopulismo. Este tipo de llamados y
manifiestos implicaban un llamado abierto a la lucha nacionalista y
supuestamente antiimperialista. Ese tipo de proclamas, que se sucedieron desde
entonces, contribuyen directamente a la liquidación de la autonomía del
proletariado en el mundo entero. En efecto, sólo una versión nacional del
desarrollo del capital, muy común en la ideología euroracista de la
socialdemocracia y luego de la IC, puede pretender que esos llamados al proletariado
para que apoyara a las burguesías nacionales, en su supuesta lucha contra los
imperialistas, afecta únicamente al proletariado de tales o cuales países
«coloniales o semicoloniales», y no a todo el proletariado mundial. Primero,
porque esa supuesta «táctica» era un verdadero entreguismo estratégico de todo
el proletariado mundial; al que se le llamaba explícitamente a considerar la
contradicción nacional como más importante que la contradicción de clase y como
conducente al mismo objetivo socialista, lo que es totalmente falso: jamás la
liberación nacional conduce al socialismo, ni favorece los intereses del
proletariado. Porque, en vez de afirmar la lucha mundial del proletariado
contra la burguesía mundial, esos oportunistas, erigidos en jefes de Estado,
estaban llamando, en nombre del proletariado, a los proletarios de todo el
mundo a apoyar tal o cual nación considerada oprimida, es decir a liquidar, en
todas partes, la verdadera autonomía de clase y poner al proletariado como
furgón de cola de cualquier burguesía del mundo que se definiera «contra el
imperialismo». Segundo, porque la cuestión misma de «países oprimidos» se podía
aplicar realmente en cualquier parte del mundo, lo que más tarde hacen los
trotskistas y estalinistas por doquier. En efecto, exceptuando algún país (¡no
se nos ocurre otro que Inglaterra!), todos los países del mundo podían ser, y
serían, en algún momento de la historia, redefinidos como oprimidos o como
semicolonias (por ejemplo, ¡fueron definidos así hasta países como Alemania o
España!). E incluso, en esos poquísimos países «opresores» que quedarían
totalmente exceptuados de esa tan interesada como absurda calificación[70],
siempre se podía, y se podrá, encontrar otros «pueblos» o «naciones» oprimidas
en su interior y, por lo tanto, también en ellos, justificar la alianza de los
proletarios con las burguesías de esas «naciones oprimidas», lo que era, y será
siempre, un arma contra la constitución del proletariado en clase y por lo
tanto en partido. En los hechos, se proclamaba, de forma apenas encubierta, el
viejo principio socialdemócrata de que la revolución socialista, por la que se
luchaba, no era el resultado de la lucha contra el capital, y mucho menos
contra el capital mundial, sino de una amplia alianza, popular y nacionalista,
contra tal o cual «imperialismo», contra tal o cual país. Prácticamente se
llamaba a renunciar a la lucha proletaria contra el capital y a aliarse con los
capitalistas que se considerasen (y realmente se dejaba así la puerta abierta
para toda política de alianza y pactos imperialistas como el que realiza algo
después Stalin con Hitler y después con Roosvelt y Churchill) en cada caso
particular como «antiimperialistas», o más adelante más demócratas que los
otros. Como es sabido, ésa será la política de oportunidades, tan defendida por
Lenin, en función de los intereses del capital nacional e imperial ruso, que
marca las alianzas y los virajes de los dirigentes rusos desde la época de
Lenin. Es totalmente lógico que, con esa concepción nacional imperialista,
Lenin llamase cada vez menos a la revolución y mucho más a la paz entre las
naciones. En diciembre de 1919, subrayando «su invariable anhelo de paz»
(¡textual!), Lenin se dirige a todas las potencias de la Entente: Inglaterra,
Francia, Estados Unidos, Japón, Italia… Ese mismo mes, Radek afirma la
necesidad de «la reconstrucción nacional» y la «construcción del socialismo»,
en «coexistencia pacífica con los estados capitalistas» y en base a un
«compromiso con el capitalismo mundial». Años después Stalin, con la teoría del
socialismo en un sólo país y su represión del movimiento obrero de cada país en
función de los intereses y acuerdos del Estado ruso, contrariamente al mito
trotskista, no haría más que aplicar y llevar a las últimas consecuencias esta
concepción de los bolcheviques, defendida cuando apenas habían consolidado el
poder.
En 1920, los bolcheviques, al mismo tiempo
que hacen algunas declaraciones rimbombantes y llamados al proletariado, se
afirman cada vez más como continuadores del zarismo, llegando incluso a
protestar porque en tal o tal tratado (por ejemplo, el tratado de París en
febrero 1920) no se tiene en cuenta los tratados concluidos por el zarismo con
anterioridad. Es decir reclaman internacionalmente, ante los otros gobiernos burgueses,
ser aceptados como los continuadores de los derechos, privilegios y deberes del
Estado ruso zarista. Los dirigentes representativos del Estado ruso (Lenin,
Trotski, Joffé, Linvinov, Chicherin, Radek…) multiplican los comunicados y las
conferencias de prensa, dirigidos a mostrar la buena voluntad y hasta la
paridad del gobierno ruso con los otros gobiernos del mundo y no dudan en dejar
claramente establecido que incluso renuncian a la lucha revolucionaria para
mantener la paz. Radek declara en febrero de 1920 que «el gobierno soviético no
desarrollará más actividades revolucionarias en los países capitalistas»[71]
«exigiendo» para ello ¡la lógica reciprocidad! Es decir, los bolcheviques, como
administradores del Estado ruso, no sólo no lo ponen al servicio de la lucha
del proletariado[72],
sino que liquidan la lucha del proletariado en función de los intereses del
estado ruso. Por lo tanto se sitúan del lado del Estado mundial del capital
contra la lucha del proletariado.
Cuando, unos meses después, se produce la
guerra contra Polonia, es claro que de aquellas posiciones derrotistas
revolucionarias, de guerra proletaria contra la burguesía en todas partes, no
queda absolutamente nada y se afirma abiertamente como una guerra entre Estados
nacionales e imperiales. Los propios bolcheviques reconocen este hecho y
proclaman abiertamente que se trata (no de una guerra de clases sino) de una
guerra nacional. El ejército rojo, con Trotski a la cabeza, reintegra a
oficiales zaristas (Kamenev, Vaisetts, Tukhchvsky), incluido el último
comandante en jefe del zar, el general Brusilov. Toda la dirección bolchevique
se afirma como nacional imperialista al participar, así, en la liquidación de
la autonomía de clase que ese encuadramiento militar, y los llamados a la
guerra nacional, implican para el proletariado. A los proletarios que habían
triunfado en la lucha contra los zaristas se les obliga ahora a obedecerlos y
se aplica todo el terror de Estado contra quien se rebela. Los fusilamientos,
calaboceadas y torturas fueron moneda corriente. Zinoviev, uno de los viejos
bolcheviques que siempre había defendido la posición socialdemócrata de que la
revolución en Rusia sólo podía realizar las tareas democráticas burguesas, que,
consecuentemente con ello, se había opuesto a la insurrección en nombre de la
ausencia de condiciones y que había colaborado con el enemigo denunciando sus
preparativos, declara: «La guerra se vuelve nacional. No sólo los sectores
avanzados del campesinado, sino incluso los campesinos ricos son hostiles a las
imposiciones de los propietarios polacos… Nosotros, comunistas, debemos
situarnos a la cabeza de ese movimiento nacional que unirá a toda la
población».
Es en esas circunstancias, de unidad
nacional rusa hasta con los generales zaristas, de terrorismo interno y de
sumisión de los bolcheviques a la política capitalista e imperialista rusa, que
Lenin escribe su inmundo panfleto La enfermedad infantil del “izquierdismo”
en el comunismo, en el que caricaturiza la práctica de las izquierdas
comunistas, se pronuncia a favor de la participación en los sindicatos, en los
parlamentos, se defiende la política de compromisos y se afirma la política del
frente único con la socialdemocracia y de «gobiernos obreros». ¡Cómo no ver la
coherencia entre esta política de liquidación democrática del movimiento y las
promesas bolcheviques de coexistencia pacífica, de paz social, de que «el
gobierno soviético no desarrollará más actividades revolucionarias en los
países capitalistas»! Las diferentes delegaciones de las izquierdas comunistas,
que van llegando a Moscú, en especial las del Partido Comunista Obrero de
Alemania, que esperaban ser apoyadas por Lenin y sus compañeros en la ruptura
que estaban realizando y en la lucha contra el centrismo, sufren una decepción
total: las posiciones de Lenin no sólo no son las de ellos, sino que son
exactamente las mismas posiciones contrarrevolucionarias que las de Levi, Radek
y compañía. El mito de Lenin estaba tan arraigado, incluso entre los
revolucionarios, que es necesario enviar una delegación tras otra para
convencerse de que Lenin estaba objetivamente del otro lado de la barricada.
