La memoria es débil, por suerte,
seguramente. De mi breve paso por la secretaría general de CGT, creo que de
febrero a octubre de 1993, guardo escasos recuerdos. La elección se realizó en
un pleno extraordinario celebrado en la calle Alenza, al que llegaron escasas
delegaciones por problemas con la nieve y porque el asunto tampoco ofrecía
incentivos para derrochar mucho esfuerzo. Una elección con la enemiga de los de
siempre y la adhesión indiferente de la mayoría, cualquier otro hubiera podido
ser elegido. Fui yo por una serie de autodescartes previos, el, en ese momento,
más tonto de los casi respetables de la organización, y que se encontraba fuera
de la pugna del momento, que no recuerdo bien cuál era. Todo el pleno se
desarrolló dentro de una ambiente que reflejaba escasez y limitación, pero a eso
estábamos acostumbrados.
El objetivo al que se me mndataba se reducía a la gestión de lo
imprescindible hasta el nuevo congreso, que ya estaba convocado para octubre, y
sobre todo, a intentar que éste, que venía borrascoso, se celebrase con
normalidad y con amainamiento de la tensión. Asumí el mandato sin dejar el
trabajo, a ratos libres, aprovechando algunas características propicias del
puesto de trabajo y tirando para lo demás de vacaciones. Viviendo en Pamplona y
viajando a Madrid cuando los asuntos lo requerían. Otros tiempos: bastante
cutres, es verdad, pero en los que todavía estábamos dispuestos a contrarrestar
con voluntarismo todas las limitaciones.
Nunca supe con claridad porqué había dimitido Pepe March, al que suplí. Siempre he apreciado a Pepe y creía que había sido el mejor secretario desde la reconstrucción de la CNT, pero le suplí sin consultarle su opinión, lo que podía interpretarse como alguna forma de desidentificación o de abandono. Que sepa él nunca lo interpretó así. Las colaboraciones que le pedí siempre fueron atendidas, aunque ponía las condiciones que consideraba necesarias para hacerse cargo. Todo siempre por escrito. Como buen gestor, Pepe era puntilloso y celoso de lo que hacía.
En las primeras estancias en Madrid recibía las visitas de “los pesos pesados de la organización”; en algunas ocasiones espontáneamente y en otras a iniciativa mía. La organización era una especie de reino de taifas y en aquel momento cada quien controlaba su parcela de poder, en muchas ocasiones previamente peleada, y se la hacía valer. Yo trataba de situarme en la realidad definida por esas diversas posturas e intentaba buscar la fórmula o el equilibrio para llegar a algo que las conjugara.
El secretariado permanente existente y que se reforzó, es un decir, con nuestra incorporación – Mikel en prensa, Paco García Cediel en jurídica y yo en la secretaría general- tenía una capacidad de trabajo francamente limitada. José Mª Olaizola era el alma, el que estaba al tanto de todas las cosas y el que las trabajaba y controlaba; del resto, alguno de ellos gestionaba bien su parcela y otros ni eso hacían ni tampoco parecía importarles. Pese a que lo intentamos jamás ese grupo llegó a tener parecido con algo que pudiera asemejarse a un S.P.
El otro organismo de gestión que teníamos y que mal o bien mantuvimos fueron las plenarias. Supongo que convocamos y celebramos 3 ó 4 y que en ellas, como en todo ese periodo de gestión, el tema central fue el del congreso, aunque también se trató de impulsar algún otro de índole general, y otros más que llegaban de la mano de las confederaciones y de las federaciones de industria. La organización no pasaba de ser una suma de realidades aisladas en el mejor de los casos y de núcleos muy peculiares ( y por eso estaban en CGT) en otros. En todo caso algo muy difícil de coordinar e imposible de organizar. Era nuestra limitación objetiva, pero que se veía muy reforzada por nuestra forma de ser. Yo, habituado a ella, no me hacía consciente de la realidad tan (dicho en la forma más benévola) peculiar que formábamos, sino a través de los comentarios de Mikel que, pese a todas sus ganas y todo su fervor, no podía dejar de contemplar alucinado las no poco numerosas situaciones alucinantes que en cada una de esas plenarias se producían.
Con todo eso fuimos, en parte gestionando y en parte entreteniendo los temas que teníamos entra manos: patrimonio, Ruesta, local de Sagunto, 1 de mayo, plan de expansión, alguna cosa más seguramente y, sobre todo, el congreso. También me tocó alguna acto protocolario o de representación: recuerdo una reunión con Paco Frutos, no sé si en calidad de mandatario del IU o del PC, la asistencia de un congreso celebrado en Cantabria, la ocupación de locales del patrimonio en Valencia y quizás en Almería. Seguramente hubo más cosas, pero creo que las que olvido no serían de mayor importancia que la que cito.
El congreso se desarrolló sin excesiva tensión. Creo que el tema que en aquel momento crispaba a la organización tenía que ver con algún acuerdo de un congreso celebrado en Cataluña que vulneraba, decían, artículos de nuestros estatutos y que para algunos suponía el principio del fin. Supongo que lo saldamos aparcándolo hasta después del congreso o supeditándolo a los acuerdos que de él emanasen. Lo importante era que el congreso se celebró con normalidad y que de él salimos sin más problemas de los que al entrar teníamos.
Visto a doce años de distancia, ¿merecía todo aquello la pena? Sigo en CGT. Opino que nada hay tan demoledor como el análisis si es parcial o se proyecto en el corto plazo o si gira sobre sí mismo olvidándose del objetivo para el que se inicia. Creo que la realidad social es terriblemente oscura y que ya se nos ha escapado de las manos, convirtiéndose en un problema de mayor calado que lo solamente social. No tengo mejor sitio que la CGT desde donde vivir esta situación. Sé de nuestras limitaciones y aun deficiencias. Procuro mantenerme en CGT con sentido crítico y abierto al exterior, tomándola más como albergue que como morada. Todo aquello fue muy insuficiente, pero no lo cambiaría por nada que supusiese una mayor insuficiencia, ni tan siquiera medido sólo en el plano interno.