LOS AMIGOS DE DURRUTI EN MAYO DE 1937
 La Agrupación de Los Amigos de Durruti fue una organización anarquista, fundada en marzo de 1937. Sus miembros eran milicianos de la Columna Durruti opuestos a la militarización, y/o anarquistas, críticos respecto a la entrada de la CNT en el gobierno republicano y de la Generalidad.

La importancia histórica y política de Los Amigos de Durruti radica en su intento, surgido, en 1937, del propio seno del movimiento libertario, de constituir una Junta revolucionaria, que pusiera fin al abandono de los principios revolucionarios, y al colaboracionismo con el Estado capitalista; de forma que la CNT defendiera y profundizara las “conquistas” de julio de 1936, en lugar de cederlas poco a poco a la burguesía. Sin embargo la Agrupación nunca se propuso llegar a ser, durante las jornadas de mayo del 37, una auténtica alternativa revolucionaria a la dirección de la CNT-FAI gubernamental, que tenía varios ministros en el gobierno de la República y en el de la Generalidad.

LA AGRUPACION DE LOS AMIGOS DE DURRUTI DESDE SU FUNDACION HASTA LOS HECHOS DE MAYO.
En octubre de 1936 el decreto de militarización de las Milicias Populares produjo un gran descontento entre los milicianos anarquistas de la Columna Durruti, en el Frente de Aragón. Tras largas y enconadas discusiones, en marzo de 1937, varios centenares de milicianos voluntarios, establecidos en el sector de Gelsa, decidieron abandonar el frente y regresar a la retaguardia. Se pactó que el relevo de los milicianos opuestos a la militarización se efectuaría en el transcurso de quince días. Abandonaron el frente, llevándose las armas.
Ya en Barcelona, junto con otros anarquistas (defensores de la continuidad y profundización de la revolución de julio, y opuestos al colaboracionismo confederal con el gobierno) los milicianos de Gelsa decidieron constituir una organización anarquista, distinta de la FAI, la CNT o las Juventudes Libertarias, que tenía por objetivo encauzar el movimiento ácrata por la vía revolucionaria. Así pues, la Agrupación se constituyó formalmente en marzo de 1937, tras un largo período de gestación de varios meses, iniciado en octubre de 1936. La Junta directiva fue la que decidió tomar el nombre de “Agrupación de Los Amigos de Durruti”, nombre que por una parte aludía al origen común de los ex-milicianos de la Columna Durruti, y que como bien decía Balius, no se tomó por referencia alguna al pensamiento de Durruti, sino a su mitificación popular.
La sede central de la Agrupación estaba situada en Las Ramblas, esquina a la calle Hospital. El crecimiento de los miembros de la Agrupación fue rápido y notable. Se llegaron a repartir entre cuatro y cinco mil carnets de adheridos a la Agrupación. Una de las condiciones indispensables para formar parte de la Agrupación era la de ser militantes de la CNT. El crecimiento de la Agrupación era consecuencia del descontento de un amplio sector de la militancia anarquista ante la política claudicante de la CNT.
La actividad y el dinamismo de la Agrupación fueron frenéticos. Desde su constitución formal, el 17 de marzo, hasta el 3 de mayo, la Agrupación efectuó diversos mítines (en el Teatro Poliorama el 19 de abril y en el Teatro Goya el 2 de mayo), lanzó diversos manifiestos y octavillas, saboteó la intervención de Federica Montseny en el mitin de la Monumental del 11 de abril, y llenó los muros de Barcelona con carteles que explicaban su programa.

En este programa destacaban dos puntos: 1.- Todo el poder para la clase obrera. 2.- Órganos democráticos de obreros, campesinos y combatientes, como expresión de ese poder obrero, al que llaman Junta Revolucionaria.

También propugnaban que los sindicatos asumieran la plena dirección económica y política del país. Y cuando hablaban de sindicatos se referían a los sindicatos confederales, con exclusión de la estalinizada UGT. De hecho algunos de los miembros de la Agrupación habían abandonado su militancia en la UGT, para afiliarse acto seguido a la CNT, y cumplir así el requisito indispensable para pertenecer a Los Amigos de Durruti.
En realidad, aunque el origen obrero de los componentes de la Agrupación hacía que todos estuviesen afiliados a la CNT, la mayoría eran militantes de la FAI, por lo que bien puede decirse que la Agrupación de Los Amigos de Durruti eran un grupo de anarquistas que, desde un purismo doctrinal ácrata, se oponían a la política colaboracionista y estatal de la dirección de la CNT, y de la propia FAI.
Tenían cierta fuerza dominante en el Sindicato de la Alimentación, ramificado por toda Cataluña, así como en las cuencas mineras de Sallent, Suria, Fígols y Cardona, en la comarca del Alto Llobregat. Influían también en otros sindicatos, en los que eran minoritarios. Algunos de sus adherentes formaban parte de las Patrullas de Control. Pero jamás formaron en su seno una fracción o grupo, ni pretendieron infiltrarse en las Patrullas.
No podemos caracterizar a la Agrupación como un grupo plenamente consciente y organizado que planeara una acción metódica. Eran, tanto desde el punto de vista numérico como ideológico y organizativo, mucho más que un grupo de afinidad constituido más o menos informalmente, en torno a unas determinadas coincidencias ideológicas y unas inquietudes comunes, aunque no eran ni mucho menos una rama del movimiento libertario (ML) como CNT, FAI, o Juventudes Libertaria. Se aproximaban más a lo que en aquellos momentos era Mujeres Libres: una organización con finalidades propias, no encuadrada plenamente en las tres grandes ramas organizativas del ML. Eran un grupo de militantes que sentían la imperiosa necesidad instintiva de enfrentarse a la política claudicante de la CNT y al proceso contrarrevolucionario en auge.
Sus portavoces más destacados fueron Jaime Balius y Pablo Ruiz. El domingo 18 de abril la Agrupación convocó un mitin en el Teatro Poliorama, que quiso ser una presentación pública de su existencia y de su programa. En el mitin intervinieron Jaime Balius, Pablo Ruiz (delegado de la Agrupación de Gelsa de la Columna Durruti), Francisco Pellicer (del Sindicato de la Alimentación), y Francisco Carreño (miembro del Comité de guerra de la Columna Durruti). El acto tuvo un gran éxito y los conceptos expresados por los oradores fueron ampliamente aplaudidos.
El primer domingo de mayo (el día 2) la Agrupación convocó en el Teatro Goya otro mitin de presentación, que llenó el teatro a rebosar y provocó un entusiasmo delirante entre los asistentes. Se proyectó el documental titulado “Diecinueve de julio”, en el que se revivieron los instantes más emotivos de las jornadas revolucionarias de julio del 36. Intervinieron Pablo Ruiz, Jaime Balius, Liberto Callejas y Francisco Carreño. En el acto se advirtió que era inminente un ataque de la reacción contra los trabajadores.
Los Comités dirigentes de la FAI y de la CNT descalificaron inmediatamente a Los Amigos de Durruti, a quienes calumniaron como marxistas.

El programa expresado por Los Amigos de Durruti ANTES DE MAYO DEL 37 se caracterizaba por el énfasis puesto en la gestión de la economía por los sindicatos, la crítica de todos los partidos y de su colaboracionismo estatal, así como cierto retorno a la pureza doctrinal ácrata.
Los Amigos de Durruti expusieron su programa en el cartel con el que cubrieron los muros de Barcelona a finales del mes de abril de 1937. En esos carteles, que propugnaban ya, ANTES DE LOS HECHOS DE MAYO, la necesidad de SUSTITUIR al gobierno burgués de la Generalidad de Cataluña por una Junta Revolucionaria, se decía lo siguiente:

“Agrupación de Los Amigos de Durruti. A la clase trabajadora:
1.- Constitución inmediata de una Junta Revolucionaria integrada por obreros de la ciudad, del campo y por combatientes.
2.- Salario familiar. Carta de racionamiento. Dirección de la economía y control de la distribución por los sindicatos.
3.- Liquidación de la contrarrevolución.
4.- Creación de un ejército revolucionario.
5.- Control absoluto del orden público por la clase trabajadora.
6.- Oposición firme a todo armisticio.
7.- Una justicia proletaria.
8.- Abolición de los canjes de personalidades.

Atención trabajadores: nuestra agrupación se opone a que la contrarrevolución siga avanzando. Los decretos de orden público, patrocinados por Aiguadé no serán implantados. Exigimos la libertad de Maroto y otros camaradas detenidos.
Todo el poder a la clase trabajadora.
Todo el poder económico a los sindicatos.
Frente a la Generalidad, la Junta Revolucionaria.”

El cartel de abril del 37 anticipaba y explicaba la octavilla lanzada durante las jornadas de mayo, además de otros muchos de los temas y preocupaciones tratados por Balius en los artículos publicados en Solidaridad Obrera, La Noche e Ideas (sobre la justicia revolucionaria, el canje de prisioneros, la necesidad de que la retaguardia viva para la guerra, etcétera). Se planteaba por primera vez la necesidad de una Junta Revolucionaria que sustituyera al gobierno burgués de la Generalidad. Esa Junta Revolucionaria era definida como un gobierno revolucionario formado por todos los obreros, campesinos y milicianos que habían luchado en la calle durante las jornadas revolucionarias de julio del 36 (y eso excluía al PSUC y ERC).
Pero lo más importante era la expresión conjunta de las tres consignas finales. La sustitución del gobierno burgués de la Generalidad por una Junta Revolucionaria aparecía junto a la consigna de “Todo el poder para la clase trabajadora” y “Todo el poder económico a los sindicatos”.
El programa político expresado en ese cartel, inmediatamente antes de las jornadas de mayo, era sin duda el más avanzado y lúcido de todos los grupos proletarios existentes, y convertía a la Agrupación, en la vanguardia revolucionaria del proletariado español en ese momento crítico y decisivo. Y así lo reconocieron el POUM y la Sección bolchevique-leninista de España.