Esa obrita de Lenin sobre la «enfermedad infantil» es, más adelante, el manual
de formación de base de todo cuadro al servicio de la contrarrevolución. Es
algo así como la biblia que recitan los servicios de choque estalinista en el
mundo entero.
Fue así, con tomas de posiciones a favor de
los oportunistas y centristas, con todos los socialdemócratas que se
disfrazaban ahora de «comunistas» y se mostraban partidarios de la IC, con
afirmación del ejército dirigido por oficiales zaristas, que encuadraban y
disciplinaban a los proletarios, con llamados al capital extranjero, con
acuerdos comerciales y militares con diferentes Estados burgueses del mundo, como
los bolcheviques prepararon el Segundo Congreso de la IC. En el mismo momento
en que mejoran las relaciones comerciales y militares con los gobiernos de la
región (Irán, Afganistán…), firman acuerdos comerciales con varios gobiernos
(por ejemplo Suecia), se reanuda el comercio con Estados Unidos (eliminación de
las restricciones al comercio con Rusia por parte del gobierno estadounidense),
y llegan a un «acuerdo pleno» con el gobierno británico, entre marzo y julio de
1920; los bolcheviques publican una serie de documentos en los que adoptan
claramente, y sobre la totalidad de las cuestiones en discusión, la posición
del centrismo internacional contra la ruptura que las izquierdas comunistas
(incluso en Rusia) habían afirmado desde siempre. De esta forma, el Comité
Ejecutivo de la IC dirige una «carta abierta al KAPD», cuyo contenido fue
conocido en el Segundo Congreso de la IC, en el que se toma abiertamente
partido contra ellos y a favor del partido contrarrevolucionario de Levi y
compañía. Dicha carta llama a los miembros del KAPD a renunciar a toda la
ruptura que venían efectuando, callando sus críticas al PC oficial, a ingresar
en los sindicatos socialdemócratas, a participar en las elecciones nacionales y
en el parlamento… Apelando a la autoridad póstuma de Luxemburgo y Liebneckt, se
llama, o más aún se conmina, a los militantes de ese partido a renunciar a todo
lo que los había llevado a constituirse como fuerza aparte, afuera y en contra
de los partidos y los sindicatos del capital. Al mismo tiempo se los calumnia y
desprestigia, diciendo que ayudan en la práctica a «la burguesía a prolongar su
dominación de clase», que su concepción de partido es «propagandista»,
«anarquista»… y, simultáneamente, les dan un verdadero ultimátum para que se
sometan a la disciplina, utilizando métodos que más tarde son moneda corriente.
En preparación del Segundo Congreso se
redactan las 19 (luego se agregarán dos más) condiciones de adhesión a la IC,
que, a pesar de que son presentadas como un parapeto contra reformistas,
excluyen a los grupos y las organizaciones que habían afirmado una ruptura
fundamental con la socialdemocracia. Ya antes del Congreso, esas condiciones
circulan como «las condiciones de exclusión del Partido Comunista Obrero de
Alemania». Ello queda bien claro en la discusión de junio, entre por un lado
Lenin-Radek, en nombre de esas condiciones, y Merges-Rüle por el otro, en
nombre del KAPD. También circulan una serie de artículos redactados por
Zinoviev, que había pasado de ser considerado, por Lenin y Trotski, como el
peor de los traidores, por su actitud policial durante la insurrección (¡y así
lo decía antes Lenin!), a ser ni más ni menos que el adulado presidente de la
IC. Entre esos artículos se destacan Las cuestiones quemantes de la
actualidad para el movimiento internacional, el Segundo Congreso de la IC y sus
tareas y Lo que ha sido la Internacional hasta ahora y lo que debe ser
en el futuro. En el primero se defiende la vieja concepción «masista» del
partido y se trata de probar el éxito de esos partidos con el número de
personas y adherentes y en general por los éxitos parlamentarios (como siempre
había hecho la socialdemocracia), lo que se sitúa en las antípodas de la
posición del KAPD. Los revolucionarios en Alemania contraponían al partido de
masas socialdemócrata-leninista el partido «núcleo» y especificaban que
utilizaban la palabra partido (como Marx) en el «sentido no tradicional del
término». En el segundo texto de Zinoviev, lo más importante es la afirmación
de que ahora hay que obedecer a la disciplina. Toda su perorata, en contra del
reformismo, esconde mal que se buscaba liquidar la ruptura comunista, dado que
se llama abiertamente a la unidad con el centrismo, a la unidad con los Levi,
los Gramsci ¡y hasta con el Partido Laborista británico!
De la misma manera, Lenin, antes del
Segundo Congreso de la IC, anuncia su color, definiéndose abiertamente no sólo
por el parlamentarismo sino por la afiliación de los comunistas al Partido
Laborista británico que la izquierda comunista, de ese país y del mundo,
consideraba, con total razón, como el «último bastión de la defensa del
capitalismo contra la revolución proletaria ascendente»[73].
En el Congreso mismo, que se produce en Moscú en julio-agosto de 1920, se
consolida toda la línea bolchevique y, también, el dominio total de éstos sobre
la Internacional y sobre cada uno de los partidos adherentes: parlamentarismo,
sindicalismo, «emancipación nacional». En cuanto a este último punto, se
imponen, claro está, las oportunistas tesis de Lenin, aunque suavizadas para no
cristalizar la organización de la izquierda comunista especialmente persa,
corea, hindú… Así, en vez de la fórmula abiertamente frentepopulista que Lenin
había elaborado —«la necesidad de que todos los partidos comunistas ayuden al movimiento
democrático burgués de liberación»—, que pone al comunismo como sirviente de la
burguesía, se termina aprobando otra mucho más vaga. Sólo en función de los
intereses del Estado y maniobrando en los corredores, los leninistas suavizaban
las formulaciones derechistas para evitar que las minorías revolucionarias se
reagruparan. Sin embargo, el alineamiento de los bolcheviques y del Ejecutivo
de la IC «sin reservas, junto al oportunismo»[74]
es denunciado abiertamente por los verdaderos comunistas que efectivamente
habían roto con la socialdemocracia.
Como decimos en la presentación de la
segunda parte de la cronología[75],
el período que viene luego de ese Congreso y hasta fines de 1921 «se
caracteriza por la ola de derrotas y un repliegue desordenado del movimiento
revolucionario, que constituye, por un lado, la verificación práctica de que la
revolución no podía avanzar sin romper programáticamente, a fondo, con el
programa de la socialdemocracia (parlamento, sindicatos, apoyo al desarrollo
del capital en Rusia, “derechos de los pueblos a la autodeterminación”,
reformismo en todo los niveles…) y, por el otro, será refrendado por una “nueva
política” que irá aún más lejos en la afirmación de la contrarrevolución
—participación en la lucha intercapitalista internacional, frente único
(“obrero” y “antiimperialista”), gobiernos obreros...—, que será oficializada
por el Tercer y Cuarto congresos de la IC. Esa NPE[76]
en lo internacional será acompañada por la liquidación real de toda la
vanguardia comunista, desarticulada, vencida desorganizada, desarmada, separada
de los obreros que ya se iban resoldando con su capital nacional para producir
los monstruosos fenómenos que veremos unos años después: estalinismo, fascismo,
frentes nacionales antiimperialistas, nazismo, frente popular».
La aplicación de las directivas del Segundo
Congreso conduce a la adhesión masiva de socialdemócratas a los partidos
comunistas o a la dilución de los comunistas en un partido socialdemócrata y el
aislamiento y desautorización de los revolucionarios que se oponen al
nacionalismo, el parlamentarismo, el sindicalismo. En nuestra cronología se dan
muchos ejemplos de cómo esa política de la IC conduce a ese resultado en
Alemania, Austria, Francia, Argentina, México. En Alemania, la política del
partido de Levi, que apoya a la IC, es cada vez más cercana a la de la
putrefacta USPD (la unificación ordenada desde Moscú se produciría unos meses
después), llegando al extremo de publicar comunicados conjuntos, llamando a los
proletarios a oponerse al movimiento insurreccional del proletariado definido
como una provocación. El leninismo actúa como habían actuado los viejos
bolcheviques que se oponían a la insurrección. El zinovievismo y el kamenevismo
de los viejos bolcheviques contrarrevolucionarios se había internacionalizado,
avalado ahora por Lenin y Trotski: la insurrección proletaria pasó a ser
considerada aventurerismo pequeño burgués. ¡Esa caracterización sigue siendo
utilizada hoy por socialdemócratas y estalinistas!
Es decir, en los países, en
los que la revolución tiene todavía posibilidades de triunfar, la IC pone en
práctica su línea oportunista situándose del lado de los
contrarrevolucionarios. Si tenemos en cuenta que mientras el proletariado
alemán luchaba contra sus explotadores y verdugos los dirigentes rusos negocian
secretamente con las autoridades militares de Alemania sobre la posibilidad de
reconstituir la industria rusa de armamento, se puede entender perfectamente
porqué la línea de Zinoviev, Lenin, Trotski era tan abiertamente contraria a la
lucha revolucionaria: esos dirigentes del «comunismo» no podían conciliar la
lucha proletaria con los intereses del Estado ruso y ya habían elegido a éste
último. Mientras durante todo el año 1921, el proletariado alemán sigue
sufriendo derrota tras derrota, los dirigentes bolcheviques van logrando que
las grandes firmas militares alemanas (Albertossewerke, Krupp, Bonn y Vose)
construyan en Rusia (evidentemente que explotando al proletariado de ese país)
cañones, obuses, aviones, submarinos... Por supuesto que el propio Lenin
insiste, contrariamente a lo que habían prometido en el momento insurreccional,
en que esos acuerdos sean guardados en absoluto secreto. La abolición del
secreto en los acuerdos imperiales, con el que tanto se habían llenado la boca
«como ejemplo revolucionario», resultaba ya entonces una reminiscencia de la
revolución. El progreso y la puesta en práctica de esas conversaciones conducen
al célebre Tratado de Rapallo entre ambos Estados, que preparaba ya las
condiciones de la siguiente masacre interimperialista.
El oportunismo triunfante contra la
revolución llega a niveles tales que Zinoviev, como jefe de la IC, sustituye la
«lucha de clases» por la «guerra santa contra los ladrones y los opresores» en
su discurso de apertura del Primer Congreso de los Pueblos de Oriente. Esas
posiciones conducen a los bolcheviques a mantener excelentes relaciones con los
represores nacionalistas del proletariado, que utilizan ya el método de la
tortura y la desaparición de militantes. Mientras Mustafá Sufi y otros
militantes comunistas turcos eran torturados y desaparecidos (al parecer
lanzados al mar tras ser asesinados), los bolcheviques afirman las relaciones
amistosas y comerciales con (los represores directos) el Estado en Turquía, llegando
a la firma de un tratado en el que, con total desparpajo e insolidaridad con
respecto a los comunistas asesinados, se proclama «la afinidad mutua entre el
movimiento de liberación nacional de los pueblos y las luchas de los obreros de
Rusia por un nuevo orden social». En Persia sucede otro tanto, en 1921, se
aísla y expulsa a los revolucionarios, imponiendo al partido «comunista» en ese
país que abandone la lucha y colabore con el nacionalismo en el mismo momento
en que los bolcheviques afirman las relaciones amistosas y diplomáticas con el
Estado represor. También en Afganistán afirman las relaciones interestatales,
que habían comenzado desde la insurrección, aislando así a los revolucionarios
de ese país.
Ni siquiera la política nacionalista burguesa
de los bolcheviques es consecuente, porque (como siempre en el terreno
interburgués e interimperialista) los acuerdos con los diferentes imperialismos
los lleva a traicionar, una y otra vez, la política nacionalista prometida. Por
ejemplo, los acuerdos imperialistas con Reino Unido llevan a los bolcheviques a
no cumplir los acuerdos de publicar la revista Los pueblos de Oriente,
que se había acordado en el Congreso de los Pueblos de Oriente. Mientras el
Estado ruso va consolidando sus alianzas imperialistas y la política de atraer
capitales, en Rusia, durante todo 1921, se siguen disminuyendo todas las
raciones alimentarias e intentando, por todos los medios, aumentar la
explotación de los proletarios, lo que conducirá a la última gran resistencia
proletaria: huelga general en Petrogado, revuelta en los históricos talleres
Putilov, «el crisol de la revolución», y luego la gran revuelta de los
proletarios y marineros de Kronstadt.
Durante esa afirmación progresiva de la
contrarrevolución internacional y de la política contrarrevolucionaria de los
bolcheviques, se realiza el Tercer Congreso de la IC, en el que se consolida
toda la política socialdemócrata de «ir a las masas». No quedan ni las huellas
de la fraseología revolucionaria del Primer y el Segundo congresos. Todo es
sustituido por la «conquista de la mayoría de la clase obrera» y otras frases
clásicas del oportunismo y la vieja escuela socialdemócrata. Para ello, el
verdadero debate es sistemáticamente saboteado y prohibido por los dirigentes
de la IC, que hacen enormes y sensacionales discursos pero que acortan, todo lo
posible, el tiempo de palabra de los delegados del KAPD, Roi u otros
compañeros. Todos los discursos oficiales tienen como objetivo repetir la
fraseología barata de Lenin, en su «enfermedad infantil», y descalificar a los
compañeros de las izquierdas comunistas. El debate mismo, en el Tercer
Congreso, es una caricatura, una burla, de la polémica real. A los delegados se
los reúne aparte y se les explican las posiciones oficiales contra el KAPD;
todo está preparado para su exclusión. A los delegados de esta organización se
los reprimió en el uso de la palabra y sólo se los escucha un tiempo
limitadísimo y en una sala ya convencida y sin interés en la polémica. Los
compañeros cuentan que el rumor era permanente y que ni siquiera se los
escuchaba. Se funcionaba como en los viejos congresos socialdemócratas y en
general de la democracia: todo está cocinado de antemano, la polémica se
sustituye por los discursos espectaculares que inducían los aplausos en función
del prestigio espectacular del que lo pronunciaba. La IC no sólo defendía el
parlamentarismo sino que se había transformado en un verdadero parlamento;
todas las tareas propias del congresismo socialdemócrata se generalizaban nuevamente.
La apología leninista de los compromisos y
los acuerdos con el enemigo, la maniobra permanente como «táctica genial», como
«estrategia revolucionaria», la falta total de principios es erigida para
siempre en el único principio general del Congreso. Trotski no se imaginaba
hasta qué punto se estaba gestando el estalinismo y él estaba contribuyendo al
mismo, cuando declaraba, en ese congreso, que la IC se había transformado en
una «escuela de estrategia revolucionaria… superando su fase infantil» y que eso
había sido posible gracias al dominio de «la ciencia de la maniobra política,
táctica y estratégica».
Creemos que estos elementos resumen bien lo
que es en Rusia, y especialmente en lo internacional, el leninismo como gran
liquidador de las fuerzas revolucionarias en el mundo entero e introducen
conceptualmente la liquidación práctica que se produce en todos los países, en
los años siguientes, como expusimos y seguiremos exponiendo en otros trabajos.
«La ciencia de la maniobra
política, táctica y estratégica» o leninismo es, entonces, el perfeccionamiento
de la concepción de la socialdemocracia. Su principio de base es negar la
unicidad fundamental entre los intereses inmediatos e históricos del
proletariado y preconizar, invariantemente, tácticas y estrategias que
contradicen los intereses más elementales del proletariado. Ésa es la clave,
una argumentación (y luego propaganda) en nombre del comunismo, que contradice
la práctica de siempre del movimiento comunista, que no puede ser otra cosa que
el movimiento histórico concreto de combate contra el capitalismo y su
desarrollo. Una teoría, una ideología, un partido, que invariantemente
justifica la necesidad de desarrollar una política contraria a los intereses
proletarios, en nombre de esos mismos intereses en el futuro. Sólo así se puede
argumentar que: el proletariado debe trabajar lo máximo posible en vez de
luchar contra el trabajo; que lo importante es desarrollar el capitalismo en
vez de luchar contra el mismo; que hay que realizar las tareas de la burguesía
(tareas democrático burguesas) en vez de realizar las tareas proletarias de
abolición del trabajo asalariado y la sociedad mercantil; ir al parlamento y
hacer una política electorera en vez de sabotear el parlamento y las
elecciones; someterse a la disciplina sindical en vez de luchar contra los
sindicatos, verdaderos aparatos del Estado burgués; hacer frentes nacionales y
populares con la burguesía, sus partidos, sus Estados, en vez de enfrentarlos;
defender la nación y la política estatal nacional en vez de luchar contra
Estados y fronteras; en fin… hacer acuerdos y alianzas con burgueses, milicos y
generales de otros países que están reprimiendo a los compañeros, en vez de
solidarizarse con éstos y seguir la lucha contra aquéllos. El estalinismo no es
más que la consecuencia inevitable de todo ello: sin todos los presupuestos
anteriores no se podían haber justificado los millones de proletarios
encerrados en los campos de concentración, ni las alianzas y pactos políticos,
económicos, militares con todos los enemigos del proletariado: desde los
Estados de Estados Unidos, Reino Unido, Francia… a la propia Alemania nazi,
dirigida por Hitler. Todo absolutamente todo eso había sido defendido por Lenin
(y Trotski) en el poder.