LOS HECHOS DE MAYO.
El sábado primero de mayo no hubo ninguna manifestación en Barcelona. La Generalidad había declarado laborable la jornada, en beneficio de la producción de guerra, aunque el motivo real era el temor a un enfrentamiento entre las distintas organizaciones obreras, a causa de la tensión creciente en diversas comarcas y localidades catalanas. Ese mismo sábado el consejo de la Generalidad se reunió para examinar la situación preocupante del orden público en Cataluña. El citado consejo aprobó la eficacia demostrada en las últimas semanas por los consejeros de seguridad interior y defensa, a quienes se acordó otorgar un voto de confianza para resolver las cuestiones de orden público todavía pendientes.
El Presidente de la Generalidad el lunes día 3 estuvo, muy oportunamente, de viaje en Benicarló, para entrevistarse con Largo Caballero, lo cual le permitió desvincularse de los primeros acontecimientos. Sea como fuere, la acción política de Companys, con su cerrada negativa a destituir a Artemio Aiguadé y a Rodríguez Salas, como exigió la CNT el mismo día 3, fue uno de los más importantes detonantes de los enfrentamientos armados de los días siguientes.

El lunes, 3 de mayo de 1937, hacia las tres menos cuarto de la tarde, tres camiones de guardias de asalto, fuertemente armados, se detuvieron ante la sede de la Telefónica en la Plaza de Cataluña. Estaban dirigidos por Rodríguez Salas, militante de la UGT y estalinista convencido, responsable oficial de la comisaría de orden público. El edificio de Telefónica había sido incautado desde el 19 de julio por la CNT. El control de las comunicaciones telefónicas, el control de las fronteras y las patrullas de control eran el caballo de batalla, que desde enero había provocado diversos incidentes entre el gobierno republicano de la Generalidad y la masa confederal. Era una lucha inevitable entre el aparato estatal republicano, que reclamaba el dominio absoluto sobre todas las competencias que le eran “propias”, y la defensa de las “conquistas” del 19 de julio por parte de los cenetistas.

Rodríguez Salas pretendió tomar posesión del edificio de la Telefónica. Los militantes cenetistas de los pisos inferiores, tomados por sorpresa, se dejaron desarmar; pero en los pisos superiores se organizó una dura resistencia, gracias a una ametralladora instalada estratégicamente en el último piso. La noticia se propagó rápidamente. Inmediatamente se levantaron barricadas en toda la ciudad. No debe hablarse de una reacción espontánea de la clase obrera barcelonesa, porque la huelga general, los enfrentamientos armados con las fuerzas de policía y las barricadas fueron fruto de la iniciativa tomada por Escorza y Herrera con los comités de defensa, rápidamente secundada gracias a la existencia de un enorme descontento generalizado y a la tensión existente en la base militante confederal. La lucha callejera fue impulsada sobre todo por los comités de defensa de los barrios (y sólo parcial y secundariamente por algún sector de las patrullas de control, ya que éstas estaban compuestas por militantes de distintas organizaciones antifascistas). Que no existiera una orden de los comités superiores de la CNT, que ejercían de ministros en Valencia, o de cualquier otra organización, para movilizarse levantando barricadas en toda la ciudad, no significa que éstas fueran espontáneas, sino que fueron resultado de las consignas lanzadas por los comités de defensa.
La orden de huelga general no fue fruto de un “espontáneo instinto de clase”. La toma de la Telefónica era la ruptura brutal de las conversaciones que durante todo el mes de abril habían mantenido directamente Companys, que había excluido expresamente a Tarradellas, con Manuel Escorza y Pedro Herrera, en representación de la CNT. Escorza respondió inmediatamente a la provocación de Companys desde los comités de defensa. Ese fue el inicio de las Jornadas de Mayo, y el terreno propicio para la acción que se presentó a Los Amigos de Durruti. Ellos supieron atenerse inmediatamente a lo que las circunstancias pedían. Mientras los obreros lucharon con las armas en las manos, la Agrupación intentó dirigirlos, darles un objetivo revolucionario. Pero enseguida encontraron sus límites. Criticaron a los líderes de la CNT, a los que llegaron a calificar de traidores, en el Manifiesto del día 8, pero no supieron contrarrestar sus consignas de abandono de las barricadas. Tampoco se plantearon desbordar a la dirección confederal, que inmediatamente quiso detener la insurrección iniciada desde los comités de defensa. Los Amigos de Durruti no hicieron nada efectivo para conseguir que su consigna de constitución de una Junta revolucionaria se hiciera realidad. Sabían que sus críticas a la dirección anarcosindicalista no serían suficientes para arrebatarle el dominio de la organización cenetista.
Por otra parte, la Agrupación era joven, falta de experiencia y carente de prestigio entre la masa confederal. Sus ideas no habían logrado calar en profundidad entre los militantes de base.
Inmersos en esta situación de impotencia recibieron una nota del Comité ejecutivo del POUM, para que una representación autorizada de la Agrupación se entrevistara con ellos. Acudieron Jaime Balius, Pablo Ruiz, Eleuterio Roig y Martín. A las siete de la tarde del día 4 se entrevistaron en el Principal Palace, en Las Ramblas, con Gorkin, Nin y Andrade. Examinaron conjuntamente la situación, y llegaron a la conclusión unánime de que, dada la oposición al movimiento revolucionario de las direcciones de la CNT y la FAI, éste estaba condenado al fracaso. Se acordó que era necesaria una retirada ordenada de los combatientes y que éstos conservaran las armas. Que la retirada se hiciera previo abandono de las posiciones por las fuerzas opuestas. Que era preciso encontrar garantías para evitar una represión de los combatientes en las barricadas. Al día siguiente, por la noche, los máximos dirigentes y responsables anarcosindicalistas hablaron de nuevo por la radio, llamando al abandono de la lucha. Y ahora los militantes de base en las barricadas ya no se burlaban de los “bomberos” de la CNT-FAI, ni de los besos a los guardias de García Oliver.
El miércoles, día cinco de mayo, Los Amigos de Durruti distribuyeron en las barricadas la conocida octavilla que les dio fama, cuyo texto decía así:
“CNT-FAI. Agrupación “Los Amigos de Durruti”.
¡TRABAJADORES¡ Una Junta revolucionaria. Fusilamiento de los culpables. Desarme de todos los Cuerpos armados. Socialización de la economía. Disolución de los Partidos políticos que hayan agredido a la clase trabajadora. No cedamos la calle. La revolución ante todo. Saludamos a nuestros camaradas del POUM que han confraternizado en la calle con nosotros.¡VIVA LA REVOLUCIÓN SOCIAL. ¡ABAJO LA CONTRARREVOLUCIÓN¡”
Esta octavilla fue confeccionada la noche del cuatro al cinco de mayo bajo amenaza armada, en una imprenta del barrio chino. La improvisación y la falta de infraestructura de la Agrupación eran evidentes. El texto fue redactado tras la reunión con la Ejecutiva del POUM, celebrada a las siete de la tarde del día cuatro, cuando entre la Agrupación y el POUM se había acordado ya una postura defensiva de retirada, sin abandono de las armas, y con la exigencia de pedir garantías contra la represión. La octavilla, aprobada por el POUM, y reproducida en el número 235 (del 6 de mayo) de La Batalla, no tenía tras de sí ningún plan de acción, no era más que una declaración de intenciones y un llamamiento a la espontaneidad de las masas confederales para que perseverara en su acción ante los avances de la contrarrevolución. Todo estaba condicionado en realidad a la decisión que tomara la dirección cenetista. Era absurdo e ilógico creer que las masas confederales, pese a su reticencia inicial, o a sus críticas, no seguiría a los líderes del 19 de julio. Sólo si la dirección de la CNT era desbordada por otra dirección revolucionaria podía darse el caso, aún así muy difícil, de que la masa siguiera las consignas y el plan de acción de una nueva dirección. Pero ni la Agrupación, ni el POUM, intentaron desbancar a la dirección confederal, ni tenían preparado ningún plan de acción. Tanto unos como otros impulsaron, en la práctica, una política seguidista respecto a las decisiones de la dirección cenetista. El Comité ejecutivo del POUM rechazó el plan de Josep Rebull de tomar la Generalidad y los edificios que aún resistían en el centro de la ciudad, argumentando que no se trataba de una cuestión militar, sino política.
Ese mismo día 5 se mantuvo una entrevista entre el Comité Local de Barcelona del POUM y Los Amigos de Durruti, que los poumistas calificaron como negativa, porque:
“Ellos [Los Amigos de Durruti] no quieren intervenir directamente dentro de los medios confederales para desplazar la dirección, nada más quieren influenciar el movimiento sin ninguna más responsabilidad”

En la octavilla, lanzada el día 5 de mayo, Los Amigos de Durruti propusieron una acción común POUM-CNT-FAI. Como objetivo inmediato para dirigir la revolución propugnaron la formación de una Junta Revolucionaria. PERO JAMAS PUDO SER LLEVADA A LA PRÁCTICA. Eran gente de barricada, más que organizadores. La propuesta de acción común CNT-FAI-POUM no pasó de ser un saludo a los militantes de otras organizaciones, que combatieron codo a codo con ellos en las barricadas. Nunca se pasó de la letra de la octavilla a un acuerdo concreto. No hicieron prácticamente nada para desbordar a la dirección cenetista y arrebatarle el control de la masa confederal, que desoyó en repetidas ocasiones las órdenes de abandonar la lucha en las calles.