La sistematización leninista de todos los
dualismos socialdemócratas generaliza la función de ese partido burgués para
los proletarios. En efecto, sólo oponiendo al proletariado como clase con el
partido, los intereses económicos de los proletarios con los intereses
históricos del socialismo, se puede argumentar que, en nombre del socialismo,
hay que dejar los intereses inmediatos y, por ejemplo, sacrificarse por la
economía nacional. Todos los virajes y justificaciones leninistas, todos los
sacrificios del proletariado, todas las «traiciones» de los partidos de
izquierda, tienen como fundamento ese conjunto interminable de dualismos que
hoy encontramos en todas las formas modernas de la socialdemocracia: intereses
económicos e intereses políticos, programa mínimo y programa máximo, intereses
inmediatos e intereses históricos, táctica y estrategia. La ciencia de la
maniobra política se materializa prácticamente en el posibilismo y el realismo
de la oportunidad política que todos conocemos: «si pero es menos malo que…»,
«no será socialista pero es lo que se puede hacer», «el parlamento es una
institución burguesa pero hay que participar para denunciarlo», «las elecciones
no permiten llegar al socialismo, pero mientras tanto votemos por...», «la
liberación nacional es un paso… hacia el socialismo». A su vez este maniobreo
sin fin, de las zanahorias políticas y del oportunismo erigido en método, en
función de intereses ajenos al proletariado (intereses del partido y/o Estado
que lo lleva adelante y particularmente de la Unión Soviética), al mismo tiempo
que conlleva la liquidación de las minorías revolucionarias, que siguen
aferradas a los intereses proletarios, consolida la contrarrevolución mundial y
se transforma en la forma, al fin encontrada, de liquidar toda la autonomía del
proletariado, en nombre de ese mismo proletariado. Más allá de la falsa imagen
radical de Lenin en sus primeros tiempos, el leninismo pasará a ser reconocido,
por sus supuestos enemigos socialdemócratas y hasta por las otras fracciones de
la burguesía, como un modelo exitoso. Los nazis imitarán los métodos de
movilización de masa y propaganda, la policía política, los campos de trabajo y
concentración, y las otras grandes fuerzas imperiales del mundo no se quedarán
atrás en cuanto a los «grandes trabajos» y la consecuente movilización de masas
durante el New Deal. Las escuelas de oficiales y militares, de todas las
grandes potencias, leerán Lenin, no sólo como un enemigo a tener en cuenta, no
sólo como un excelente intérprete de Clausewitz, sino por el perfeccionamiento
de los métodos de control y sumisión de las masas.
Evidentemente, en ese dualismo siempre hay
un polo que es determinante y dominante —el partido, la teoría, la ciencia, la
civilización, el progreso, el socialismo, el desarrollo de las fuerzas
productivas…— y otro que es subordinado, oprimido, secundario, condenado al
sacrificio —el proletariado, lo inmediato, lo táctico, las necesidades
concretas, los intereses «economicistas»...—. Siempre la humanidad es
sacrificada en nombre de una zanahoria que nos hace marchar y que esconde,
invariantemente, el propio desarrollo de las fuerzas productivas del capital.
En todos los casos se sacrifican los intereses proletarios, los intereses
directamente humanos, en nombre de intereses superiores, se hace primar ese
polo definido como superior. Sucede exactamente lo mismo que con la religión
judeocristiana, el sacrificio aquí en nombre del más allá. Más aún, ese polo
dominante se argumenta a sí mismo, es el que define los criterios de verdad, es
la expresión misma de la ciencia incuestionable y ante la cual hay que
sacrificarse. Si los proletarios no son más que el polo subordinado, ¿quién
tiene esa función de la verdad en la Tierra, de la ciencia ante la cual hay que
arrodillarse? Es evidentemente lo que el leninista llama «el partido».
Exactamente como la iglesia era en la Edad Media la concreción de dios en la
Tierra, el partido pasa a ser así la concreción del socialismo idealizado, de
la ciencia, de la civilización y por lo tanto es incuestionable. Toda crítica
de fondo pasa a ser un pecado y los críticos tienen como sanción la excomunión
y la hoguera. La represión y el terrorismo de Estado fueron, y son, la
consecuencia inevitable del dogma revelado.
Esta concepción siempre estuvo presente en
la socialdemocracia, desde Lasalle a Proudhon, hasta que fuera sintetizada y
sistematizada por Karl Kautsky. Su discípulo Lenin la adopta (de ahí la
importancia del texto de Barrot que presentamos a continuación)* y la lleva a la práctica, en forma masiva,
desde 1917. Stalin, Trotski, Zinoviev, Kamenev, Dimitrov, Gramsci... son los
mejores discípulos contemporáneos del discípulo de Kautsky. Luego siguen no
sólo otros discípulos declarados del discípulo, tales como Mao, Ho Chi Min,
Giap, Kim Il Sung, Enver Hoja, Fidel Castro…, u otros menos declarados como los
supuestos «anarquistas» españoles de la CNT (Abad de Santillán, Federica
Montseny, Marianet…), que también en nombre de la lucha contra el Estado
defendieron abiertamente al Estado presente y concreto, el Estado capitalista,
y pusieron al proletariado, organizado en la CNT, a su servicio. Pero más allá
de esas aplicaciones, esa concepción vuelve y volverá a ponerse de moda en todo
tipo de organizaciones sociales y políticas para paralizar al proletariado en
su acción directa contra el capital y el Estado en nombre de un supuesto
interés superior.
La historia del leninismo (y en general de
la socialdemocracia) contra la revolución, sólo existe en forma dispersa e
inorgánica. En su forma moderna, esa concepción no ha desaparecido, sino que
por el contrario se ha generalizado y dispersado, lo que la ha hecho más fuerte
y constitutiva fundamental del modo general de pensamiento dominante moderno,
considerado políticamente correcto. Todavía no existe una sistematización de
esa teoría y de esa práctica tras casi un siglo de acción decisiva. De ahí la
importancia de nuestro intento. Hoy, bajo otras formas o denominaciones, la
socialdemocracia, con todo lo que el leninismo le ha aportado, sigue siendo fundamental
en la canalización y la liquidación de la energía de millones de proletarios
que quieren cambiar el mundo hacia su contrario. Es decir para que toda esa
energía se utilice en las tareas democrático burguesas y, en general, en el
progreso del capital.
La vigencia
contrarrevolucionaria del leninismo
No sólo quienes nos critican, sino incluso
lectores y compañeros próximos, se sorprendieron de nuestra enésima insistencia
sobre el leninismo, el bolchevismo, el estalinismo…, considerando que todo eso
ya está quemado, superado y/o que todo eso se hizo pelota con la «caída del
muro» y que sólo quedan absurdos resabios, caribeños u otros, que no tienen
ninguna actualidad. Esa apreciación no se basa en la realidad de la dominación
capitalista y el aporte que, a la misma, significó la contrarrevolución
leninista-estalinista como «ciencia de la maniobra política, táctica y
estratégica», que justifica todo y su contrario, sino en lo que los políticos
dicen de sí mismos, o lo que es lo mismo, en los regímenes políticos o partidos
formales que se llaman a sí mismos leninistas o marxistas leninistas.
El leninismo es, sin embargo, mucho más
amplio e importante que los regímenes marxistas leninistas que, no está de más
recordarlo, abarcaron más de la mitad de la humanidad y Lenin fue el autor más
divulgado de todos los tiempos hasta épocas muy recientes. El marxismo
leninismo es una metodología general decisiva para dominar al proletariado, una
verdadera «ciencia de la maniobra», como Trotski decía, por la cual, en nombre
de intereses superiores, se liquida la acción directa revolucionaria. Si en el
sentido más amplio todas las fuerzas y partidos, cuyo objetivo es controlar a
los proletarios, constituyen el partido histórico de la socialdemocracia (sí,
del viejo partido burgués para neutralizar a los proletarios), el triunfo de la
contrarrevolución leninista hizo, de esa ciencia, la forma más desarrollada de
la dominación de los proletarios, la metodología más perfeccionada para
imponerle al proletariado, en nombre del futuro socialista, la movilización
productiva y nacional imperialista.
El leninismo no sólo es utilizado por
estalinistas, trotskistas, zinovievistas, gramscianos… que es verdad que cada
vez son menos importantes, sino que, en forma consciente o inconsciente, es
utilizado por nacionalistas, socialistas, libertarios, liberales, populistas,
derechistas, izquierdistas… No es necesario leer a Lenin para encontrar esa
misma dualidad característica, llevada a su expresión máxima, en nombre no
tanto del partido, sino del socialismo futuro, el progreso, la nación, la
democracia, la igualdad… Tampoco es necesario ser miembro de un partido para
defender esa concepción; hoy la misma reflorece, como si se tratara de hongos,
en las ONG, los sindicatos, las estructuras de ayuda social... que el Estado
instaura en los barrios pobres como táctica contrainsurreccional (en las
favelas, en los banlieu, en los suburbios, en las villas…), en el
pseudosocialismo latinoamericano, entre los piqueteros argentinos o adentro del
movimiento de trabajadores sem terra de Brasil…
Se nos dirá que ese dualismo es esencial en
todas las formas de dominación capitalista y que no son fruto del leninismo, ni
de la socialdemocracia, lo que es totalmente cierto, porque la democracia
misma, para disolver la clase en el individuo ciudadano, requiere de todo eso
y, en ese sentido, todo partido interesado en el desarrollo y el progreso del
capital tiene que utilizarlo. Sin embargo, en tanto que proletarios, explotados
y dominados, en lucha contra el capital y sus Estados, nos interesa de
sobremanera las formas precisas en que esa dominación se estructura y, en
particular, las formas de dominación destinadas a los proletarios, concebida
para canalizar a quienes ponen su voluntad en la lucha contra esta sociedad. Es
decir, nos interesa de sobremanera el papel de los partidos burgueses para el
proletariado, es decir la socialdemocracia y su perfeccionamiento marxista
leninista. Y al profundizar en la misma constatamos que no estamos frente a una
forma cualquiera de dominación sino frente a la forma más perfeccionada que
puede existir, más allá de la terminología que la misma pueda utilizar.
Así, el «mal menor» es un invariante en
toda la historia de la opresión y dominación de clase. Siempre la clase dominante
intenta utilizar y canalizar a sus propios explotados y dominados contra otros
sectores diciendo que son peores, siempre se trata de cambiar algo para que
todo quede como está. Siempre la socialdemocracia había utilizado ese
expediente contra la autonomía proletaria y la acción directa. Pero el mérito
de aplicar dicho expediente para liquidar toda la fuerza del proletariado
insurrecto mundial de los años 1917 a 1919 y canalizarlo hacia el frentismo
corresponde al leninismo en el poder (1918-1923) y a la consecuente propaganda
marxista leninista. La forma más elevada de esa liquidación revolucionaria es
precisamente esa transformación histórica hasta imponerle el frente único,
luego el frente popular, el frente nacional, hasta la sumisión a la guerra interimperialista
y su masacre generalizada. Desde entonces siempre la dictadura del capital, la
democracia, para su dominación, crea el cuco del fascismo para legitimarse como
antifascista y liquidar toda expresión autónoma en base a un frente (que como
todo frente popular incluye el terrorismo de Estado). Pueden variar las formas
o las denominaciones pero todas las formas de dominación y liquidación del
proletariado autónomo utilizan las bases socialdemócratas y el
perfeccionamiento de las mismas que efectuó el leninismo y sus diferentes y
numerosas variantes.
La contrarrevolución escondió, desde el
principio, que el terror «rojo», que se aplicó bajo Lenin, no iba dirigido
principalmente contra la burguesía, sino contra el proletariado. Ello es la
consecuencia lógica del programa de desarrollo del capitalismo aplicado desde
el principio por Lenin y los suyos: la defensa de los intereses elementales del
proletariado se contraponen siempre a la política capitalista. Por eso aunque
también se reprimen sectores de la burguesía y otros partidos capitalistas,
cada vez más fuerzas burguesas serán cooptados y/o neutralizadas y el
terrorismo de Estado se aplicará masivamente contra el proletariado rural y
urbano.
Desde la creación de la Checa, en diciembre
de 1917, se definió como enemigo al «sabotaje y la contrarrevolución»,
categoría en la que entraron de primera quienes se oponían a la política
nacionalista de los bolcheviques y a quienes saboteaban el desarrollo de la organización
capitalista y tayloriana de la producción. Cuanto más se fue reafirmando la
política nacionalista e imperialista, y en lo interno se iba cooptando para el
aparato del Estado a viejos funcionarios y militares zaristas, así como a
viejos burgueses para gestionar el capital, más la represión contra el
proletariado se fue agudizando. Si las primeras víctimas del terrorismo de
Estado, especialmente entre el proletariado agrícola, se producen en plena
guerra civil (entre el terror blanco y el terror rojo) y se puede aducir una
gran confusión en una contienda entre dos proyectos capitalistas, luego se fue
concentrando en lo económico, en la represión contra toda tentativa proletaria
de vivir menos mal. Eran acusados de especuladores quienes intercambiaban comida,
quienes resistían a las requisiciones, quienes obtenían un pedazo de carne para
comer, quienes hacían huelga en la fábrica, quienes resistían al reclutamiento
forzado en el ejército y en general quienes promovían la lucha contra las
medidas de agudización de la explotación que el leninismo imponía contra los
intereses proletarios. Pero fueron reprimidos selectiva y más violentamente
todavía quienes llamaban abiertamente a la resistencia frente a la política
claramente burguesa de los bolcheviques y especialmente quienes actuaban
organizadamente contra el Estado, como siempre habían hecho. Los mismos
partidos y grupos que más habían sido reprimidos por el zarismo son los
primeros en ser reprimidos por los bolcheviques que, no podemos olvidar, contaron
con la colaboración de muchos de los viejos oficiales zaristas y experimentados
milicos. En muchos casos, los militantes revolucionarios fueron arrestados en
las mismas cárceles y en los mismos calabozos en los que habían estado durante
el zarismo.
La cantidad y la calidad de la represión
fue, desde la creación de la Checa, terrible: la tortura se generalizó desde el
principio y la desaparición de personas y la liquidación física fue la política
general. La época de más represión masiva abierta, en toda la historia de la
Unión Soviética, medida, por ejemplo, por el número de muertos directos de la
represión, contrariamente al mito, es bajo Lenin. Diferentes fuentes coinciden
en afirmar que, en lo que se considera oficialmente época del Terror, es decir
18 meses (desde septiembre de 1918 a enero de 1920), hubo un promedio de un
millón y medio de muertos por año. La declaración del Comité Central Ejecutivo
de los Soviets, del 2 de setiembre de 1918, que legitima lo que denominarán
«terror de masas» y que efectivamente fue terror contra las masas, fue aprobada
en principio contra los opositores a la paz de Brest-Litovsk y particularmente
contra la rebelión abierta de los socialistas revolucionarios de izquierda y
contra quienes llamaban a continuar la revolución, a hacer la revolución
permanente o «tercera revolución». Para quienes habían decretado que la
revolución había terminado, que ahora había que trabajar y construir en alianza
y colaboración con las diferentes fuerzas del capital y el Estado mundial, quienes
llamaban a continuar la revolución (¡como habían hecho los bolcheviques
insurreccionalistas hasta octubre de 1917!) pasaron a ser definidos como
«agentes de la burguesía». Algo más de un mes después, Lenin se justifica en
Pravda: «Cuando la gente nos reprocha nuestra crueldad, nosotros nos
preguntamos cómo olvidan los más elementales principios del marxismo»
(publicado el 26 de octubre de 1918). Si Lenin se tomaba por él máximo
interprete de dios Marx en la Tierra, para justificar lo injustificable, es totalmente
lógico que Dzerjinsky, el primer jefe de la Checa, declarase que el hombre
comunista se creaba matando a quienes resistían: «La imposición proletaria bajo
cualquier forma, comenzando por la ejecución capital, constituye un método para
crear el hombre comunista».
Un año y medio después, cuando el Estado
decide suprimir la pena de muerte, lo hace para utilizar toda la fuerza de
trabajo y ponerla al servicio del desarrollo económico. Se consolidaba así la
ideología leninista del indispensable desarrollo del capitalismo como paso al
socialismo, se aplicaba el eslogan «genial» de Lenin de que el socialismo es
«el poder de los soviets y la electrificación del campo». La aplicación
estricta del trabajo forzado era necesaria para la realización de las tareas
democrático burguesas en un país en ruinas. Se le impondrá al proletariado, por
la ideología y el terror de Estado, el máximo esfuerzo productivo posible. Los
campos de trabajo forzado habían empezado a funcionar ya en 1918, en donde se
habían creado dos. En 1920 se abrirían ocho campos de concentración más. En
1922, la dirección de la policía política controlará 56. Al mismo tiempo que la
condena a «trabajos forzados», que Lenin y Trotski defendían, se seguía
generalizando, hasta transformarse en la condena tipo contra «los que no
querían trabajar y los saboteadores», es decir contra la resistencia
proletaria. Las cárceles, que los proletarios habían vaciado en 1917, tendrán
en sus inmundas entrañas, a la muerte de Lenin, 87.800 presos políticos, lo que
incluye ya a muchos militantes que habían participado en la insurrección de
octubre, incluidos militantes de la izquierda comunista del propio partido
bolchevique.
El aparato policial, el terror de Estado y
los campos de trabajo forzado se transformaron así en la clave de la contra
«revolución rusa» y del desarrollo del capitalismo (que luego Stalin obliga a
llamar «socialismo») en un solo país. En el segundo aniversario de 1917, el
propio Pravda escribía «”todo el poder a los soviets” se transformó en “todo el
poder a las Checas”».