Los Amigos de Durruti fueron los combatientes más activos en las barricadas, y dominaron completamente Las Ramblas y la calle Hospital en toda su longitud. En el cruce Ramblas/calle Hospital, bajo un enorme retrato de Durruti colocado en la fachada del piso donde estaba la sede de la Agrupación, levantaron una barricada donde establecieron su centro de operaciones. El absoluto control de la calle Hospital enlazaba con la sede del Comité de Defensa del centro en Los Escolapios de la Ronda San Pablo, y de allí con la Brecha de San Pablo, tomada por una cuarentena de milicianos de la Rojinegra, que al mando del durrutista Máximo Franco habían “bajado a Barcelona” en labor de “observación e información”, después que tanto la Columna Rojinegra como la Lenin, mandada por Rovira, hubieran cedido a las presiones recibidas para que sus respectivas unidades regresaran al frente, a instancias de Isgleas, Abad de Santillán y Molina, esto es, de los cenetistas que daban las órdenes del departamento de Defensa de la Generalidad.

El bastión contrarrevolucionario del centro de la ciudad hubiera cedido al asalto decidido de los trabajadores barceloneses, como insistía en demostrar Josep Rebull al comité ejecutivo del POUM con un plano de Barcelona en mano. Pero los discursos radiofónicos de los ministros y demás jerifaltes anarquistas, tuvieron un poderoso efecto desmovilizador. Aunque al principio hubo quien disparó al aparato de radio, cuando García Oliver decía que había que besar a los policías muertos, porque eran hermanos antifascistas, pronto se notó su efecto desmoralizador en las barricadas, con la deserción lenta, pero constante, de los militantes anarquistas. Escorza y Herrera se sometieron inmediatamente a sus superiores jerárquicos, escudándose en el hecho “evidente” de que la insurrección había sido la respuesta “espontánea” frente a la provocación que supuso la ocupación de la Telefónica por orden de la Generalidad.

En la Generalidad los jerarcas de la CNT, protegidos por los cañones de Montjuic apuntando sobre el Palacio, los estalinistas y los burgueses catalanistas hacían lo único que podían hacer: otro gobierno igual con nombres distintos. Los dirigentes del POUM se reunieron con el Comité Regional de la CNT para ¡pedir prudencia! En las barricadas surgieron unos Comités de defensa de la Revolución que no consiguieron materializar la formación de una Junta Revolucionaria.

Balius, el teórico más destacado de la Agrupación, inválido a causa de una encefalitis progresiva con hemiplegia izquierda espasmódica, que se manifestaba en la inmovilización de la pierna izquierda y la torsión y temblor del brazo del mismo costado, apoyado en sus muletas, leyó una proclama desde la barricada de Las Ramblas/Hospital en la que hizo un llamamiento a la solidaridad revolucionaria del proletariado europeo, y sobre todo francés, con la lucha del proletariado español. Era una formidable estampa revolucionaria del momento, tan bella como inútil.

La distribución de la octavilla en las barricadas no fue fácil, ni ajena a la desconfianza de muchos militantes, e incluso a la represión física. El día cinco, por la tarde, los bolchevique-leninistas Carlini y Quesada sostuvieron una entrevista informal con Balius, sin más acuerdo ni perspectivas que continuar la lucha en las barricadas . También hubo un encuentro entre Balius y Josep Rebull, secretario de la célula 72 del POUM que, dado el escaso peso numérico de ambas organizaciones, no tuvo ningún resultado práctico. Los Amigos de Durruti rechazaron la propuesta de Josep Rebull de lanzar un Manifiesto conjunto.

El jueves 6 de mayo los militantes de la CNT, como prueba de buena voluntad para conseguir la pacificación de la ciudad, abandonaron el edificio de la Telefónica, origen del conflicto, que fue inmediatamente ocupado por las fuerzas de seguridad, que garantizaron a los militantes de UGT la seguridad en sus puestos de trabajo, para reanudar el servicio telefónico. Ante la protesta de los dirigentes anarquistas, la Generalidad respondió que “se trataba de un hecho consumado”, y los dirigentes confederales optaron por no informar sobre la nueva “traición”, para no encrespar los ánimos. En lenguaje coloquial a esto se le llama hacer de bomberos, esto es, apagar fuegos y/o conflictos.

Cuando se conoció la noticia de que venía de Valencia un contingente de tropas para pacificar Barcelona, Balius propuso formar una columna confederal que saliera a su encuentro. Formada la columna en Barcelona, ésta se engrosaría por el camino y se le sumarían además no pocos milicianos del frente de Aragón: se podía llegar hasta Valencia ¡y después asaltar el cielo...! Se formaron comisiones para consultar a los militantes en los sindicatos y en la calle, pero la proposición no tuvo ya eco alguno. Era ya absolutamente irreal.

El sábado ocho de mayo las tropas de Valencia desfilaron por la Diagonal y el Paseo de Gracia. Días después sólo quedaban en pie las barricadas que el PSUC había querido conservar para mostrarse y demostrar a los demás quien había ganado. El orden volvía a reinar en Barcelona. Aparecieron los cadáveres de Camilo Berneri, Alfredo Martínez y tantos otros que habían sido torturados y ejecutados por los estalinistas. Los comités superiores de la CNT-FAI exigieron la expulsión de Los Amigos de Durruti, aunque no consiguieron que ninguna asamblea sindical ratificara tal decisión.

Y las masas confederales desorientadas por el llamamiento de sus dirigentes, ¡los mismos del 19 de julio¡ optaron al fin por abandonar la lucha, pese que al principio se burlaban de los llamamientos de la dirección de la CNT a la concordia y el abandono de la lucha en aras de la unidad antifascista.

El Manifiesto distribuido el 8 de mayo por la Agrupación, en el que se hacía un balance de las Jornadas de Mayo, fue impreso en la imprenta de La Batalla. La Agrupación, denunciada como organización de provocadores por la CNT, carecía de prensas donde imprimirlo. Un miliciano del POUM, Paradell, líder del sindicato mercantil, al tener conocimiento del problema que se planteaba a la Agrupación de Los Amigos de Durruti, planteó la cuestión a Josep Rebull, administrador del órgano del POUM, y éste en cumplimiento del más elemental deber de solidaridad revolucionaria, sin consultar a ningún órgano superior de su partido, ofreció la imprenta a Los Amigos de Durruti.

En ese Manifiesto Los Amigos de Durruti relacionaban la toma de la Telefónica con provocaciones anteriores. Señalaban como provocadores de los Hechos de Mayo a la Esquerra Republicana, PSUC, y cuerpos armados de la Generalidad. Los Amigos de Durruti afirmaban el carácter revolucionario de julio del 36 (no sólo de oposición al levantamiento fascista) y de mayo del 37 (no se contentan con un simple cambio de gobierno):

“Nuestra Agrupación que ha estado en la calle, en las barricadas, defendiendo las conquistas del proletariado propugna por el triunfo total de la revolución social. No podemos aceptar la ficción, y el hecho contrarrevolucionario, de constituir un nuevo gobierno con los mismo partidos, pero con distintos representantes.”
Frente a las componendas que la Agrupación califica de engaño, Los Amigos de Durruti oponen su programa revolucionario, ya expuesto en la octavilla lanzada el día 5:
“Nuestra Agrupación exige la constitución inmediata de una junta revolucionaria, el fusilamiento de los culpables, el desarme de los cuerpos armados, la socialización de la economía y la disolución de todos los partidos políticos que han agredido a la clase trabajadora.”

La Agrupación de Los Amigos de Durruti no dudaba en afirmar que la batalla había sido ganada por los trabajadores, y que por lo tanto había que acabar de una vez por todas con una Generalidad que no significaba nada. La Agrupación acusaba de TRAICION a los dirigentes y comité superiores de la CNT, que habían paralizado una insurrección obrera victoriosa:

“La Generalidad no representa nada. Su continuación fortifica la contrarrevolución. La batalla la hemos ganado los trabajadores. Es inconcebible que los comités de la CNT hayan actuado con tal timidez que llegasen a ordenar “alto el fuego” y que incluso hayan impuesto la vuelta al trabajo cuando estábamos en los lindes inmediatos de la victoria total. No se ha tenido en cuenta de dónde ha partido la agresión, no se ha prestado atención al verdadero significado de las actuales jornadas. Tal conducta ha de calificarse de traición a la revolución que nadie en nombre de nada debe cometer ni patrocinar. Y no sabemos como calificar la labor nefasta que ha realizado Solidaridad Obrera y los militantes más destacados de la CNT.”