La primera acción de la Checa fue aplastar
una huelga de empleados y funcionarios de Petrogrado. La primera gran redada se
realizó la noche del 11 al 12 de abril de 1918, fue contra organizaciones que
se definían como anarquistas y sorprendió por su inusitada dureza. Durante la
misma actuaron más de 1.000 milicos de la Checa que tomaron por asalto unas 20
casas de anarquistas de Moscú y apresaron a 520 personas, de los cuales
asesinaron a 25 de ellos, acusándolos de «bandidos». Este apelativo se haría
corriente en lo sucesivo contra los militantes que continuaban luchando contra
el capitalismo y el Estado.
El 16 de febrero de 1923 en pleno bulevar
Nikitsky de Moscú, un miembro de la Comisión Gubernamental de Investigación y
Dirección Política del Estado se suicida y como testamento deja la siguiente
carta: «¡Compañeros! Luego de que me pusieron rápidamente al tanto de los
asuntos tratados por nuestra principal institución para la defensa de las
conquistas del pueblo trabajador, un estudio de los documentos de investigación
y de los procedimientos aplicados conscientemente por nosotros, para afirmar
nuestra situación, en base a las indicaciones del compañero Unschlich que los
considera indispensables para los intereses del Partido, me obligaron a salir
para siempre de tales horrores, de esas canalladas que practicamos en nombre de
los grandes principios del comunismo y a los cuales yo participé
inconscientemente como obrero del Partido Comunista. Quiero, con mi propia
muerte, confirmar mi error y en ese sentido os dirijo mi última plegaria.
Cambiad totalmente mientras todavía estéis a tiempo, no deshonren, con vuestros
métodos, a nuestro gran maestro Marx y no sigáis alejando a las masas del
socialismo»[77].
[1] En la época en que se proclamara la teoría del socialismo en un solo país circulaba entre los militantes el horrible chiste de que «sí, existe un país socialista, el país constituido por los campos de concentración en donde todo lo que está encerrado es socialista y comunista».
[2] En Argentina, así como en otros países del Cono Sur, la desaparición sistemática de militantes revolucionarios fue considerada por muchos, incluso por muchos grupos que se pretenden revolucionarios, como algo original, inédito y fruto de la maldad propia a los militares de ese país. Ello revela una ignorancia y/o ocultación total de la historia de la lucha de clases: nosotros no nos atrevemos a decir cuándo empezó; con seguridad la desaparición física de personas como centro del terrorismo de Estado debe remontar a la aparición misma del Estado. Pero podemos afirmar que durante todo el siglo XX se practicó de manera sistemática, que el estalinismo se impuso y se consolidó aplicando sistemáticamente esa metodología, no sólo en Rusia y las otras repúblicas soviéticas, sino contra los militantes considerados discrepantes de todos los países del mundo. Las invitaciones a Moscú de los discrepantes contenía siempre esa posibilidad y hasta el día de hoy no se han censado los desaparecidos. Lo mismo puede decirse de los militantes, que los agentes estalinistas y el partido «comunista» de ese país, torturaron e hicieron desaparecer en España entre 1936 y 1939.
[3] Por ejemplo la concepción misma del partido leninista, infalible, perfecto, expresión del dogma revelado y necesariamente infalible, también viene de ahí. En efecto, la concepción del partido de la socialdemocracia que hace derivar el mismo no del proletariado y su lucha, sino de la ciencia y la civilización (común a Kautsky, Lenin, Stalin…) es básicamente religiosa. Esto lo mostraremos en la continuación de este texto que publicaremos próximamente.
[4] Entrevista a Agustín García Calvo publicada en CNT número 324 de junio 2006.
[5] Agustín García Calvo, Idem.
[6] Mientras las izquierdas comunistas en su proceso de constitución y ruptura con los «partidos comunistas» oficiales, siempre criticaron las bases económicas de la sociedad estalinista y denunciaron el carácter capitalista, la mayoría de los grupos denominados anarquistas nunca criticaron las bases económicas de esa sociedad contentándose, como otras fracciones de la socialdemocracia (incluido el trotskismo), en hacer una crítica superficial y política. Esta crítica, como la efectuada por ejemplo por Arthur Lehning en Marxismo y anarquismo en la Revolución Rusa, se limita a la crítica de «la dictadura» leninista, estalinista, a la crítica de la falta de democracia y la ausencia de los derechos humanos, etc. Esta crítica «anarquista» y/o «socialista» avala como comunista, lo que en realidad es capitalismo.
[7] Aquí mencionamos la democracia tal como se utiliza normalmente sólo como una forma de organización del poder burgués. Como lo hemos dicho muchas veces la democracia es mucho más que eso, es la esencia de la dominación del capital, producto de la generalización de la sociedad mercantil y en este sentido más global todas esas banderas y estructuras (incluyendo el fascismo, el estalinismo, el frente popular…) son expresiones formales de la democracia.
[8] Lenin: Sobre el infantilismo de izquierda y las ideas pequeño
burguesas.
[9] El pretexto socialdemócrata es siempre que se trata de algo táctico; pero la contribución activa del leninismo al desarrollo del capitalismo es, en la práctica, fundamental, estratégico.
[10] Lenin: Sobre el impuesto en especie
[11] Ver al respecto Contra el mito de la transición socialista: la política económica y social de los bolcheviques en Comunismo número 15/16.
[12] Lenin: La catástrofe inminente y los medios para conjurarla octubre de 1917.
[13] Desde nuestro punto de vista es claro que el cambio político no implica ninguna revolución y, consecuentemente, que en Rusia, en la medida en que no se ejerce ninguna dictadura contra el capital, es decir destructiva de las relaciones sociales burguesas, resulta totalmente absurdo hablar de «dictadura del proletariado», que es precisamente ese proceso destructivo (en lo económico social).
[14] Ponemos «revolución» entre comillas porque en realidad esas «revoluciones» son, precisamente, lo contrario a lo que los revolucionarios entendemos por revolución. Se trata de un cambio del poder político, seguido de un conjunto de reformas, que tienden a mantener el viejo sistema social, como sucedió incluso con lo que se llama «revolución francesa» y en última instancia también con la «revolución rusa». En todos esos casos se trata de la liquidación de la revolución, de la contrarrevolución.
[15] Incluso eso de «dirigir» el capital es sumamente relativo, la dinámica del capital mismo implica que sea indirigible o si se quiere que quienes aparecen dirigiendo al capital sean en los hechos dirigidos por él.
[16] Lenin en La catástrofe inminente y los
medios para conjurarla de octubre de 1917.
[17] En todo lo que sigue, nosotros no llamamos socialdemocracia a tal o cual partido formal, sino al conjunto de fuerzas de integración capitalista específicamente destinado a encuadrar al proletariado y tal como lo caracterizamos en lo que sigue. Este verdadero partido histórico del capital para los proletarios, como lo señalamos en muchas oportunidades, comprende a fuerzas que se denominaron de muy diferentes maneras: socialistas, comunistas, anarquistas, marxistas leninistas, trotskistas, bolcheviques leninistas, maoístas, guevaristas, castristas…
[18] Sobre la transformación de los intereses proletarios en la reforma recomendamos al lector el libro de Miriam Qarmat Contra la democracia, Colección Rupturas, Libros de Anarres, 2006, Buenos Aires, y también el artículo Consignas ajenas conciencia enajenada.
[19] Los más modernos de los socialdemócratas postmodernos han puesto a la moda ahora una palabra más radical «las comunicaciones», la comunización para sustituir a aquellas ya muy desgastadas. Pero al igual que sus colegas nunca queda claro en sus teorías cómo se puede hacer comunismo sin la dictadura revolucionaria y la consecuente destrucción del capitalismo.
[20] Ver al respecto nuestro número Contra el trabajo (Comunismo número 12) y particularmente nuestro texto: Acerca de la apología del trabajo.
[21] Ver por ejemplo el CICA (Circulo Internacional de Comunistas Antibolcheviques) www.geocities.com/cica_web. El CICA es el ejemplo típico de grupo que se reivindica de la izquierda comunista sin romper con la esencia de la concepción socialdemócrata. Ver al respecto nuestro sitio Internet www.geocities.com/icgikg/
[22] Lenin Acerca del papel y de las tareas de los sindicatos (publicando en enero 1922).
[23] Es sistemática y típica, de todo partido burgués para los proletarios, esa confusión e identificación permanente entre dos cosas que son antagónicas: los intereses del trabajo con los intereses de los trabajadores. ¡Estos consisten precisamente en trabajar lo menos posible, en imponerse contra los intereses del trabajo!