El calificativo de “traición” fue utilizado de nuevo cuando se comentó la desautorización que el CR de la CNT había hecho de Los Amigos de Durruti, así como el traspaso de las competencias (no las ejercidas por la Generalidad, sino las controladas por la CNT) de seguridad y defensa al gobierno central de Valencia:

“La traición es de un volumen enorme. Las dos garantías esenciales de la clase trabajadora, seguridad y defensa, son ofrecidas en bandeja a nuestros enemigos.”
El Manifiesto finalizaba con una breve autocrítica de algunos fallos tácticos durante las Jornadas de Mayo, y con una optimista perspectiva de futuro, que la inmediata oleada represiva iniciada el 28 de mayo demostraría como vana e inconsistente. Mayo del 37 no acabó en tablas, sino que fue una severa derrota del proletariado.
Pese a la mitificación existente sobre los Hechos de Mayo del 37 lo cierto es que se trató de una situación muy caótica y confusa, caracterizada por el afán negociador de todas las partes implicadas en el conflicto. Mayo del 37 no fue en ningún momento una insurrección revolucionaria, y se inició en defensa de una “propiedad sindical” conquistada en julio. El detonador del conflicto fue el asalto a la Telefónica por las fuerzas de seguridad de la Generalidad. Y esta acción se encuadraba dentro de la lógica del gobierno de Companys de asumir paulatinamente todas las competencias que, la situación “anómala” de la insurrección obrera del 19 de julio, le había arrebatado momentáneamente. Los recientes éxitos obtenidos en la Cerdaña, abrían la vía para pasar a una acción definitiva en Barcelona y en toda Cataluña. Era evidente que Companys se sentía respaldado por Comorera (PSUC) y por Ovseenko (el cónsul soviético), con quienes venía colaborando muy estrecha y efectivamente desde diciembre, cuando se produjo la expulsión del POUM del gobierno de la Generalidad. La política estalinista coincidía con los objetivos de Companys: la debilitación y anulación de las fuerzas revolucionarias, esto es, del POUM y de la CNT, eran un objetivo de los soviéticos, que sólo podía pasar por el fortalecimiento del gobierno burgués de la Generalidad. La larga crisis abierta en el gobierno de la Generalidad, tras la no aceptación por la CNT de la marcha al frente de Madrid de la división Carlos Marx (del PSUC) y del decreto deL 4 de marzo sobre la disolución de las Patrullas de Control, tuvo su inevitable solución violenta tras varios episodios de enfrentamientos armados en Vilanesa, La Fatarella, Cullera (Valencia), Bellver, entierro de Cortada, etcétera, en el asalto a la Telefónica y las sangrientas jornadas de mayo en Barcelona. La estúpida ceguera, la fidelidad inquebrantable a la unidad antifascista, el grado de colaboración con el gobierno republicano de los principales dirigentes anarcosindicalistas (desde Peiró hasta Federica Montseny, de Abad de Santillán a García Oliver, de Marianet a Valerio Mas) no eran un dato irrelevante, ni desconocido, para el gobierno de la Generalidad y los agentes soviéticos. Se podía contar con su cretina santidad, como demostraron colmadamente durante las Jornadas de Mayo. Pero Companys no contó con la contundente respuesta armada de Escorza, desde los comités de defensa, y luego se desésperó ante la negativa del gobierno de Valencia a que Sandino (que mandaba la aviación) se pusiera a sus órdenes para bombardear los cuarteles y edificios de la CNT. Companys acabó perdiendo todas las atribuciones de la Generalidad en Defensa y Orden Público.

Respecto a la actividad de Los Amigos de Durruti, durante los Hechos de Mayo, no cabe tampoco una engañosa mitificación de su participación en las barricadas y de su octavilla. Como ya hemos expuesto, Los Amigos de Durruti no se propusieron en ningún momento desbordar a la dirección confederal, se limitaron a efectuar una dura crítica de sus dirigentes y de su política de traición a la revolución. Quizás no podían hacer otra cosa, dado su número y su escasa influencia en la masa cenetista. Pero cabe destacar su participación en la lucha callejera, con el dominio de varias barricadas en Las Ramblas, especialmente frente a su sede social, y su intervención en las luchas de Sants, La Torrassa y Sallent. Hay que subrayar, por supuesto, su intento de dar una dirección y unas reivindicaciones políticas mínimas, en la octavilla lanzada el día 5. La distribución de la octavilla no fue fácil, costó la vida de varios miembros de la Agrupación, y su distribución en las barricadas contó con la ayuda de los militantes cenetistas. Entre las acciones a señalar durante las Jornadas de Mayo no debe olvidarse el llamamiento efectuado por Balius, desde la barricada situada en la esquina de Las Ramblas con la calle Hospital, a la solidaridad activa de todos los trabajadores de Europa con la revolución española. Los Amigos de Durruti, ante la noticia de la formación de una columna de guardias de asalto, que venía desde Valencia para sofocar la rebelión, reaccionaron con el intento de formar una columna anarquista que fuera a su encuentro. Pero no pasó de una vana propuesta, que ya no halló eco alguno entre los militantes cenetistas, que empezaron a abandonar las barricadas.
Cabe por fin destacar, desde un punto de vista político, el acuerdo alcanzado con el POUM de hacer un llamamiento a los trabajadores para que, antes de abandonar las barricadas, pidieran garantías de que no habría ninguna represión; y sobre todo señalando que la mejor garantía era conservar las armas, que no debían entregarse nunca.
Desde un punto de vista teórico, el papel de Los Amigos de Durruti fue mucho más destacado después de las Jornadas de Mayo, cuando iniciaron la publicación de su órgano, que tomó el nombre del periódico publicado por Marat durante la Revolución Francesa: El Amigo del Pueblo. (primera parte)

La dirección de la CNT propuso la expulsión de los miembros de la Agrupación, pero no consiguió nunca que esta medida fuera ratificada por ninguna asamblea de sindicatos. Gran parte de la militancia confederal simpatizaba con la oposición revolucionaria que encarnaba la Agrupación. Ello no significaba que compartiese ni la acción ni el pensamiento de Los Amigos de Durruti, pero sí que comprendiera sus posiciones y respetara, e incluso respaldara, sus críticas a la dirección cenetista.

La dirección confederal usó y abusó a conciencia de la acusación de “marxistas”, máximo insulto concebible entre anarquistas, que lanzó en repetidas ocasiones contra la Agrupación, y muy concretamente contra Balius. Por supuesto, Balius y la Agrupación se defendieron de tan inmerecido “insulto”, no sin razón. No hay nada en la tesis teóricas de la Agrupación, y mucho menos en El Amigo del Pueblo, o en los diversos manifiestos y octavillas, que permita calificar a la Agrupación de marxista. Sólo fueron una oposición a la política colaboracionista de la dirección confederal, desde el seno de la organización y la ideología anarcosindicalista.
El primer número de El Amigo del Pueblo, fue publicado legalmente el 19 de mayo, con una gran cantidad de galeradas censuradas. La portada, en color rojo y negro, de gran formato, reproducía un dibujo en el que aparecía un sonriente Durruti, sosteniendo la bandera rojinegra. El número 1 no está fechado, la redacción y administración se situaban en Rambla de las Flores número 1- 1º. El diario aparecía como portavoz de Los Amigos de Durruti. Se citaba a Balius como director, y a Eleuterio Roig, Pablo Ruiz y Domingo Paniagua como redactores. El artículo más interesante, firmado por Balius, se titulaba “Por los fueros de la verdad. No somos agentes provocadores”, en el que éste se lamentaba de los insultos y ataques procedentes de las propias filas confederales. Citaba la octavilla y el manifiesto lanzados en mayo, que afirmaba no reproducir para evitar su segura e inevitable censura. Atacaba directamente a Solidaridad Obrera por su ensañamiento con Los Amigos de Durruti, y negaba la calumnia vertida por la dirección cenetista: “no somos agentes provocadores”.
Para evitar la censura, desde el segundo número, El Amigo del Pueblo fue editado clandestinamente.
El número 5 es uno de los más interesantes de El Amigo del Pueblo. En primera página aparece un artículo titulado: “Una teoría revolucionaria”. Sólo este editorial sería suficiente para destacar la importancia política e histórica de Los Amigos de Durruti, no sólo en la historia de la guerra civil, sino de la ideología ácrata. En el editorial, Los Amigos de Durruti atribuían el avance de la contrarrevolución y el fracaso de la CNT, tras su triunfo innegable y absoluto de julio del 36, a una sola razón: la ausencia de un PROGRAMA REVOLUCIONARIO. Y esa había sido también la causa de la derrota de Mayo del 37. La conclusión a la que habían llegado es definida con una enorme claridad:
“La trayectoria descendente [de la revolución] ha de atribuirse exclusivamente a la ausencia de un programa concreto y de unas realizaciones inmediatas y que por este hecho hemos caído en las redes de los sectores contrarrevolucionarios en el preciso momento en que las circunstancias se desenvolvían netamente favorables para una coronación de las aspiraciones del proletariado. Y al no dar libre cauce a aquel despertar de julio, en un sentido netamente de clase, hemos posibilitado un dominio pequeño-burgués que de ninguna de las maneras podía producirse si en los medios confederales y anarquistas, hubiese prevalecido una decisión unánime de asentar el proletariado en la dirección del país.
[...] cometiéndose la simpleza de que una revolución de tipo social podía compartir sus latidos económicos y sociales, con los factores enemigos. [...]
En mayo se volvió a plantear el mismo pleito. De nuevo se ventilaba la supremacía en la dirección de la revolución. Pero los mismos individuos que en julio se atemorizaron por el peligro de una intervención extranjera, en las jornadas de mayo volvieron a incurrir en aquella falta de visión que culminó en el fatídico “alto el fuego” que, más tarde, se traduce, a pesar de haberse concertado una tregua en un desarme insistente y en una despiadada represión de la clase trabajadora. [...] De manera que, al despojarnos de un programa, léase comunismo libertario, nos entregamos por entero a nuestros adversarios que poseían y poseen un programa y unas directrices [...] a los partidos pequeño-burgueses había que aplastarlos en julio y en mayo. Opinamos que cualquier otro sector, en el caso de disponer de una mayoría absoluta como la que poseíamos nosotros, se hubiera erigido en árbitro absoluto de la situación.
En el número anterior de nuestro portavoz precisábamos un programa. Sentamos la necesidad de una Junta revolucionaria, de un predominio económico de los Sindicatos y de una estructuración libre de los Municipios. Nuestra Agrupación ha querido señalar una pauta por el temor de que en circunstancias similares a julio y mayo, se proceda de una manera idéntica. Y el triunfo radica en la existencia de un programa que ha de ser respaldado, sin titubeos, por los fusiles. [...]
Las revoluciones sin una teoría no siguen adelante. “Los Amigos de Durruti” hemos trazado nuestro pensamiento que puede ser objeto de los retoques propios de las grandes conmociones sociales, pero que radica en dos puntos esenciales que no pueden eludirse. Un programa y fusiles.”

Este texto es fundamental, marca un hito en la evolución del pensamiento anarquista. Los conceptos teóricos aquí vertidos, sólo esbozados muy confusamente con anterioridad, se expresan ahora con una claridad cegadora. Y estas conquistas teóricas serían, más tarde, repetidas y razonadas en el folleto de Balius Hacia una nueva revolución. Pero aquí aparecían por primera vez. Y a nadie puede escapar su novedad e importancia dentro del pensamiento anarquista. Los Amigos de Durruti habían asumido viejos conceptos teóricos, que habían conquistado tras una dolorosa experiencia histórica, en el transcurso de una guerra civil y un proceso revolucionario, que había mostrado descarnadamente las contradicciones y las necesidades de la lucha de clases. ¿Acaso podemos creer que esta evolución del pensamiento político de Los Amigos de Durruti pueda atribuirse, seria y documentadamente, a la influencia de un grupo ajeno, sean trosquistas o poumistas? Es innegable que se trata de una evolución atribuible únicamente a la propia Agrupación de Los Amigos de Durruti, que en el análisis de la situación política e histórica habían llegado a la conclusión de la necesidad, ineludible en una revolución, de establecer un programa y un gobierno que imponga la dictadura del proletariado contra los enemigos burgueses de la revolución.
El número 6 de El Amigo del Pueblo estaba fechado en Barcelona, el 12 de agosto de 1937. El editorial se titulaba “Necesidad de una Junta revolucionaria”, en el que incidiendo en el editorial del número anterior sobre la necesidad de una teoría revolucionaria, se afirmaba que en julio del 36 faltó la constitución de una Junta revolucionaria:
“Del movimiento de julio hemos de sacar la conclusión de que a los enemigos de la revolución se les ha de aplastar sin compasión. Este ha sido uno de los errores capitales que estamos ahora pagando con creces. Esta misión de carácter defensivo correrá a cargo de la Junta revolucionaria, que ha de ser inexorable con los sectores adversos. [...]
La importancia de la constitución de la Junta revolucionaria es grandiosa. No se trata de una elucubración más. Es la resultante de una serie de fracasos y de desastres. Y es la rectificación categórica de la trayectoria seguida hasta el momento actual.
En julio se creó un comité antifascista que no respondía a la envergadura de aquella hora sublime. ¿Cómo podía desarrollarse el embrión surgido de las barricadas, con un codo a codo de amigos y enemigos de la revolución? No era el comité antifascista, por su composición, el exponente de la lucha de julio. [...] somos partidarios de que en la Junta revolucionaria solamente participen los obreros de la ciudad, del campo y los combatientes que en los instantes decisivos de la contienda se hayan manifestado como paladines de la revolución social. [...]
La agrupación “Los Amigos de Durruti” que supo hacer una crítica exacta de las jornadas de mayo, sienta, desde este momento, la necesidad de la constitución de una Junta revolucionaria, tal como nosotros la concebimos, y la creemos indispensable para defender la revolución [...].”

La evolución del pensamiento político de Los Amigos de Durruti era ya muy notable. Tras el reconocimiento de la necesidad de la dictadura del proletariado, la siguiente pregunta que se plantea es ¿quién la ejercerá? La respuesta es una Junta revolucionaria, definida acto seguido como la vanguardia de los revolucionarios que hicieron el 19 de Julio. Y su papel, no podemos creer que sea diferente al atribuido por los marxistas al partido revolucionario.
Sin embargo, Munis en el número 2 de La Voz Leninista, criticaba este número 6 de El Amigo del Pueblo, porque apreciaba en sus afirmaciones un retroceso respecto a las mismas formulaciones hechas por la Agrupación de Los Amigos de Durruti durante, e inmediatamente después, de las jornadas de mayo.
El número 11 de El Amigo del Pueblo estaba fechado el sábado 20 de noviembre de 1937, aniversario de la muerte de Durruti, y estaba consagrado casi por completo a la conmemoración del popular héroe anarquista. De entre todos los artículos, dedicados a una glosa más o menos afortunada de la figura de Durruti, destacaba sin duda alguna el titulado “Comentando a Durruti” en el que se polemizaba con Solidaridad Obrera a propósito de la ideología e intenciones de Durruti. Según el anónimo articulista, la “Soli” afirmaba que Durruti estaba dispuesto a renunciar a todos los principios revolucionarios en aras de ganar la guerra. El articulista de El Amigo del Pueblo concebía tal afirmación como una aberración y el peor insulto que podía hacerse a la memoria de Durruti. La visión que daba la Agrupación sobre la ideología de Durruti era todo lo contrario de la que ofrecía la “Soli”:
“Durruti no renunció nunca a la revolución. Si bien dijo que había que renunciar a todo, excepto a la victoria, se refería a que debíamos estar dispuestos a las mayores privaciones, a la vida inclusive, antes que el fascismo pudiera someternos.
Pero en boca de Durruti el concepto de victoria no presupone el menor desglose de la guerra y la revolución. [...] No creemos y estamos convencidos de ello, que Durruti fuese partidario de que la clase, que lo ganó todo a costa de los mayores sacrificios, sea quien ceda constantemente y transija en provecho de la clase adversa. [...]
Durruti quería ganar la guerra, pero tenía la vista puesta en la retaguardia. [...]
Buenaventura Durruti no renunció nunca a la revolución. Los Amigos de Durruti tampoco renunciamos a ella.”
El número 12 de El Amigo del Pueblo, fechado el 1 de febrero de 1938, fue el último número del portavoz de Los Amigos de Durruti.

EL FOLLETO DE BALIUS: HACIA UNA NUEVA REVOLUCIÓN.
El folleto Hacia una nueva revolución, fue editado clandestinamente en enero de 1938, aunque Balius comenzó a redactarlo hacia noviembre de 1937. Es el texto más elaborado de Los Amigos de Durruti, y por ello merece un comentario aparte.
Las aportaciones teóricas más importantes del folleto, ya habían sido desarrolladas en los editoriales de El Amigo del Pueblo de los números 5, 6 y 7, esto es entre el 20 de julio y el 31 de agosto.
El folleto consta de 31 páginas, y está dividido en ocho capítulos. En el primer capítulo se trazaba una breve introducción histórica, en la que Balius daba una visión esperpéntica del período que va desde la dictadura de Primo de Rivera hasta octubre del 34. En el segundo capítulo se analizaban los acontecimientos que llevaron al alzamiento revolucionario del 19 de julio. Destacan algunas afirmaciones, no por contundentes menos ciertas:
“Las armas las fue a buscar el pueblo. Se las ganó. Las conquistó con su esfuerzo propio. No se las dio nadie. Ni el gobierno de la República ni la Generalidad dieron un solo fusil”
Es digno de subrayar el profundo análisis que hacían Los Amigos de Durruti de la revolución del 19 de julio del 36:
“La inmensa mayoría de la población trabajadora estaba al lado de la CNT. La organización mayoritaria, en Cataluña, era la CNT. ¿Qué ocurrió para que la CNT no hiciese su revolución que era la del pueblo, la de la mayoría del proletariado?
Sucedió lo que fatalmente tenía que ocurrir. La CNT estaba huérfana de teoría revolucionaria. No teníamos un programa correcto. No sabíamos a donde íbamos. Mucho lirismo, pero en resumen de cuentas, no supimos que hacer con aquellas masas enormes de trabajadores, no supimos dar plasticidad aquel oleaje popular que se volcaba en nuestras organizaciones y por no saber que hacer entregamos la revolución en bandeja a la burguesía y a los marxistas, que mantuvieron la farsa de antaño, y lo que es mucho peor, se ha dado margen para que la burguesía volviera a rehacerse y actuase en plan de vencedora.
No se supo valorizar la CNT. No se quiso llevar adelante la revolución con todas sus consecuencias.”
Así pues, la revolución de julio fracasó, según Los Amigos de Durruti, porque la CNT carecía de una teoría y de un programa revolucionarios. Se han dado muchas razones, y diversas y variadas explicaciones desde el ámbito anarquista sobre la naturaleza de la revolución de julio; algunas tesis son más o menos atractivas, pero ni Vernon Richards, ni Semprún-Maura, ni Abad de Santillán, ni García Oliver, ni Berneri, han sido tan claros y tajantes, ni han analizado con tanta profundidad la naturaleza de la revolución de julio, como lo hicieron Los Amigos de Durruti en el párrafo que acabamos de citar.
Sin embargo, esto es sólo un botón de muestra, porque Los Amigos de Durruti, que no fueron teóricos brillantes, ni buenos organizadores, sino esencialmente gente de barricada, que defendían sus posiciones teóricas desde la reflexión de los hechos vividos, sin más brújula que su instinto de clase, llegaron, en el texto que leeremos a continuación, a uno de los mejores análisis coetáneos sobre la revolución española. Un análisis que merece ser meditado, y que no debemos etiquetar como anarquista o marxista, porque es el análisis de unos hombres que no juegan con palabras, sino con vidas, y en primer lugar las suyas:
“Cuando una organización se ha pasado toda la vida propugnando por la revolución, tiene la obligación de hacerla cuando precisamente se presenta una coyuntura. Y en julio había ocasión para ello. La CNT debía encaramarse en lo alto de la dirección del país, dando una solemne patada a todo lo arcaico, a todo lo vetusto, y de esta manera hubiésemos ganado la guerra y hubiéramos ganado la revolución.
Pero se procedió de una manera opuesta. Se colaboró con la burguesía en las esferas estatales en el preciso momento que el Estado se cuarteaba por los cuatro costados. Se robusteció a Companys y a su séquito. Se inyectó un balón de oxígeno a una burguesía anémica y atemorizada.
Una de las causas que más directamente ha motivado la yugulación de la revolución y el desplazamiento de la CNT es el haber actuado como sector minoritario a pesar de que en la calle disponíamos de la mayoría.[...]
Por otra parte afirmamos que las revoluciones son totalitarias por más quien afirme lo contrario. Lo que ocurre es que diversos aspectos de la revolución se van plasmando paulatinamente pero con la garantía de que la clase que representa el nuevo orden de cosas es la que usufructúa la mayor responsabilidad. Y cuando se hacen las cosas a medias, se produce lo que estamos comentando, el desastre de julio.
En julio se constituyó un comité de milicias antifascistas. No era un organismo de clase. En su seno se encontraban representadas las fracciones burguesas y contrarrevolucionarias. Parecía que enfrente de la Generalidad se había levantado el comité susodicho. Pero fue un aire de bufonada.”
En primer lugar hay que subrayar la definición que dieron del Comité Central de Milicias Antifascistas como un órgano de colaboración de clases, y no como el germen de un embrión de poder obrero. La crítica del colaboracionismo confederal en la salvación y reconstrucción del Estado se sumaba a la tautología de que el único deber de una organización revolucionaria es el de hacer la revolución.
Hasta aquí todas las afirmaciones de Los Amigos de Durruti eran ortodoxamente anarquistas. Pero como consecuencia directa de estas afirmaciones, o quizás sería mejor decir, como consecuencia de las contradicciones de una CNT, enlodada en una labor tan ajena al anarquismo como era la de salvar y reconstruir un Estado capitalista en descomposición, llegamos a una notable conquista teórica de Los Amigos de Durruti: LAS REVOLUCIONES SON TOTALITARIAS.