[24] Lo que decimos aquí para el pan, es evidentemente válido para el arroz, o los derivados de ambos, así como para cualquier otro elemento alimenticio de base.
[25] Ello no implica no reconocer que la socialdemocracia no es un partido burgués cualquiera. Es un partido burgués específicamente dirigido a encuadrar, dirigir, encausar a quienes tienen interés en destruir el sistema social para que no lo hagan, es un partido burgués para encuadrar a los proletarios.
[26] Lo que se llama «revolución francesa» no es la revolución que intentaron los proletarios agrícolas y urbanos, en esa época en Francia, ejecutando terratenientes, nobles y curas, quemando títulos de propiedad y conspirando por hacer la revolución permanente (intento de dictadura de los pobres, conspiración por la igualdad, Babeuf, Buonarroti…) sino todo lo contrario, la liquidación de esa revolución social y la transformación en mera «revolución» política antimonárquica y la proclamación de la república democrática burguesa y de los derechos democráticos del hombre y del ciudadano.
[27] Lo que sigue es evidentemente un esquema en el que se presenta una enumeración de cuestiones consideradas tácticas que en realidad forman un todo estratégico contra la revolución.
[28] Ver nuestro texto El argumento del mal menor, sirviente caballero del capitalismo Comunismo No. 42
[29] Es evidente que esta enumeración la hacemos tal como nuestros enemigos la expresan, porque esas oposiciones tampoco son tales: ejemplo la democracia no se opone a la dictadura sino que es dictadura del capital, la liberación nacional es necesariamente proimperialista del «otro lado», lo que es derecha en un país es izquierda en otro y viceversa, la aristocracia también puede hacer una política popular, el fascismo no es más que un producto orgánico del Estado democrático y hasta del antifascismo que lo desarrolla como cuco indispensable para sus intereses...
[30] Ver al respecto Liberación nacional cobertura de la guerra imperialista en Comunismo Números 2 y 3.
[31] El mejor documento histórico de cómo funcionaban las diferentes fracciones trotskistas en Rusia contribuyendo a la reproducción del estalinismo y saboteando toda crítica de fondo, es sin dudas el libro de Ante Coliga Dix ans au pays du mensonge déconcertant. Desconocemos si existe traducción castellana y en francés aconsejamos la única obra completa Editions Champ Libre y no la versión parcial publicada por 10/18.
[32] Por ejemplo Lenin dice: «El impuesto en especie es la transición del comunismo de guerra a un justo intercambio socialista de productos» y 6 renglones después: «El intercambio significa la libertad de comercio, es capitalismo», en la Conclusión de Sobre el Impuesto en especie. O sea que el intercambio de productos es según Lenin ¡socialista y capitalismo al mismo tiempo! Así se manejó la dirección del Estado ruso hablando simultáneamente de patria socialista, de los beneficios del capitalismo de Estado, de empresas comunistas, de las ventajas del intercambio capitalista… la confusión generalizada sirvió para desorientar totalmente al proletariado y someterlo nuevamente al trabajo, al capital, a la economía nacional.
[33] Ver al respecto el texto de Jean Barrot: El ‘renegado’ Kautsky y su discípulo Lenin.
[34] Lenin en el VIII Congreso de los Soviets de Toda Rusia.
[35] Como ya lo hemos señalado, en muchas oportunidades, discrepamos con llamarle a ese régimen «capitalismo de Estado» porque en realidad el capital sólo está estatizado formalmente, jurídicamente. Además, la continuidad de las relaciones sociales mercantiles hace imposible un verdadero control central de la economía, lo que irá quedando claro, contrariamente a las ilusiones que los marxistas leninistas se habían hecho, en los años siguientes. Ese estrepitoso fracaso en el control del capital muestra también hasta qué punto, el capital en la URSS no era capitalismo de Estado, ni siquiera era controlado por el Estado y que ese supuesto socialismo, defendido por los marxistas leninistas, no era competitivo a nivel internacional.
[36] Lo falso es esa oposición entre monopolio y competencia (o entre exportación de mercancías y exportación de capitales…) u otras oposiciones que esa ideología hace, cuando en realidad el capitalismo contiene necesariamente ambas realidades, todo monopolio implica competencia y viceversa (toda exportación de mercancías es exportación de capitales y viceversa). Por otra parte el imperialismo existe durante toda la historia del capitalismo e incluso desde antes. En fin no hay ningún cambio en la naturaleza esencial del capital, tal como Marx lo había descrito. Los supuestos cambios son subterfugios ideológicos de los socialdemócratas, desde que existe el partido socialdemócrata, para revisar la esencia de la teoría revolucionaria y justificar todo tipo de revisión de la teoría de Marx, en nombre de que la época «ha cambiado».
[37] Lenin: Acerca de la significación del oro ahora y después de la victoria del socialismo 1921
[38] Lenin en Informe sobre la sustitución del sistema de contingentación por el impuesto en especie en el X Congreso del PC (R) de Rusia (1921)
[39] Idem.
[40] La enumeración, que sigue a continuación, no es exhaustiva y no pretende ser más que un claro esquema, ilustrativo, que facilita la exposición y la explicación. Todo lector atento puede decirnos, con razón, que la separación en puntos es totalmente arbitraria, que en realidad uno y el siguiente se recubren parcialmente, etc. A pesar de esto, resulta sumamente útil, para nuestra explicación, hacer una enumeración característica de esa ruptura, para luego contrastarla con lo que fue el marxismo leninismo.
[41] Ver nuestro artículo: Brest-Ltovsk: La paz es siempre paz contra el proletariado en Comunismo número 15/16 así como el documentado trabajo de Guy Sabatier: Traité de Brest-Litovsk 1918 coup d’arret a la revolution Spartacus.
[42] Ver Contra el mito de la transformación socialista: la política económica y social de los bolcheviques, la continuidad capitalista. Comunismo número 15/16
[43] Lenin en La revolución proletaria y el renegado Kautsky
[44] No sólo porque en todos los países se encontrarán causas nacionales para defender, sino porque se subordina, al proletariado de todos los países, a los apoyos interminables de las liberaciones nacionales, porque bajo esa cobertura se impone el apoyo de los proletarios a las burguesías de todo el mundo.
[45] Sobre este punto y el anterior ver en este mismo número el artículo Lo que nos separa.
[46] Lenin en el IX Congreso del PC de Rusia en 1920.
[47] Lenin en La enfermedad infantil del izquierdismo en el comunismo (1920).
[48] El lector hará inevitablemente el paralelismo con lo que los dominantes del mundo condenan hoy como «el islamismo». Dicho paralelismo tiene bases históricas reales y puede explicarse por muchas otras razones, aunque también podríamos señalar diferencias, pero dicho análisis, tanto en el sentido de las concordancias como en cuanto a las diferencias, nos alejaría de los objetivos de este texto.
[49] «Y termino aquí, aunque habría que criticar casi cada palabra de este programa…Hasta tal punto que, caso de ser aprobado, Marx y yo jamás podríamos militar en el nuevo partido erigido sobre esta base y tendríamos que meditar muy seriamente en qué actitud habríamos de adoptar frente a él, incluso públicamente. Tenga usted en cuenta que, en el extranjero, se nos considera a nosotros responsables de todas y cada una de las manifestaciones y de los actos del Partido Obrero Socialdemócrata Alemán. Así por ejemplo, Bakunin en su obra Política y Anarquía, nos hace responsables de cada palabra irreflexiva pronunciada y escrita por Liebknecht…» Engels carta a Begle 18-28 de marzo de 1875.
[50] Más allá de que, en esa afirmación, se reduce la revolución a la insurrección, conviene subrayar que ni siquiera esto era cierto. Los viejos bolcheviques, el famoso «partido de Lenin», con sus planteos y reivindicaciones democrático burguesas, siempre habían ido detrás del proletariado revolucionario en Rusia, siempre se opusieron a la lucha por la revolución social en ese país y se dedicaron al apoyo más o menos crítico de los partidos burgueses y de la democracia. Durante la insurrección de octubre actuaron como partido oscilante y los viejos dirigentes se opusieron a la misma.
[51] La política internacional de los bolcheviques y las contradicciones en la Internacional Comunista, Comunismo números 17 y 18.
[52] Muchos dirán que eso era lo que decían, que en realidad los bolcheviques ya tenían por objetivo liquidar la revolución y que utilizaban el discurso socialista para sus fines, que como otros contrarrevolucionarios querían que todo cambiara para que todo quede como está. Nosotros no compartimos este análisis, que sitúa a esos individuos por encima de la historia, dirigiendo voluntariamente la contrarrevolución, sino que vemos esto como resultado de un proceso que los supera. Pensamos que la concepción contrarrevolucionaria de la socialdemocracia, que los dominaba, los hizo efectivamente creer en esa utilización progresista del capitalismo y el Estado para fines socialistas. En esto desconocieron el ABC de lo que es el capital y el Estado.