Totalitarias significaba ante todo “totales”, aunque no excluía la segunda acepción de autoritarias. Si tal evidencia estuviera en contradicción con el espíritu libertario, entonces cabría afirmar que una revolución anarquista es una contradicción irresoluble. Algo de eso vivieron los anarquistas en la España del 36.

El folleto de Balius, en el siguiente capítulo, trataba de la insurrección revolucionaria de mayo. El razonamiento de Los Amigos de Durruti era tan claro y radical como preciso: los Hechos de Mayo tenían su causa en julio, PORQUE EN JULIO NO SE HIZO LA REVOLUCIÓN.
“La revolución social en Cataluña podía ser un hecho. [...] Pero los acontecimientos tomaron otro giro. En Cataluña no se hizo la revolución. La pequeña burguesía, que en las jornadas de julio se escondió en las trastiendas, al percatarse de que el proletariado era nuevamente víctima de unos líderes sofistas se aprestó a dar la batalla.”
“EN JULIO DE 1936 NO SE HIZO LA REVOLUCION”. Esta afirmación de Los Amigos de Durruti no puede ser más clara y rotunda. Pero todos los historiadores, incluidos los que como Amorós convierten a los durrutistas en superhéroes, hacen oídos sordos a esta declaración fundamental y decisiva para comprender el surgimiento, la razón de ser y el combate de la Agrupación.
El análisis que hizo la Agrupación del estalinismo, y del papel decisivo que jugó como punta de lanza de la contrarrevolución, era no sólo clarividente, sino que profundizaba además en la descripción de las capas sociales que le habían dado soporte. Cabe destacar sin embargo, que no se utilizaba jamás la palabra “estalinismo”, sino los términos “socialismo” o “marxismo”, con el significado evidente que hoy damos, desde un punto de vista histórico e ideológico, al vocablo “estalinismo”:
“El socialismo en Cataluña ha sido funesto. Han nutrido sus filas con una base adversa a la revolución. Han capitaneado la contrarrevolución. Han dado vida a una UGT mediatizada por el GEPCI. Los líderes marxistas han entonado loas a la contrarrevolución. Y en torno del frente único han esculpido frases, eliminando primeramente al POUM y más tarde han intentado repetir la hazaña con la CNT.
Las maniobras de la pequeña burguesía aliada de los socialistas-comunistas, culminaron en los sucesos de mayo.”
Según Los Amigos de Durruti los Hechos de Mayo fueron una provocación planificada, que buscaba crear un clima de indecisión, que posibilitara asestar a la clase trabajadoras un golpe decisivo, para de este modo terminar definitivamente con una situación potencialmente revolucionaria:
“la contrarrevolución pretendía que la clase trabajadora descendiera a la calle en un plan de indecisión para aplastarla. En parte, lograron sus propósitos por la estulticia de unos dirigentes que dieron la orden de alto el fuego y motejaron a los Amigos de Durruti de agentes provocadores cuando la calle estaba ganada y eliminado el enemigo.”
La acusación lanzada contra los dirigentes anarquistas (aunque no se cita ningún nombre, no podemos dejar de pensar en García Oliver y Federica Montseny) no pretende ser un insulto, sino que describe adecuadamente su actuación durante las Jornadas de Mayo.
Los Amigos de Durruti creían que la contrarrevolución había alcanzado su principal objetivo, que era el control del orden público por el Gobierno de Valencia.
Es muy interesante la descripción y valoración de la respuesta obrera a la provocación estalinista, esto es, de los Hechos de Mayo, que hacen Los Amigos de Durruti: a) Se trataba de una reacción espontánea. b) No hubo una dirección revolucionaria. c) Los trabajadores habían logrado, en pocas horas, una victoria militar aplastante. Sólo resistían algunos edificios del centro de la ciudad, que podían tomarse fácilmente. d) La derrota de la insurrección no fue militar, sino política.
“La lucha se decidió en pocas horas a favor del proletariado enrolado en la CNT, que como en julio defendía sus prerrogativas arma al brazo. Ganamos la calle. Era nuestra. No había poder humano que nos la pudiese disputar. Las barriadas obreras cayeron inmediatamente en nuestro poder. Y poco a poco el reducto de los contrincantes quedó circunscrito a una parte del casco de la población - el centro urbano - que pronto se hubiese tomado de no haber ocurrido la defección de los comités de la CNT.”
Acto seguido Balius justificaba la acción desarrollada por Los Amigos de Durruti durante la Semana Sangrienta de Mayo del 37: Los Amigos de Durruti, en una situación de indecisión y desorientación generalizada entre las filas obreras, lanzaron una octavilla y un manifiesto, con el propósito de dar una dirección revolucionaria y unos objetivos a los acontecimientos. Posteriormente la preocupación primordial de la Agrupación, ante la increíble postura apaciguadora y confraternizadora de la dirección confederal, fue la de no abandonar las barricadas sin condiciones ni garantías.

Según Balius, en mayo aún se estaba a tiempo de salvar la revolución, y Los Amigos de Durruti fueron los únicos que supieron estar a la altura de las circunstancias. La ceguera de la CNT-FAI ante la represión que se abatiría impúnemente sobre los trabajadores revolucionarios, había sido ya prevista por Los Amigos de Durruti.
El capítulo dedicado al colaboracionismo y la lucha de clases es de un gran interés. La colaboración en las tareas de gobierno del Estado burgués era la gran acusación lanzada por la Agrupación a la CNT. La crítica de Los Amigos de Durruti era incluso más radical que la de Berneri, porque éste criticaba la participación de la CNT en el Gobierno, mientras la Agrupación criticaba la colaboración de la CNT con el Estado capitalista. No se trata sólo de dos expresiones verbales con un ligero matiz diferencial, es toda una concepción política distinta la que late detrás. Leamos el folleto:
“No se ha de colaborar con el capitalismo, ni desde fuera del Estado burgués ni dentro de las mismas esferas gubernamentales. Nuestro papel como productores se halla en los sindicatos, fortaleciendo los únicos estamentos que han de subsistir después de una revolución que encabecen los trabajadores. [...] Y frente a los sindicatos no puede mantenerse un Estado -y mucho menos reforzarlo con nuestra propias fuerzas-. La lucha con el capital sigue en pie. Subsiste una burguesía en nuestro propio terruño que está en concomitancia con la burguesía internacional. El problema es el mismo que años atrás.”
Los Amigos de Durruti llegaron a afirmar que los colaboracionistas eran aliados de la burguesía, que era tanto como decir que los ministros anarquistas, y todos aquellos que propugnaban el colaboracionismo, ERAN ALIADOS DE LA BURGUESÍA:
“Los colaboracionistas son aliados de la burguesía. Los individuos que propugnan tales concomitancias no sienten la lucha de clases ni la menor estima por los sindicatos.
En ningún instante ha de aceptarse la consolidación de nuestro adversario.
Al enemigo hay que batirlo. [...] Entre explotadores y explotados no puede haber el menor contacto. Sólo en la lucha se ha de decidir quien se impondrá. O los trabajadores o los burgueses. Pero de ningún modo ambos a la vez.”

Pero sin embargo la Agrupación no dio nunca el siguiente y definitivo paso, que no podía ser otro que la ruptura con una organización de naturaleza colaboracionista, que se había mostrado incapaz de frenar y acabar con esa política de alianza con la burguesía. La Agrupación no se planteó nunca la ruptura con la CNT, y la denuncia de esta organización como una organización del capitalismo. No se sacaron todas las consecuencias de las premisas ideológicas planteadas. Era más fácil acusar a unos individuos, a unos dirigentes que propugnaban una política de colaboración con la burguesía, que llegar a la descarnada y dolorosa conclusión de que la CNT era una organización de colaboración con la burguesía, por su propia naturaleza sindical. No eran los ministros anarquistas quienes descarriaban a la CNT de sus principios, sino que era la CNT quien producía ministros. Pero la Agrupación consideraba que los sindicatos eran organizaciones de la lucha de clases. Ni siquiera la UGT catalana, estalinista hasta la médula, y mero instrumento del PSUC, el partido de la contrarrevolución, era considerada como un órgano de la burguesía.

Era pues imposible que Los Amigos de Durruti dieran el paso decisivo. Si no podían reconocer la auténtica naturaleza de los sindicatos como aparatos del Estado capitalista, tampoco podían plantearse la ruptura con la CNT. Muy al contrario, los sindicatos eran una pieza fundamental en las argumentaciones teóricas de la Agrupación. Sus acusaciones se lanzaban contra los individuos, no contra las organizaciones. No se reconocía la ENFERMEDAD, ni sus causas, sólo algunos de lo síntomas. El folleto continúa con una exposición de las posiciones y el programa de Los Amigos de Durruti. Las principales y características posiciones políticas, de carácter táctico, se enumeraban de una forma incompleta, confusa e imprecisa, respecto a anteriores exposiciones, fruto quizás de una redacción apresurada, o bien del escaso eco que encontraban ya en aquel momento.

El programa se exponía sucintamente a partir de la experiencia de julio, que Los Amigos de Durruti dibujaban muy expresivamente como una insurrección triunfante, a la que faltó una teoría y unos objetivos revolucionarios:
“No se supo qué camino seguir. Faltó una teoría. Habíamos pasado una serie de años moviéndonos en torno de abstracciones. ¿Qué hacer?, se preguntarían los dirigentes de aquella hora. Y se dejaron perder la revolución. En esos instantes supremos no hay que vacilar. Pero hay que saber a donde se va. Y este vacío lo queremos llenar nosotros, pues entendemos que no se puede repetir lo que ocurrió en julio y mayo.
En nuestro programa introducimos una ligera variante dentro del anarquismo. La constitución de una Junta revolucionaria.”
La Junta revolucionaria era definida por la Agrupación como una vanguardia constituida para reprimir a los adversarios de la revolución:
“La revolución a nuestro entender necesita de organismos que velen por ella y que repriman, en un sentido orgánico a los sectores adversos que las circunstancias actuales nos han demostrado que no se resignan a desaparecer.
Puede que haya camaradas anarquistas que sientan ciertos escrúpulos ideológicos pero la lección sufrida es bastante para que no nos andemos con rodeos. Si queremos que en una próxima revolución no ocurra exactamente lo mismo que en la actual se ha de proceder con la máxima energía con quienes no están identificados con la clase trabajadora.”

A continuación Los Amigos de Durruti expusieron su programa revolucionario, que resumían brevemente en tres grandes puntos: 1.- Constitución de una Junta revolucionaria, o Consejo Nacional de Defensa, que tendría como misión la dirección de la guerra, el control del orden público, los asuntos internacionales y la propaganda revolucionaria. 2.- Todo el poder económico a los sindicatos: se trata de la formación de un auténtico capitalismo sindical. 3.- Municipio Libre, como célula básica de una organización territorial, a medio camino de la descentralización estatal y la típica concepción federal anarquista.
El folleto finalizaba con un último apartado, que tenía el mismo título del folleto, en el que se hacía una afirmación realista y lapidaria: “la revolución ya no existe”. Tras una larga retahíla de suposiciones y preguntas sobre el inmediato futuro, en las que se constataba la fuerza de la contrarrevolución, se lanzaba un voluntarioso, y quizás retórico llamamiento a una futura revolución capaz de colmar las esperanzas humanas y el ideal anarquista. Sin embargo, el triunfo de la contrarrevolución en la zona republicana, y la victoria de los fascistas en la guerra, eran ya inevitables, como reconoció Balius en el prólogo de 1978 (titulado “Forty Years Ago”) a la versión inglesa de Hacia una nueva revolución.

CONCLUSIONES.
La Agrupación de Los Amigos de Durruti fue, tanto numéricamente como por sus objetivos, mucho más que un grupo de afinidad. Nunca intentó plantear una alternativa revolucionaria a la dirección burocrática del movimiento libertario, sólo exigió un cambio de las personas que ocupaban los cargos de dirección. No estuvo influida, ni poco ni mucho, por los trosquistas, ni por el POUM. Su ideología y sus consignas fueron típicamente confederales; en ningún momento puede decirse que manifestaran una ideología marxista. En todo caso demostraron un gran interés por el ejemplo de Marat, y quizás podría hablarse de una poderosa atracción por el movimiento asambleario de las secciones de París, por los sans-culottes y los enragés, y por el gobierno revolucionario de Robespierre y Saint-Just, estudiados por Kropotkin en su historia de la Revolución Francesa. Nunca citaron, y quizás desconocían, a la Plataforma anarquista, con la que sin embargo tenían ciertas similitudes.
Su objetivo no fue otro que el de enfrentarse a las contradicciones de la CNT, darle una coherencia ideológica, y arrancarla del dominio de personalidades y comités superiores de responsables para devolverla a sus raíces de lucha de clases. Su razón de ser fue la crítica y oposición a la política de permanentes concesiones de la CNT, y por supuesto a la COLABORACION de los anarcosindicalistas en el gobierno central y de la Generalidad. Se opusieron al abandono de los objetivos revolucionarios y de los principios ideológicos fundamentales y característicos del anarquismo, del que habían hecho gala los dirigentes de la CNT-FAI, en nombre de la unidad antifascista y la necesidad de adaptarse a las circunstancias. Sin teoría revolucionaria no hay revolución. Si los principios sólo sirven para ser desechados al primer obstáculo que nos opone la realidad, quizás sea mejor reconocer que no se tienen principios. Los máximos responsables del anarcosindicalismo español se creyeron hábiles negociadores, y fueron manipulados como títeres. Renunciaron a todo, a cambio de nada. Fueron unos oportunistas, sin ninguna oportunidad. La insurrección del 19 de julio no encontró una vanguardia revolucionaria capaz de imponer el poder del proletariado, destruir el Estado capitalista y hacer la revolución. La CNT nunca se había planteado qué haría una vez derrotados los militares sublevados. La victoria de julio sumió a los dirigentes anarcosindicalistas en el desconcierto y la confusión. Habían sido desbordados por el ímpetu revolucionario de las masas. Y como no sabían qué hacer aceptaron la propuesta de Companys de constituir, junto con el resto de partidos, un gobierno de Frente Antifascista. Y plantearon el falso dilema TEÓRICO de dictadura anarquista o unidad antifascista y colaboración con el Estado para ganar la guerra, porque en la PRÁCTICA no habían sabido qué hacer con el poder, cuando no tomarlo significaba dejarlo en manos de la burguesía. La revolución española fue la tumba del anarquismo como teoría revolucionaria del proletariado. Ahí es donde está el origen y la razón de ser de la Agrupación de Los Amigos de Durruti, que sin embargo no supo ni pudo salvar a la ideología anarcosindicalista de su agonía.
Los límites de la Agrupación eran muy claros. Y también sus limitaciones históricas. En ningún momento se plantearon la ruptura con la CNT. Sólo un absoluto desconocimiento de la mecánica organizativa confederal podría hacernos suponer que era posible una labor de crítica o de escisión, que no condujera inevitablemente a la expulsión, que en el caso de Los Amigos de Durruti fue evitada por la simpatía que encontraron en la base militante confederal, aunque a costa de un férreo ostracismo, y casi un absoluto aislamiento.
El máximo objetivo de la Agrupación fue la crítica de los dirigentes de la CNT, y el fin de la política de intervención confederal en el gobierno. No sólo querían conservar las “conquistas” de julio, sino continuar y profundizar un proceso revolucionario que consideraron insuficiente y anulado. Pero sus medios y su organización eran aún mucho más limitados. Eran gente de barricada, no eran buenos organizadores, y aún eran peores teóricos, aunque contaban con buenos periodistas. En mayo lo confiaron todo a la espontaneidad de las masas. No contrarrestaron la propaganda cenetista oficial. No supieron liderar y coordinar los comités de defensa que habían desencadenado la insurrección de mayo. No utilizaron ni organizaron a los militantes que eran miembros de las Patrullas de Control. No dieron ninguna orden a Máximo Franco, miembro de Los Amigos de Durruti, y delegado de la división Rojinegra de la CNT, que el 4 de mayo de 1937, quiso “bajar a Barcelona” con su división, pero que salvo él mismo con una cuarentena de milicianos en “misión de observación”, regresó al frente (al igual que la columna del POUM, dirigida por Rovira) a causa de las gestiones realizadas por Molina. El punto culminante de su actividad fue el cartel distribuido a finales de abril del 37, en el que se proponía el derrocamiento de la Generalidad y su sustitución por una Junta Revolucionaria; el dominio de algunas barricadas en Las Ramblas, durante los Hechos de Mayo; la lectura de un llamamiento a la solidaridad con la revolución española, dirigido a todos los trabajadores de Europa; la distribución en las barricadas de la famosa octavilla del día 5; y el balance de las jornadas del manifiesto del día 8. Pero no pudieron llevar las consignas a la práctica: jamás se creó una Junta Revolucionaria. Propusieron la formación de una columna, que saliera a enfrentarse a las tropas que venían desde Valencia; pero pronto abandonaron la idea ante el escaso eco de su propuesta. Después de los Hechos de Mayo iniciaron la edición de El Amigo del Pueblo, a pesar de la desautorización de la CNT y la FAI. En junio de 1937, aunque no fueron ilegalizados como el POUM, sufrieron la persecución política que afectó al resto de militantes cenetistas. Su órgano El Amigo del Pueblo fue editado clandestinamente a partir del número 2 (del 26 de mayo), y su director Jaime Balius padeció sucesivos encarcelamientos. Otros miembros de la Agrupación perdieron sus cargos o influencia, como Bruno LLadó, concejal en el Ayuntamiento de Sabadell; o como Santana Calero, que sufrió una persecución inquisitorial en el seno de las Juventudes Libertarias. La mayoría de durrutistas tuvo que padecer los intentos de expulsión de la CNT, propugnados por la FAI. Pese a todo continuaron editando clandestinamente su prensa y folletos hasta febrero de 1938.
Sus propuestas tácticas más destacadas se resumían en las siguientes consignas: economía dirigida por los sindicatos, federación de municipios, ejército de milicias, programa revolucionario, sustitución de la Generalidad por una junta revolucionaria, unidad de acción CNT-FAI-POUM.