[53] Se nos dirá que el frentepopulismo formal recién fue aprobado en los años treinta, y es verdad. Pero nosotros no nos referimos al frente popular formal sino al real. El frentismo con «los otros partidos obreros», el frente unido o único, esconde que en realidad se trata de un frente popular porque los «partidos obreros», con los que se propone frente, son los partidos burgueses para el proletariado, son los partidos de la socialdemocracia, es decir partidos que todos los internacionalistas consideraban como abiertamente capitalistas. Por eso hablamos abiertamente de frente popular en general, más allá de que a partir de mediados de los años veinte, importantes dirigentes de la IC, como el propio Dimitrov, hicieron llamados abiertamente policlasistas y frentepopulistas.
[54] Ver Liberación nacional cobertura de la guerra imperialista en Comunismo números 2 y 3.
[55] El día siguiente de la insurrección, los bolcheviques anuncian que publicarán «una nota asegurando a todo el personal de las embajadas y de las misiones el respeto que quiere testimoniar la segunda revolución a los Aliados» (Jacques Sadoul, Notes sur la révolution bolchevique, página 55).
[56] Según Sadoul este ofrecimiento lo hace, en primera instancia, el propio Lenin. En las obras de Lenin éste aparece, un poco después, opuesto a esta solución, que siguen defendiendo en el Comité Central consagrados bolcheviques, hasta que luego, al quedar en minoría y ser amenazados de exclusión, abandonan dicha posición.
[57] «Yo ya les propuse toda una serie de condiciones preliminares a la conclusión de un armisticio que harán temblar de horror a los negociadores alemanes: continuidad de la fraternización y de la agitación revolucionaria, prohibición del transporte de tropas de un frente a otro, negociaciones en territorio neutro o ruso, condiciones militares muy desventajosas para los alemanes». Texto citado de Sadoul, página 120.
[58] Texto citado de Sadoul, página 161.
[59] Extraído de la cronología citada, Comunismo número 17.
[60] Esta carta fue presentada al Comité Central el 22 de febrero de 1918 y fue firmada por importantes miembros del mismo como Oppokov, Lomov, Ouritski, Bujarin y Boubnov, así como por varios Comisarios del pueblo como Stukov, Bronski, Iakovieva, Spundé, Pokrovski y Piatakov.
[61] «Todavía emocionados por la escenas de fraternización con los soldados revolucionarios rusos, por las poses comunes para la fotografía junto a ellos, por los cantos y las hurras y la entonación de la Internacional, los “compañeros” alemanes se lanzan, desde ahora con las mangas remangadas, hacia el fuego de las acciones masivas heroicas para abatir todos los proletarios franceses, ingleses e italianos. Gracias al refuerzo masivo en carne de cañón alemán, la masacre volverá a encenderse por todo el frente oeste y sur con una fuerza multiplicada por diez. Ello obliga a Francia, Inglaterra, Estado Unidos a realizar los esfuerzos más desesperados. Así, lo que resulta como efectos primeros del Armisticio ruso y de su consecuencia inmediata, la paz separada al este, no es para nada algo que apresure la paz general, sino 1) la prolongación de la masacre entre los pueblos y la monstruosa agravación de su carácter sanguinario que exige de ambos lados mayores sacrificios que sin duda harán palidecer todo lo que vimos hasta ahora y 2) una enorme fortificación de la posición militar de Alemania y de sus planes de anexión, de sus apetitos más osados». Rosa Luxemburg, La responsabilidad histórica, enero 1918. Nos parece incuestionable lo que declara Luxemburg en este texto. Debemos recordar sin embargo, que a su vez, Rosa Luxemburg nunca llegó a romper con las bases ideológicas de la socialdemocracia y jugó un papel centrista contra la ruptura comunista en Alemania.
[62] Por todo lo expuesto es lógico que hablemos de ejército ruso, e incluso de reorganización del ejército ruso (en contraposición a los guardias rojos o lo que luego se conocerá con el nombre de «ejercito maknovista»), en continuidad con el ejército zarista (se reconstituyen las normas y la jerarquía del ejército histórico del zarismo) y que no tenga ningún sentido hablar de ejército proletario como hicieron los aburguesados dirigentes bolcheviques. Esa denominación, o la de ejército rojo u otras, son pura mistificación del leninismo, el trotskismo y el estalinismo.
[63] Las llamadas «concesiones al capital internacional» se presentan como meramente económicas pero, evidentemente, son también políticas, programáticas, contrarias al ABC de la lucha comunista: el capital sólo entiende de ganancia, de tasa de ganancia y, por lo tanto, de aumentar la explotación de los proletarios. Lenin aseguró esto también.
[64] Aquí se comprueba, una vez más, que Lenin ve las cosas como los patrones identificando aumento del trabajo (mayor disciplina, más cantidad y más intensidad del trabajo) con aumento de la productividad del trabajo que, como dijimos anteriormente, es todo lo contrario (¡menos trabajo para producir lo mismo!). La cita es de Las tareas inmediatas del poder de los soviets. Tesis.
[65] Es importante conocer las posiciones de quienes luchaban contra esa política en Rusia. Ver entre otros el número 18 de la revista Comunismo, donde se publican varios textos de las oposiciones bolcheviques (Osinky, «Grupo del Centralismo Democrático», Declaración de los 22…), así como el número 20 de Comunismo, en donde se publica el «Manifiesto del Grupo Obrero del Partido Comunista Ruso».
[66] Ver al respecto nuestros trabajos en Comunismo número 17 y Jacques Baynac, La Terreur sous Lenine (El Terror bajo Lenin).
[67] Ver la traducción de la primera parte de este artículo en Comunismo número 20.
[68] En el artículo La Conferencia Comunista Internacional y los problemas de la Internacional.
[69] Ver al respecto: Memoria Obrera, La izquierda comunista en la India (1920), en Comunismo número 7.
[70] La calificación es absurda porque se le aplican términos que tienen sentido de clase, como explotación y opresión, a la relación entre países. Es falsa, en el sentido de que es absurdo decir, por ejemplo, que toda la nación es explotada y oprimida escondiendo que en ella hay explotadores y opresores. Pero como la misma sirve para dividir al proletariado, para transformarlo en furgón de cola de tal o cual fracción, es y seguirá siendo utilizada. Preferimos agregar que es también interesada, lo que explica la persistencia de lo absurdo.
[71] Esta colaboración de Radek, y por su intermedio del Estado ruso, con los represores directos del proletariado en Alemania había sido acordada por el propio Radek unos años antes, cuando de preso pasa a ser adulado hombre de Estado. Radek pasa así de enemigo a colaborar abiertamente con el jefe de la Reichwsehr, general Von Seecket, y a preparar los acuerdos entre ambos Estados que se concretarán unos años después (como el de Rapallo). Ver, por ejemplo, Sebastian Haffner, Le pacte avec le diable (El pacto con el diablo).
[72] En realidad, la formulación es incorrecta. Sólo usamos la fórmula de nuestros enemigos para poner en evidencia su falsedad: un Estado nacional nunca puede ser puesto al servicio de la lucha del proletariado, sino que hay que destruirlo; sólo el proletariado armado puede desarrollar aquella acción revolucionaria. La cuestión es que los marxistas leninistas confunden y asimilan una cosa con otra: el poder armado del proletariado con el Estado burgués ruso que nunca fue destruido. Como explicamos, el desarrollo del capitalismo en Rusia, que Lenin tanto defendía, sólo podía consolidar el estado burgués en ese país, cualquiera fueran sus administradores. La aplicación del leninismo consolidó entonces al Estado burgués en ese país y a los bolcheviques como sus administradores.
[73] Agregando que «hay que desarrollar una lucha sin piedad contra el laborismo». Las dos citas son de las tesis de Fraina aprobadas por la Conferencia de Ámsterdam.
[74] Del Postcriptum agregado por Pannekoek, luego del Segundo Congreso de la IC, a su texto La revolución mundial y la táctica del comunismo (el texto apareció entonces firmado con el seudónimo de Horner) ya citado.
[75] Ver Comunismo número 18.
[76] Se hace referencia a la Nueva Política Económica de Lenin favorable al capitalismo y el comercio privado en Rusia, que será aplicada con éxito para el desarrollo capitalista en ese país, lo que significará, como es lógico, un golpe brutal a la lucha del proletariado.
* El leninismo contra la revolución. Segunda parte se publicó en el órgano del Grupo Comunista Internacionalista, Comunismo, número 56. El documento de Jean Barrot al que hacen referencia lleva por título El «renegado» Kautsky y su discípulo Lenin y se encuentra en la misma publicación (Nota del Grupo Socialista Libertario).
[77] La carta fue reproducida por un corresponsal de Poslednia Novosti según cita Melgounov y nosotros la extrajimos del libro de citado de Baynac.