Los Amigos de Durruti fueron el intento fallido, surgido del propio seno del movimiento libertario, de constituir una Junta revolucionaria que diera todo el poder a los sindicatos. Se mostraron incapaces, no ya de realizar en la práctica sus consignas, sino siquiera de propagar eficazmente sus ideas y dar orientaciones prácticas para luchar por ellas. La Agrupación se constituyó como una Agrupación de importancia e identidad similar a una rama no reconocida del movimiento libertario, como Mujeres Libres. La Agrupación intentó romper con el colaboracionsimo impulsado por la dirección de la CNT y de la FAI. Quizás el aterrorizado burgués y el camuflado cura los vieron como un grupo de brutos salvajes, pero entre sus miembros cabe contar a periodistas como Balius y Calleja, a mandos de columnas milicianas como Pablo Ruiz, Francisco Pellicer, Francisco Carreño y Máximo Franco, a concejales como Bruno LLadó, al dirigente de las Juventudes Libertarias Juan Santana Calero. Sus orígenes remotos cabe buscarlos entre los libertarios que compartieron la experiencia revolucionaria de la insurrección del Alto Llobregat en enero de 1932, en el grupo de afinidad faista “Renacer” entre 1934 y 1936. Sus orígenes más inmediatos se encuentran en la oposición a la militarización de las milicias (sobre todo en el sector de Gelsa y en la columna de Hierro), y en la defensa de las conquistas revolucionarias y la crítica al colaboracionismo cenetista, expresado en artículos publicados en Solidaridad Obrera (desde julio hasta primeros de octubre), en Ideas y La Noche (desde enero hasta mayo de 1937), especialmente por Balius. Sus instrumentos de lucha fueron la octavilla, el cartel, el diario y la barricada; pero jamás se plantearon la escisión o la ruptura como un arma de combate, ni la denuncia del papel contrarrevolucionario de la CNT, o por lo menos, durante las Jornadas de Mayo, el enfrentamiento con los dirigentes confederales para intentar contrarrestar las consignas derrotistas de la CNT-FAI.
Sin embargo, la importancia histórica de Los Amigos de Durruti es innegable. Y radica precisamente en su carácter de oposición interna a la orientación colaboracionista del movimiento libertario. La importancia política de su surgimiento fue detectada inmediatamente por Andreu Nin, que les dedicó un elogioso y esperanzador artículo, porque abrían la posibilidad de una orientación revolucionaria de las masas cenetistas, que se opusieran a la política claudicante y colaboracionista de la CNT. De ahí el interés que tanto el POUM, como los trosquistas, mostraron por influir en Los Amigos de Durruti; cosa que jamás consiguieron.

Las principales aportaciones teóricas de la Agrupación al pensamiento anarquista pueden resumirse en estos puntos:
l.- Un programa revolucionario.
2.- Sustituir el Estado capitalista por una Junta Revolucionaria, que ha de estar dispuesta a defender la revolución de los seguros ataques de los contrarrevolucionarios. Los fusiles se usan para defender el programa revolucionario.
Ambos puntos los resumió la propia Agrupación en el eslogan: “Un programa y fusiles”.

El tradicional apoliticismo anarquista hizo que la CNT careciera de una teoría de la revolución. Sin teoría no hay revolución, y no tomar el poder significó dejarlo en manos del Estado capitalista. Para la Agrupación el CCMA fue un órgano de colaboración de clases, y sólo sirvió para apuntalar y fortalecer al Estado burgués, que no se quiso ni se supo destruir. De ahí la necesidad propugnada por Los Amigos de Durruti de constituir una Junta Revolucionaria, capaz de coordinar, centralizar y fortalecer el poder de los múltiples comités obreros, locales, de defensa, de empresa, milicianos, etcétera, que fueron los únicos detentadores del poder entre el 19 de julio y el 26 de setiembre. Un poder atomizado en múltiples comités, que detentaban localmente todo el poder, pero que al no federarse, centralizarse y fortalecerse entre sí, fueron canalizados, debilitados y transformados por el CCMA en ayuntamientos frentepopulistas, direcciones de empresas sindicalizadas y batallones de un ejército republicano. Sin la destrucción total del Estado capitalista, las jornadas revolucionarias de julio del 36 no podían dar paso a una nueva estructura de poder obrero. La degeneración y el fracaso final del proceso revolucionario eran inevitables. Sin embargo, el enfrentamiento entre el anarquismo reformista de la CNT-FAI, y el anarquismo revolucionario de Los Amigos de Durruti, no fue lo bastante preciso y contundente como para provocar una escisión que clarificara las posiciones antagónicas de ambos.
Así pues, pese a que el pensamiento político expresado por Los Amigos de Durruti fue un intento de comprensión de la realidad de la guerra y la revolución española desde la ideología anarcosindicalista, una de las principales razones de su rechazo por la militancia confederal fue su carácter autoritario, “marxista” o “bolchevizante”.

Podemos concluir que Los Amigos de Durruti se hallaron ante un callejón sin salida. No podían aceptar el colaboracionismo de los cuadros dirigentes de la CNT y el avance de la contrarrevolución; pero si teorizaban las experiencias de la revolución española, esto es, la necesidad de una Junta revolucionaria, que derrocara el gobierno burgués y republicano de la Generalidad de Cataluña, y reprimiera por la fuerza a los agentes de la contrarrevolución, entonces eran calificados de marxistas y autoritarios, y perdían por lo tanto toda posibilidad de proselitismo entre la base confederal. Cabe preguntarse si el callejón sin salida de Los Amigos de Durruti, no era más que el reflejo de la incapacidad teórica del anarcosindicalismo español para enfrentarse a los problemas planteados por la guerra y la revolución.
En Barcelona, era y es posible escuchar frases de odio y desprecio contra Durruti y “sus amigos”, en boca del enemigo de clase; sin embargo, en los medios obreros, siempre se ha hablado con respeto de un mitificado Durruti, de la enorme manifestación del proletariado en su entierro, de la rebeldía indomable de los durrutistas, de la gesta anarquista y revolucionaria del 19 de julio. Durante la larga noche del franquismo manos anónimas escribían los nombres, en las tumbas sin nombre de Durruti y Ascaso.

El respeto a los mitos no es tarea del historiador; pero sí que lo es extraer las lecciones que importan a la lucha de clases. Basta con retener dos imágenes. En la primera vemos a un Companys sumiso, convincente y parlanchín, que el 21 de julio ofrece a los dirigentes anarquistas que entren en un gobierno de Frente Antifascista, porque habían vencido a los militares fascistas, y el poder estaba en la calle. En la segunda vemos a un Companys desenmascarado y acorralado, que el 4 de mayo implora al gobierno de la República el mando de la aviación militar, para bombardear los cuarteles y edificios de la CNT. Entre estas dos imágenes se desarrolla el film de la revolución y la guerra.

Mayo del 37 se había gestado en julio del 36. La Agrupación había comprendido que las revoluciones son totalitarias (esto es, totales y autoritarias) o son derrotadas: ese fue su gran mérito. Y es por esta razón que deben ser rechazados o aceptados, si se entiende que unos revolucionarios que quitan las fábricas y propiedades a sus legítimos amos, no pueden hacerlo pacífica y educadamente, mendigándolo “por favor”. No existe nada más autoritario ni violento que arrancarle a la burguesía sus posesiones, nada es más autoritario ni violento que derrotar al ejército en la calle y arrebatar las armas de los cuarteles, nada más autoritario ni violento que quemar iglesias y conventos para acabar con el poder y la influencia social y politica de la Iglesia de 1936. Debería ser obvio. Los Amigos de Durruti habían comprendido que una revolución además de autoritaria y violenta debía ser TOTAL: no se podía pactar políticamente con la burguesía y gobernar con ella, también era necesario destruir el Estado capitalista, suprimir la Generalidad y ejercer el poder desde una Junta Revolucionaria, constituida sólo por las fuerzas obreras que el 19 de julio de 1936 habían combatido en la calle. Las revoluciones son totalitarias o son derrotadas, esa era la conquista teórica esencial de la Agrupación.

La Agrupación de Los Amigos de Durruti ha sido ignorada y mitificada durante mucho tiempo, quizás ha llegado el momento de comprenderla en su contexto histórico. Pero para eso hemos de evitar que la historia de Los Amigos de Durruti se convierta en una historieta o cómic de superhéroes, como las surgidas últimamente. Atención, por otra parte, a la campaña de rehabilitación de los mártires catalanistas y antifranquistas que se nos viene encima, porque Pascual Maragall ya nos anticipa que hay que culpabilizar y denunciar las “barbaridades” cometidas por las Patrullas de control, los comités de defensa y los “incontrolados” contra patronos, fascistas y clero ¿Acaso no fueron la inevitable y adecuada respuesta popular al criminal alzamiento militar y fascista, apoyado fanáticamente por la Iglesia católica? ¿Cómo hay que calificar, por otra parte, las histéricas demandas de Companys al gobierno de la República para que se autorizara a Sandino (que mandaba la aviación republicana en Cataluña) a bombardear los edificios y cuarteles de la CNT, y el resto de los objetivos señalados por el responsable militar del PSUC, José del Barrio? ¿Quién recordará las atrocidades cometidas contra el movimiento revolucionario, desde junio de 1937 hasta el final de la guerra, en Barcelona y España entera, por el terror estalinista?

Agustín Guillamón (2004).
Fragmento del cuaderno nº 30, en preparación. BALANCE. Cuadernos de historia.
SEGUNDA PARTE."